Literatura

Un amor binacional, la terapia literaria de Slavko Zupcic

El escritor venezolano publicó Curso (rápido y sentimental) de italiano, novela que ganó el Premio Transgénerico de la Fundación para la Cultura Urbana. En ella, una historia de amor, guía encuentros interculturales, mezclas raciales y hace brillar la riqueza de los idiomas

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Slavko Zupcic no puede precisar de dónde o cómo surgió la idea. Quizá fue hace muchos años cuando vivió en Salerno y al abrir la ventana vio a una pareja, una italiana y un árabe, discutir frente a su casa. Quizá fue el impacto que le causaron los carteles necrológicos que tapizaban las calles de la ciudad al sur de Italia que anunciaban la muerte de alguien. Quizá fue hace unos cuatro o cinco años mientras iba en tren desde Puzol hasta Castellón, en España, que empezó a escribir las primeras líneas.

Es difícil decir, todos los inicios son posibles. Quizá es que los libros —como expresa el mismo Slavko Zupcic—, son como el amor mismo: nacen poco a poco. “A veces uno no se da cuenta de cuándo ha comenzado”.

Mi proyecto principal es usar cualquier trampa, cualquier artilugio, cualquier engaño o cualquier encanto para seguir escribiendo

La más reciente novela de Slavko, escritor venezolano nacido en Valencia hace 50 años, lleva por nombre Curso (rápido y sentimental) de italiano y fue ganadora por unanimidad de la XVIII edición del Premio Anual Transgenérico en 2018, concurso literario creado por la Fundación para la Cultura Urbana.

Miembros del jurado afirmaron que la obra materializa varias historias de amor, “por lo común frustradas”, y que su estructura desplegada en tres partes “permite conocer la vida de un personaje entrañable que se mueve por territorios donde la memoria hace del mundo sustancia de todas las cosas”.

Curso (rápido y sentimental) de italiano de Slavko Zupcic se toma a tragos fluidos y ligeros, donde la fragmentación de la novela en tres porciones es primordial para dejar correr la historia: el profesor universitario experto en filología enfrentándose a su propio duelo tras la muerte de su hermano Ahmed y encontrándose con un amor fugaz que le funciona para espantar sus demonios; sus anotaciones en un diario que permiten al lector conocer su realidad mental; y los fragmentos paralelos de parejas que hacen cuenta de los encantos, fiascos y paradojas de los amores binacionales.

Slavko Zupcic

Y es justamente ahí, en los encuentros interculturales y en la cotidianidad que brinda el azar, donde Slavko Zupcic muestra las hospitalidades o descortesías extranjeras, las bondades de las mezclas foráneas y la certeza de que no son pocos quienes están hechos de migraciones, de retazos de lugares. Un amor que trasciende al territorio en el que se nace, en el que se está o en el que se decide existir. Una historia que puede ser suya y, quizá también, de cualquier otro.

Slavko Zupcic es narrador y ensayista, también médico psiquiatra y médico del trabajo. Una dupla que, cuenta, inició bastante precoz. “Yo estaba en la facultad y ya había publicado varios libros. Era estudiante de medicina y era escritor al mismo tiempo”. Dice que la literatura le aporta sensibilidad a su trabajo científico y la medicina le brinda sentido de ética a su pluma.

En su más reciente publicación, Slavko Zupcic utiliza las inolvidables calles salernitanas, los paseos al Lungomare, las delicias de la gastronomía italiana y la riqueza del idioma como pretextos para sumergir al protagonista del relato Youseff Benalfi en un viaje lejos de casa en la búsqueda de respuestas, consuelo y un sentido de vivir.

–Curso (rápido y sentimental) de italiano podría no solo ser una historia de amor, sino de migración, muerte o incluso sanación. ¿Es así?

