Investigación

Venezuela: “clasismo vive, la lucha sigue”

Hay quienes aseveran la existencia del racismo y clasismo en el país. En tiempos de polarización parecieran guerrear con virulencia. Son dos los bandos con su respectivas banderas y prejuicios: chavistas u opositores, negros o blancos, ricos o pobres 

Composición fotográfica: Mercedes Rojas Páez-Pumar
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Cuenta la leyenda que Hugo Chávez se instaló en el imaginario colectivo y escindió a Venezuela en dos bandos que se odian irrefrenablemente. Pero una mirada atenta hacia el pasado de la flamante república del petróleo y de las misses da cuenta de un desamor tan largo como toda historia del desamor, del rencor y de la intolerancia. ¿Es racista el venezolano? ¿Es despiadado a la hora de elegir o descartar a la gente dependiendo de sus orígenes económicos? ¿Desde cuándo rechaza a ultranza al que supone diferente a su estilo de vida? Víctimas o victimarios, el criollo vive en los derroteros de una relación amor-odio con sus compatriotas, entre la culpa burguesa y el resentimiento comunista, entre el clamor del pueblo reivindicado por Chávez y el escualidismo de la clase media a punto de desaparecer.

Así, la convivencia con el otro adquiere matices violentos bajo los velos más insospechados, entre ellos la desconfianza y el ensañamiento producto de prejuicios sociales, económicos e incluso sexuales. Sí, a estas alturas. Desde “todos los negros roban al todos los blancos son sifrinos”, pasando por una nueva forma de intolerancia a la opinión ajena, donde el que se va del país ya no tiene derecho a comentar la realidad nacional o donde el que se queda es un fracasado sin remedio. Los prejuicios construyen muros de contención y defensa pero también elaboran el infierno de todos los días.

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Los síntomas

I

—En la escuela de Historia de la Universidad Central de Venezuela se burlaban de mí porque desde niña he tenido chofer y jardinero, y la verdad es que nunca me permitieron integrarme al grupo ―confiesa Ana María Pardo, profesional por méritos propios y heredera de algunas propiedades familiares.

—Recuerdo sobre todo a un compañero que me dijo que él era chavista porque se oponía a todo lo que representa mi clase. Curiosamente lo último que supe de él es que tiene un cargo muy importante y que vive en una quinta preciosa en una zona de quintas preciosas. Sucede algo similar cuando voy al centro de Caracas: me interrogan, me miran feo, que por qué tengo la piel tan blanca, que si estoy perdida, que mosca. ¿Se supone, además, que tengo que sentirme culpable por mis privilegios? Que yo sepa todo lo que tenemos lo ganamos trabajando y que yo sepa la empresa de mi familia ha generado muchos empleos y beneficios.

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II

Lucía Nunes explica lo siguiente, por su parte:

—Mis padres son portugueses, toda la vida hemos vivido en Los Magallanes de Catia donde mi papá tiene una panadería. Y todas las mañanas era lo mismo cada vez que bajaba al metro para ir a la universidad: me llamaban “pote de leche”, “muerta”, “la novia cadáver”, o me amenazaban con cortarme la cara por sifrina.

III

—Yo presiento que el vigilante de Famatodo siempre me persigue porque soy negra ―manifiesta Yara Marcano, doméstica de Barlovento.

—Pero fíjate que una vez atendí la casa de una doctora, una catirota ella, a la que le encantaba robarse el maquillaje de Farmatodo o los melocotones del supermercado. Y yo nunca me he robado nada. Yo vivo tranquila.

IV

—Una vez tuve que terminar con una novia porque la familia se opuso a nuestra relación, para que veas que eso sigue pasando ―atiza Julio Peña, contador graduado con honores, de orígenes humildes que se remontan a Caripito.

—Yo era muy café con leche para ella, y para rematar, solo era cajero de un banco, mientras que en esa familia había puros médicos. Yo entiendo que uno quiera lo mejor para sus hijos, pero ¿en serio? ¿Acaso yo era tan mal partido? Incluso supe después que una amiga le preguntó que si de verdad estaba dispuesta a tener hijos morenitos. Mi novia era tremenda profesional y yo creo que juntos hubiésemos podido trabajar mucho para salir adelante. Porque yo no soy ni bebedor ni mujeriego ni vicioso. Yo quería casarme con ella para hacerlo todo legal y bien bello. Pero al final ninguno aguantó tanta intriga. Ahora tengo un trabajo mejor y gano muy bien, quisiera llamarla pero en el fondo como que terminé cogiéndole rabia a toda esa gente. Después no quieren que venga un carajo como Chávez a ganar elecciones ofreciéndole dignidad a la gente. Y ojo, yo no voté por Chávez ni justifico nada de esto, pero no me cuesta mucho ponerme en el lugar de la gente que piensa así.

