Sucesos

Un concierto para Armando Cañizales

Armando Cañizales no puede ser una víctima más de la represión gubernamental. Porque todos los caídos duelen desde adentro. Familiares y compinches lo recuerdan inteligente y solidario. Fue miembro del Sistema Nacional de Orquestas. Talento truncado por una bala inoportuna en su cuello. Este viernes cinco de mayo, Beethoven lo despide y el país lo lamenta

Fotografías: Héctor Trejo
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Las cuerdas comenzaron a sonar. Sutiles, pero potentes. Siempre fúnebres. Los acordes de la séptima sinfonía de Ludwing van Beethoven daban directo al corazón de los presentes en el velorio de Armando Cañizales. Así sonaba el adiós de sus compañeros de la Orquesta Sinfónica Juvenil José Francisco del Castillo. Eran muchachos como él, le sacaban el alma a sus instrumentos, tocaban desde las entrañas, con el mayor temple que en su adolescencia podían encontrar, con la cara más seria que camuflaba el dolor. Armando, a sus 17 años, murió de un impacto de bala en el cuello mientras protestaba en contra del gobierno de Nicolás Maduro en Las Mercedes, Caracas, el 3 de mayo.
Ya no serían 10 quienes afinarían la viola en aquel concierto, solo nueve. “De nuestro grupo de violistas, era el único chamo entre mujeres”, recuerda María, de 17 años, con quien había compartido aulas de clases de música desde hacía cinco años. Con firmeza contó cómo se enteró de la noticia. “Yo lo llamaba a su celular a ver si me respondía. No lo podía creer. Pero cuando vi el video que lo mostraba clarito, supe”. Sus palabras son contadas, como las notas que lee de su partitura, rayada con lápiz de tantos ensayos. La incredulidad que la contagió en aquel momento aún se cuela, en sus ojos aguados, en su voz trémula. Ella, instrumento en mano, dejó los dedos para la despedida ante más de 100 personas que se unieron al velorio oficiado en el Cementerio del Este. Lágrimas corrían por los pómulos de estas promesas musicales que forman parte del Sistema Nacional de Orquesta. Fue tal el estremecimiento y el sino que hasta Gustavo Dudamel hubo de quebrar su silencio y se unió al reclamo generalizado de un país que no puede con tanto embate y ramalazo. En un post de Facebook dijo: “Hago un llamado urgente al Presidente de la República y al gobierno nacional a que se rectifique y escuche la voz del pueblo venezolano. Los tiempos no pueden estar marcados por la sangre de nuestra gente. Debemos a nuestros jóvenes un mundo esperanzador, un país en el que se pueda caminar libremente en el disentimiento, en el respeto, en la tolerancia, en el diálogo y en el que los sueños tengan cabida para construir la Venezuela que todos anhelamos”.
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Una bandera de Venezuela invertida, con una cinta negra atada a su asta y un S.O.S dibujado encima, ondeaba al son de la solemnidad de Beethoven. Otros las sostenían en alto, al igual que celulares registraban el luctuoso momento. Una ronda de aplausos celebró el final de la melodía. Faltaba más. Cuando la gloriosa melodía del Himno Nacional comenzó a resonar, los suspiros hondos se hicieron sonoros, los celulares con cámara se alzaron más alto. El llanto que purgaba.
Aires incluso heroicos se arremolinaron sobre el ataúd de Armando. Ubicado en la capilla 6, estaba rodeado de más de una decena de coronas de flores de distintos colores, en las que incluso se atisbaba el nombre de Gerardo Blyde, alcalde de Baruta, en una de las cintas. Fue quien comunicó vía Twitter y “con mucho dolor” el fallecimiento: “Que impotencia. Un joven que tenía toda su vida por delante. Solo luchaba por 1 país mejor. Mi corazón y el de Venezuela está con su familia”, era la misiva o más obituario. También declaró tres días de duelo en el municipio.