–Una lectura posible es que esta novela es una novela de amor. Pero sí, también hay todo eso que tú has dicho. Es una novela de migración, es una novela en la que el amor, sobre todo como se presenta en esta novela que es muy fragmentario, no siempre une; en ocasiones también desune. Hay varios formas del amor y hay también cierto culto a la muerte y ciertos ritos funerarios en los que se entretiene la familia de Youseff Benalfi.

Octavio Paz decía que un amor tiene dos lenguas, que un amor nace del beso y el beso tiene dos lenguas, la del uno y la del otro. Y en el otro está la extrañeza

Es una novela de amor, pero que en el fondo también encierra una relación amorosa con un país que es Italia, que es el país de mi esposa y de mis hijos, un país al que yo me siento bastante cercano y al que voy con mucha frecuencia.

Yo creo que también es un libro terapéutico en el que el amor, el idioma, el aprendizaje del italiano ayudan a Youseff a curarse un poco de sus dolores, que muchos tienen que ver con la muerte, pero seguramente otros son estructurales. Todo esto lo ayudan a sanarse, a sentirse mejor que es lo que yo creo que a estas alturas de mi vida como escritor es lo que más y mejor pretendo con la literatura: ayudar a los demás.

–¿Por qué Italia como escenario para desarrollar la historia principal?

–Aparte de la coincidencia geográfica de yo haber vivido en Italia y de sentir una especie de fascinación por el asunto italiano, Italia es un buen país para hacer un test sobre la aceptación de lo extraño, de lo extranjero. Lo que significa esa otra persona que nace en otro país, viene de visita o viene a quedarse en el país de otros. Paradójicamente Italia, que fue un país que conoció migración de color mucho antes que España, sigue siendo en muchas ocasiones un país bastante xenófobo y racista. El italiano con dificultad se acepta a sí mismo si viene del sur. Y esa diferencia, entre los que son del norte y los que son del sur, incluso se ha multiplicado con los años.

Yo creo que el aprendizaje de los idiomas es un asunto de amor, un asunto terapéutico. Que cuando alguien le ofrece a otro enseñar un idioma, le está haciendo una proposición amorosa

–¿Por qué la decisión de dividir la novela en tres?

–Yo lo tengo que reconocer: a mí el fragmento me encanta, me gusta escribir de manera fragmentaria. Yo entiendo que hay historias que en ocasiones provoca contarla de manera lineal y yo también he tenido la sensación. Si tú te fijas, en la primera parte de cada capítulo, saltándote la segunda y la tercera parte, encuentras ahí una lectura lineal. Pero a mí me gusta que las historias se fusionen y se confundan. Yo pienso que con eso le doy la posibilidad al lector de integrar una cosa con la otra, de mezclarlas, de confundirlas, de sentir que el lector está jugando conmigo.

–La intención de Youseff de desarrollar en Salerno su investigación del amor binacional, ¿es también la suya?

–Digamos que el libro nació dentro del libro. Es una idea que yo tengo varios años trabajando y creyendo. Yo creo que el aprendizaje de los idiomas es un asunto de amor, un asunto terapéutico. Que cuando alguien le ofrece a otro enseñar un idioma, le está haciendo una proposición amorosa. El idioma se aprende o de la madre o de una persona que te ama o te quiere amar. A partir de allí empecé a recopilar historias en la que hubiese anécdotas de amores que venían de otras partes y se encontraban. Que por lo menos en el caso de la historia nuestra como venezolanos es un asunto mucho más que recurrente. Muchísimos de nosotros nacemos de historias como estas. Yo también he nacido de una historia de amor binacional, yo soy hijo de un padre croata y de una madre de Puerto Cabello. En nuestras latitudes es una cosa bastante frecuente y bonita.

Slavko Zupcic

–¿Esta novela muestra su propia historia y su propio mestizaje?

–No sé si podría decir que es una muestra propiamente dicha, pero seguramente sí está muy relacionada porque nace de ahí. En ese sentido, yo soy absolutamente sincrético y mestizo. Vengo de una familia que también lo es y somos, para bien o para mal, una familia que tiene más de 100 años buscando un rincón bajo el sol y todavía no lo encontramos.

