Opinión

Todo mal gobernante se cree bueno

La historia lo confirma: los tiranos y los corruptos llegan a su última hora en el poder viéndose como víctimas. En el caso venezolano, donde Nicolás Maduro no asume responsabilidad alguna por los males del país, hace falta que el Presidente evalúe su actuar, sus decisiones, sus posturas. ¿Cómo quiere pasar a la historia?

Composición fotográfica: Andrea Tosta M.
Publicidad

Cuando Adolfo Hitler apretó el gatillo sobre su sien aquella mañana del 30 de abril de 1945, no ocupó su mente con ninguna de las 60 millones de personas que asesinó durante una guerra absurda. Tampoco pensó en las arcas que robó, ni en las economías que desangró. Con toda seguridad, el dictador más vil que ha conocido el mundo moderno pensó antes de suicidarse que había sido acorralado por el enemigo y que no vería cumplir su sueño de un pueblo alemán poderoso, rico y ario.

Es duro aceptarlo, pero Adolfo Hitler murió absolutamente convencido de que fue una persona buena que luchó por su pueblo. Al diablo Sophie Scholl y Ana Frank y Winston Churchill y Eisenhower. El Hombre del Año de la revista Time en 1938 se fue de este mundo resignado ante la maldad de los demás sin pensar por un minuto que el malo fue él. 71 años después de su muerte, el mundo no ha cambiado de opinión sobre su maldad.

El problema del mal es que los villanos no se reconocen como tales. Eso es una cosa de libros donde se retuercen sus bigotes o se miran al espejo y se ríen en tono burlesco. Un funcionario no gobierna en detrimento de su gente por placer sino porque considera que su visión de país es la correcta. Por eso es tan necesaria la aceptación y validación de la oposición. Si no fuese por la oposición, los gobiernos de este mundo serían todos dictatoriales. Bien lo dijo el presidente de Estados Unidos Barack Obama: “la democracia requiere compromiso, aún tengas el 100% de la razón”.

Nicolás Maduro no es Adolfo Hitler, pero el tufo latente a una dictadura del mal impera sobre Venezuela precisamente porque se niega a considerar que su política de gobierno no es buena para el país. Quien en el pasado ha admitido dormir como un bebé, todavía falla en ver que su proyecto de gobierno ha llevado al cementerio a más personas de las que mueren durante un conflicto bélico. El venezolano no está ni más educado, ni más saludable ni más prospero que cuando su antecesor llegó al poder. El buen venezolano está mal y punto.

Si asumimos que Nicolás Maduro se considera una persona buena, ¿por qué obra así? Pues cuando la oposición a su gobierno se persigue, se vilipendia la libertad de expresión y se cierran todos los canales de información, es difícil que se entere de lo contrario. El emperador de Hans Christian Andersen caminó desnudo por las calles porque prefirió rodearse de sicofantas y focas antes de salir a pavonearse frente a su pueblo. Los que se niegan a admitir sus propios males terminan convencidos de su bondad hasta que los sacan de una madriguera como Saddam Hussein.

Lo que más le pide el pueblo de Venezuela al Presidente de la República es que se haga un examen de conciencia y acepte la realidad de que la ayuda humanitaria no es un deseo intervencionista, los presos políticos no son traidores a la Patria y que el Tribunal Supremo de Justicia no puede ser un freno político a las carencias de los venezolanos. Nueve de cada diez venezolanos en este momento consideran que la situación en el país es mala o muy mala. Ante esas cifras, un gobernante bueno ya hubiera cambiado de rumbo, aceptado el referéndum revocatorio o renunciado.

Queda entonces de Nicolás Maduro decirle a Venezuela y al mundo si terminará su gobierno como un hombre bueno o si será recordado por la historia como un hombre malo.

Publicidad
Publicidad