V

—En mi familia solo dos hemos ido a la universidad y tenemos buenos trabajos ―aclara Julieta Vázquez, abogada y estudiante de Ciencias Políticas.

—El resto se la pasa diciendo que ahora nos la tiramos de una vaina pero cuando necesitan plata vienen corriendo a casa de uno, ni siquiera a pedir un favor sino con esta actitud de que estamos obligados a resolverles el problema. Para ellos somos los escuálidos, además. Nos culpan de querer ser como Capriles.

VI

—Yo estudié en un colegio privado de Puerto la Cruz ―agrega Yerson Finol.

—De niño me decían “mono”, “indio”. Yo me vengaba diciéndole “catirrucio” y “pote de leche” a un chamito hijo de españoles.

Erik del Búfalo, profesor de Filosofía de la Universidad Simón Bolívar y fotógrafo, twittero del acontecer político nacional, introduce una lectura que va más allá de estos quince años de fractura sociopolítica. “Pienso que el clasismo, como discriminación de una clase por otra, y que no necesariamente es de la más alta a la más baja, no explica en términos generales los prejuicios estructurales de nuestra Venezuela actual. La ruptura del vínculo social entre pobres, clase media y ricos no explica mucho, a mi entender. Tampoco el racismo por sí mismo. En Venezuela existe un desprecio por el otro que está entre el clasismo y el racismo, sin que se pueda reducir a ninguno de los dos. Si estuviéramos en el siglo XIX hablaríamos del “problema de los pardos” en relación al proyecto republicano. El orden de nuestros prejuicios constitutivos viene del siglo XIX , y es algo que nuestra terrible guerra federal no acabó sino suspendió. Tanto es así que nuestro bolivarianismo es signo de ello. Cuando Guzmán Blanco inventa que somos todos “los hijos de Bolívar”, lo hace porque es la única manera que encuentra de unir a pobres y ricos, negros, pardos y blancos bajo un mismo manto republicano. Si yo pudiera abusar de los términos te diría que en Venezuela hay una especie de xenofobia nacional, como si el país estuviera dividido por dos grupos pseudoétnicos irreconciliables: los pardos de los cerros y los blancos de la ciudad urbanizada. El ‘éxito’ político del chavismo se basa en haber entendido esto muy bien. Todo ello es políticamente incorrecto, lo sé, y hasta ficción, quizás, pero esa ficción, más que el simple clasismo,  me ayuda mejor a entender nuestro país profundamente fracturado”.

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Para Miguel Ángel Campos, sociólogo y ensayista, en su libro La fe de los traidores, el asunto estriba en el espíritu igualitarista del petróleo que cambió la camaradería recelosa de la fragua independentista por una bulliciosa hermandad de corrupción, sumisión e hipocresía. “Suele también argüirse, a manera de blasón, la vocación no clasista de la sociedad venezolana. Se cuenta por allí, en alarde de purificación, que no somos racistas, y otros cuentos de fraternidad. Se nos eleva a modelo avant garde frente a los taciturnos peruanos y sus cholos, los mexicanos y su mande usted, los colombianos y la ridícula pedantería de sus doctores y arquitectos: en realidad, es que no tuvimos oportunidad para desarrollar estos procedimientos diferenciadores. El mantuanaje extinguido, los alfabetizados olvidando las letras para salvar la vida, los indios reducidos a los confines de la selva: todo es como la anticipada amputación de un miembro del que nunca conoceríamos el valor de su función. Por último, la riqueza que adviene con el petróleo debilita las nociones de jerarquía, aunque fortalece el prestigio como contrato. El fin del caudillismo como modelo, no como práctica, y la paz, son así obra directa del petróleo. Todas esas razones constituyen los nada esotéricos estructuradores de una conducta que se intenta mostrar como voluntarista y asociada a míticas virtudes de la gens”.

Resta descubrir si a merced de las directrices económicas impuesta por el gobierno todavía podremos hablar de clases sociales y no de masa informe que alguna vez pudo llamarse ciudadanía.

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