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Una fotografía del chavista común

¿Qué es un chavista? O ¿Qué es ser chavista luego de la muerte del hijo de Barinas? Es una mezcla de fidelidad, resistencia, pero también de fanatismo y fe ciega. Es que el chavista común está signado por dos huellas: la del héroe y la del resentimiento

Fotografía: AVN
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Una ideología también es una religión monoteísta, una apuesta para existir. En algún rincón oscuro de la mente, el ciudadano común baila alrededor de una hoguera, entonando súplicas a un dios poderoso y ambiguo. Este fervor religioso, el padre ausente que vuelve feroz encarnado en alguna sombra, el milagro siempre al borde del suceso, forman parte del bagaje emocional del venezolano del siglo XXI, extraviado en épicas absurdas y delirantes, como encontrar harina de maíz y pañales o poner toda su fe en el difunto de Sabaneta o algún mesías opositor que apague el proceso revolucionario.

¿Qué es un chavista? Después de casi dos décadas la respuesta no satisface absolutamente. El término se ha vuelto nombre de enfermedad, vergüenza, error de juicio. Algunos confiesan haber militado junto a la figura de Hugo Chávez y hoy arrepentidos miran con asco la deshonra. Es una de las mitades de la polarización, pero también una de las mitades que ha pedido hacerse escuchar en el juego de los derechos y la libertad de expresión. ¿Qué buscan, entonces? ¿Qué esperan del Estado y de sus adversarios que incluso llevan el rostro de sus vecinos y familiares de toda la vida? ¿Qué se sabe, más allá de los prejuicios de clase, de quien se siente representado por el difunto más controversial de la historia política local? ¿Qué es un chavista, más allá del lugar común y del enfrentamiento permanente que ha signado la cotidianidad de un país escindido?

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Augusto Prado tiene 67 años y una calvicie resplandeciente. Reside en Maturín, Estado Monagas, de donde no lo saca nadie, según sus palabras. Jubilado de la empresa eléctrica, padre de un hijo de sangre y dos de crianza. “Sí, yo soy chavista”, acota sin miramientos. “Estoy votando por Chávez desde que pegó el golpe.”

―Bien. Hablemos sobre el golpe de estado. ¿Eso estuvo bien? ¿Sabe exactamente a qué se refiere?

Augusto coge aire y frunce el seño.

―Yo sé que usted es una muchacha muy leída. Pero usted no entiende una cosa. Antes no se respetaba a los pobres. Yo toda la vida he sido pobre. Mi papá vendía verduras en el mercado, no como como ustedes que fueron criados muy bonito, con profesiones y con un respeto automático.

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Interrumpo para decirle que mis padres no son bachilleres, siquiera. Augusto vuelve a callarse pero esta vez asiente.

―Pues qué raro, entonces ellos deberían entenderme. Aquí no se respetaba a los pobres. Nadie nos tomaba en cuenta. No había proyectos. ¿Tú no viste todo lo que hizo Chávez? Las misiones, los controles de precio, ese amor por lo nuestro. Y puso en su lugar a los ricos que andaban vueltos locos viajando por ahí, gastándose una plata.

―¿Le parece mal que la gente gaste su propio dinero? ¿Usted no gasta su dinero?

Vuelve la pausa. Resopla el aire y espanta a las moscas insistentes.

―Lo que pasa es que yo solo gasto en lo necesario. Yo no despilfarro.

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―¿Qué es despilfarrar para usted? ¿Chávez no tenía comodidades y viajaba?

―Un presidente tiene que vivir bien. Eso es así. Pero es que aquí toda la vida ha habido gente que se cree dueña de todo. Chávez quería que todos tuviéramos.

―Me dijeron que usted pelea mucho con su hijo porque él es opositor.

―Ese muchacho se queja por todo. Ahorita tenemos una crisis, es verdad. Esta gente, Maduro y Diosdado, no ha sabido administrar lo que dejó Chávez. Pero vamos por buen camino, este país cambió. Ahora uno tiene dignidad. La gente aprendió que aquí siempre hubo dos bandos y es mejor tener claro a cuál pertenece uno.

―Pero, ¿todos somos venezolanos? ¿No?

―Sí, pero algunos quieren ser venezolanos de a raticos. ¿No ve cómo los muchachos se están yendo del país? No quieren trabajar para que las cosas mejoren y no les gusta que ahora todos tengamos voluntad y dignidad.

―¿Antes usted no tenía dignidad? ¿Quién lo pisoteaba?

―Chávez nos hizo gente. Ese hombre es un modelo, hizo de todo. Uno cuando es pobre no puede hacer nada porque siempre hay otros de primeros. Nunca hay igualdad, hay que luchar mucho por la igualdad. Yo sé lo que la gente dice de mí porque soy chavista, ponen a uno de bruto, de mala gente. Pero no suben al cerro, como dicen, no vienen a los barrios a ver cómo vive uno, todas las penurias que uno pasa. Yo sé que a mí me dicen ignorante porque no hablo derecho.

