Humor

Ser feliz sin dejar Venezuela

Una foto en Instagram inspira este escrito. Cristina, una buena amiga, más anclada en Venezuela que la nave Leander en el Parque del Este, ha montado una foto del asiento vacío de un avión. “Panamá, aquí vamos…” dice la fotoleyenda. Conociéndola desde hace más de quince años, sé que esos serán los tres puntos suspensivos más dolorosos de toda su vida. Cuando alguien no se quiere ir de un sitio, ni que lo empujen

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Como muchos, Cristina se hartó de no poder llevar a sus hijas a un parque y de conversar con su esposo solamente sobre cómo no puede llevar a sus hijas a un parque. La inseguridad, la escasez y los bajos salarios hicieron de la familia de Cristina una más del millón y medio de venezolanos que ha dejado el país en los últimos quince años. De manera renuente empaquetó al marido, a las hijas, al periquito y se largó para quizás volver. Puntos suspensivos.

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Al no querer darle “me gusta” a su foto, simplemente le pongo el siguiente comentario: “Yo te espero en Maiquetía con una pancarta hecha de anime para celebrar tu regreso, así tarden 20 años en volver”. Es la verdad, yo soy de los que apuesto por el fracaso de todos en el exterior. Me dirán insensato pero cuando uno crece rodeado de gente que quiere, lo lógico es que desee estar con ellos.

Comprendo que las circunstancias actuales en nuestro país son pésimas. Tan es así que yo creo que todos tenemos un pasaje de salida de Venezuela, así hoy no lo sepamos. Es muy probable que mi próximo libro se llame Guía Michelin del mejor sofá-cama venezolano en el exterior y sea un éxito rotundo. Así estamos. Pasamos de ser compatriotas que se daban abrazos primaverales, a darse “Me Gusta” en fotos de otoños lejanos.

Ahora, mi incomprensión viene con los comentarios que los demás han dejado en su foto. Uno de ellos que me llama la atención dice lo siguiente: “¡Amiga! Qué felicidad. Son decisiones difíciles pero por los momentos las más acertadas. Todo el éxito del mundo. Prometo pronto irte a visitar”. Mi pregunta es: ¿Cómo irse de tu país, donde naciste y en el cual esperabas vivir para siempre, es un motivo de felicidad? ¿La felicidad no sería si Cristina, y todos los expatriados, se pudieran quedar aquí?

Esa pregunta me inquieta. Siento que nadie la hace en sus círculos de amistades. Confieso que muchas veces alguien me saca el tema del “no tienes hijos, puedes vivir donde tú quieras, escribir en cualquier cafecito, ser absolutamente feliz”. Siempre me provoca pedirles que me escriban el cheque para comprarme el apartamento de sus sueños en Paris y vivir la vida de soltero que ellos quisieron tener y no pudieron. Pero no la hago, porque mi pregunta más seria siempre es: “¿No se te ha ocurrido que de repente aquí soy feliz?”

Esa jamás me la han podido contestar, porque se asume que todos estamos infelices. Yo no soy 100% feliz en Venezuela, pero ¿Y si lo estuviera? ¿Si alguien más lo es? ¿Qué pasa si somos remotamente felices dentro del caos? ¿Habrá alguien que me puede contestar qué hacemos en ese caso? Si yo decido quedarme en Venezuela por el resto de mi vida, ¿Habrá alguien que me ponga en Instagram como le pusieron a Cristina: “¡Amigo! Qué felicidad. Son decisiones difíciles pero por los momentos las más acertadas. Todo el éxito del mundo. Prometo pronto irte a visitar”?

Esa respuesta tampoco la tengo yo.

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