–¿En dónde está lo sabroso de un amor binacional y en las mezclas culturales?

Ahí hay varias ideas. Hay una idea del amor bilingue. Octavio Paz decía que un amor tiene dos lenguas, que un amor nace del beso y el beso tiene dos lenguas, la del uno y la del otro. Y en el otro está la extrañeza, ¿no? De encontrarse, en los aportes culturales, geográficos, lingüísticos que uno hace al otro, la forma en la que el otro se multiplica. Esa es la parte digamos positiva, la parte bella, rica, artística. Pero lamentablemente la vida es muy complicada. Detrás de toda esa belleza siempre tiene que haber algo de renuncia. En una relación de amor binacional hay uno que llora y que renuncia, a pesar de que se integra y se enriquece.

–Youseff Benalfi es marroquí, al igual que sus padres, pero vive en Barcelona y terminó en Italia. ¿Quiso mostrar que es natural el tema migratorio?

–Claro. La diáspora y los procesos migratorios no son un invento nuestro ni mucho menos un invento de la Venezuela del siglo XXI. Ya lo vivieron nuestros padres, lo ha vivido el resto del mundo y lo vivirá cada vez más gente y no tiene que haber problemas políticos ni problemas de desabastecimiento en un país para que su gente tenga que emigrar.  Posiblemente los políticos o algunas personas con resistencia al cambio mantengan los pasaportes y visados, pero el mundo será cada vez más de carreteras y fronteras menos reconocidas y menos vigentes porque la tendencia humana es tan noble que tiende a la confusion.

El aprendizaje del italiano ayudan a Youseff a curarse un poco de sus dolores, que muchos tienen que ver con la muerte

–¿Usa su profesión de psiquiatra como una herramienta para llevar a Youseff a través del dolor y ayudarlo a sanar?

–Tengo desde hace varios años trabajando la idea de presentarme no como médico y como escritor, de acuerdo al auditorio que me escuche, sino como “medritor”. Entonces yo digo que soy “medritor” especialista en psiquiatría, en narrativa y en medicina del trabajo. Curso (rápido y sentimental) de italiano, y este personaje de Youseff Benalfi que habita el libro, no pasa por el hospital, pero sí existe un proceso vital de alguien que necesita una ayuda terapéutica y, porque el personaje lo permite por su sensibilidad, el escritor más o menos se la favorece.

En el caso de Youseff hay un duelo mal llevado, a raíz de la muerte de su hermano Ahmed y la jornada casi patológica en que lo han llevado los padres. La búsqueda que él hace en Salerno —favorecida por el encuentro con los carteles necrológicos que cantaban la muerte de Izet Sarajlic, la búsqueda infructuosa del novelista húngaro Sándor Márai y también llevado de la mano de Gemma y la señora Rossa— reconstruye de, una u otra manera, la muerte de Ahmed. Logra realizar un proceso terapéutico y lo va conduciendo progresivamente al cambio cíclico. Que al final, es lo mejor que le puede pasar a una persona, también a un personaje literario.

-¿Trabaja en otro proyecto?

–No te digo una mentira si te digo que mi proyecto principal es usar cualquier trampa, cualquier artilugio, cualquier engaño o cualquier encanto para seguir escribiendo. Escribir, escribir, escribir cada día de mi vida. Eso es lo fundamental. No me importa que esa escritura no esté dentro de ningún proyecto que podamos llamar libro. Mi proyecto fundamental es seguir escribiendo. Llevo más de 30 años en esto y hasta que el cuerpo aguante, yo quiero seguir en ello. En este caso, en el aquí y en el ahora, ese deseo sí tiene también cara de proyecto en forma de libro. Estoy ahorita metido en una novela de largo aliento que vamos a ver cuándo logro terminar. Poco a poco, ahí voy.

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