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Colette Capriles, psicóloga social y profesora de ciencias sociales, al responder sobre su concepto del partidario oficialista, introduce una aproximación al resentimiento y a las velocidades del pulso nacional. “Después de tantos años creo que se mantiene la hipótesis primordial: ser chavista es una forma de lidiar con el resentimiento, uno de los sufrimientos más grandes del alma humana. No hay nada que objetivamente explique cómo la misma experiencia puede significar una herida resentida para unos y para otros una mera cicatriz que se olvida. Pero en todo caso, en las sociedades de velocidades múltiples como la venezolana —en la que conviven experiencias históricas disimiles, formas tribales con cirugía plástica, analfabetismo funcional con smartphones, la plétora del consumo petrolero con el vacío del padre ausente, etcétera— el resentimiento mueve hacia la impostura, es decir, se satisface con ocupar un lugar que a uno no le corresponde. Y esa es la gran oferta del chavismo; la impostura, volvernos a todos impostores. ¿No?”

―¿Su hijo ha comprado comida? ¿Es verdad que han consumido tan solo sardina en estos días porque no consiguen otros alimentos?

―Son problemas momentáneos. Hay una guerra, una mala intención en cómo dicen las cosas. Pero lo que no saben es que esa gente está trabajando, con sus errores, pero ahí están. Malo son esos bachaqueros, que hacen cola de madrugada y se llevan todo.

―Repito la pregunta. ¿No le preocupa que su hijo y sus nietos no tengan una alimentación sana?

―Bueno, yo tampoco los veo comiendo tierra. Mi hijo es empleado de PDVSA y se la pasa hablando paja. Yo no sé qué más quiere. Se queja de que hay que hacer cola. ¿Qué quiere él? ¿Llegar siempre de primero?

―Háblame de las colas. ¿Hace quince años se hacían esas mismas colas, durante tanto tiempo?

―Yo no hago cola.

―Entonces, ¿dónde compra comida?

―En el mercado. Pero es más cara.

―¿Y entonces?

―Lo que pasa es que yo estoy muy viejo para eso. Pero en las colas uno conversa, yo he visto. Lo que pasa es que la población ha crecido. Aquí las mujeres paren mucho. Por eso también fallan otros servicios, hay mucha gente. Pero si la gente sale a comprar es porque hay qué comprar. El problema son los bachaqueros que acaparan todo.

―Pero, repito la pregunta. ¿Se hacían estas mismas colas hace veinte años?

―Es que antes había menos gente, te acabo de decir. ¿Y tú qué sabes de hace veinte años? ¿Tú te acuerdas?

―Sí, tengo veintiocho años. Me acuerdo de varias cosas.

―Pero seguro no te acuerdas que antes no había precios regulados para que uno pudiera comprar. Antes no había Mercal ni Bicentenario.

―Ya. Entonces, ¿por quién va a votar en diciembre?

―Mira, te voy a decir una cosa. Esta gente no lo está haciendo muy bien. Se están dejando sabotear. Pero yo voy a votar por ellos, por el gobierno. Esto se va a poner peor si carajos como Leopoldo López o el Capriles se montan ahí. ¿Sabes cuál es el problema de ellos? Que solo les duelen los que son como ellos: catiritos, con esas mujeres flacas y maquilladas. ¿Tú crees que esos van a tener una mujer como la mía, india y gorda? Chávez sí era como un padre, ¿no? Como deberían ser los presidentes, pendientes de todos. A mí me duele mucho que se haya muerto, porque era como una inspiración, un héroe. ¿Tú no tienes un héroe?

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―Claro, sí. Entiendo.

“Podríamos decir ―señala Axel Capriles en su libro La picardía del venezolano o el triunfo de Tío Conejo― que, psicológicamente, el héroe es un impulso hacia la acción y la independencia; un factor de decisión, una señal de dirección y orientación hacia logros y metas, un órgano de planificación; es el depositario de la voluntad y la determinación, una capacidad para discernir y también para responder al reto o hacerle frente a situaciones adversas; una fuerza de exploración, expansión, conquista, a la vez que una fuente de confianza en sí mismo.”

―¿Qué piensa de la inseguridad? ¿Ha sido víctima de esto?

―Sí. Bueno, eso es algo que hay que resolver y no han sabido hacerlo.

―Volvamos al tema del golpe, no me respondió si eso fue bueno o malo.

―¿Vas a seguir con eso? A ustedes les gusta caer en lo mismo. Mira, yo sé que un golpe de estado suena mal.

―No es que suene mal, es que hubo muertos, entre otros detalles.

―Siempre hay muertos. Los gringos matan gente inocente para agarrar a sus terroristas, ¿no? Y nadie se queja. Pero entonces uno aquí trata de componer las cosas y vienen con la quejadera. Además, los adecos y los copeyanos también tienen sus muertos.

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―Bien. Por último, dígame algo: ¿usted es un hombre feliz?

―¡Claro! Yo me voy a morir siendo parte de esto. Así como se murió Chávez, en la lucha.

Se supo del señor Augusto que ya no habla con su hijo de sangre.

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