El acto fue sin duda mediático. “Gracias por venir. Entrevistas ahora no. Pueden estar acá, pero con mucha discreción”, dice su padre, Israel Cañizales. Es doctor e investigador asociado al Instituto de Zoología y Ecología Tropical de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Ese viernes cinco de mayo no llevó su bata de médico. Se atavió con una chemise turquesa, jeans y zapatos de goma. Su esposa, Mónica Carrillo, pediatra especialista en el Hospital Periférico de Catia, no quería que ni él, ni nadie, usaran ropas oscuras. El luto va por dentro, no en los géneros. Y así lo asumieron los colegas de Armando, quienes se apostaron frente al atril con blusas y camisas de colores claros y alegres. Sin embargo, la pena de perder a un pana pudo más que el maquillaje a prueba de agua o que la gomina en las cabezas ya despeinadas. Quizá fue la pregunta devenida tormento: ¿por qué sucedió?
Israel
Un sollozo incontrolable salió desde lo más hondo de Israel, quien abrazaba a Claudio Leboreiro, de 18 años. El joven de pelo largo y lentes grandes se mantenía firme, con sus familiares detrás, listo para dar sus condolencias. Israel lo miró de arriba abajo, lo sostuvo en sus brazos y lloró sin recato. “Gracias por darme este otro hijo”, le dijo entre suspiros al padre de Claudio, o el “Gallego”, apodo grabado en su espalda con que lo delataba su chemise de promoción.
“Ese día tenía que estar con él. Yo sé que si yo lo hubiera acompañado, no le hubiera pasado lo que le pasó. Capaz si hubiera sido cualquier otro huevón, y me disculpas la expresión, te lo creo, ¿pero a Armando? Él era demasiado inteligente como para que le pasara algo así”, dice calmado, aún sin entender muy bien el hecho. El tres de mayo se iban a encontrar varios conocidos de su zona en el Crema Paraíso de Bello Monte a la una de la tarde para manifestar en contra de los desmanes gubernamentales. Recuerda que Armando iría a inscribirse en la carrera de Medicina en la UCV, pero la represión se lo impidió. Todo indicaba que los disturbios habían anulado las actividades administrativas de la universidad. Fue entonces cuando se sumó a la protesta.
Aunque confiesa que Armando no era de los que protestaba, la brutal represión se convirtió en la gasolina que encendía su desacuerdo con la dictadura. Por eso fue hasta el puente que conecta Las Mercedes y la autopista Francisco Fajardo. Hecho que Néstor Reverol, ministro de Relaciones Interiores y Justicia, le achacó a la oposición: “La derecha terrorista ha llamado a realizar actos vandálicos y ha llamado a la violencia que sigue enlutando familias venezolanas. Todo dirigido por Julio Borges —presidente de la Asamblea Nacional (AN)— y los dirigentes de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). Son los que convocan para seguir cometiendo actos terroristas”, dijo por Venezolana de Televisión (VTV). Entre gases lacrimógenos y gritos, un proyectil se alojó en el cuello inocente de Armando. No salió. La bala entró por el filtro de su máscara antigases, le produjo un shock y posteriormente un paro respiratorio.
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“Parece que le dieron a Armando”, recuerda que le dijeron a Diego Forgione, de 18 años, otro de sus más cercanos. Le avisó Andrés Acosta, también integrante de su grupo más íntimo del colegio, compuesto por cinco chamos que se apodaron a sí mismos “Las chicas” en tono jocoso. Todos alegres, divertidos, aunque críticos ante las injusticias. En medio de la confusión, Diego recuerda el susto que lo embargaba: “Tenía que salir a ver si era él de verdad”, dice. Fue hasta la avenida Miguel Ángel de Bello Monte para no encontrar fe de vida, sino un video. “Veo que estaba rodando por las redes, que lo mostraba muerto y tirado. Supe que era él. Ahí me tiré al piso a llorar”, dice con un pañuelo en su mano y un temple implacable. “Murió por lo que quería, murió por sus ideales”, remata el estudiante de Contaduría de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB).
Compartieron salones y cuadernos en el colegio Fray Luis Amigo, de Bello Monte, del que se graduó de bachiller el año pasado. Más de diez muchachos entraron en fila india a la capilla con caras serias, un ramo de flores blancas y con su chemise de promoción puesta. Pasaban casi en automático a ver a su compañero de risas, locuras y rebeldías en la urna. Salían destrozados. Los guiaba el profesor Pedro Sevillano, su padrino de promoción, de confirmación y director de la institución. “Yo les decía a mis alumnos, ustedes son los que tienen que venir a mi funeral cuando muera. Y ahora he tenido que venir yo a ver a uno de los míos. No puede ser”, se queja Sevillano con su acento español. Lo recuerda díscolo: “Pero ese tipo de rebelde que buscaba cambiar las cosas para mejor, no sin sentido. Era colaborador, dedicado a sus estudios y a su música. Tenía un potencial extraordinario”.
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“Toca desde carajito”, ríe Claudio, estudiante de Antropología en la UCV, y continúa, en el mismo tiempo presente. “Es súper dedicado. Él es el más inteligente de todos nosotros. Y siempre toca, lo suyo es la música y lo nuestro son los deportes. Yo voy a todos sus conciertos y él va a todos mis partidos de rugby. Así es como funcionamos, más que mejores amigos, somos hermanos al final. Hermanos”, narra siempre en presente acaso porque no se acostumbra a los verbos en copretérito o pretérito simple. Acá no hubo nada simple. Pero pronto corrige su falla: “Me acababan de escoger como capitán de mi equipo, estaba por decírselo. Ya no se lo voy a poder contar. Tengo una arrechera, impotencia, no sé explicarlo. Ponlo como quieras. Pero ahora más que nunca voy a salir a la calle. No voy a descansar hasta que el propio Maduro le pida disculpas a la mamá de Armando”.]]>

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