Sociedad

Viajar para trabajar en dólares y volver para gastarlos

La necesidad de ahorrar en dólares ya no se remite únicamente a su compra en el mercado negro. Hay venezolanos que aprovechan las vacaciones para salir de las fronteras y trabajar a cambio de billetes verdes que puedan aumentar su capital en papel moneda venezolano cuando vuelven al país

Composición fotográfica: Andrea Tosta
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Con una inflación de 720% para el cierre de 2016 proyectada por el Fondo Monetario Internacional, existen venezolanos que se hartan del ínfimo poder adquisitivo de la moneda criolla. Incluso a pesar del anuncio dado por el Banco Central de Venezuela (BCV) este 8 de diciembre, en el que el presidente de la institución Nelson Merentes presentaba el nuevo cono monetario con un billete de 20 mil bolívares, hay quienes optan por ahorrar en moneda dura y trabajar temporalmente en función de ella.

No hay descanso si se quiere combatir la pelazón. Por eso muchos venezolanos profesionales optan por descartar las vacaciones en su país para cruzar las fronteras y trabajar de forma ilegal en países con una economía estable, así sea por un ratico. Un boleto de avión a Estados Unidos, por ejemplo, es una apuesta que conduce a un mercado competitivo. Carmen* lo sabe. Partió hace una semana a Nueva York, sacrificando navidades con su familia, para trabajar durante algunas semanas, ahorrar en dólares, y delinear su proyecto a mediano plazo: emigrar.

Al igual que la gran mayoría de quienes trabajan ilegalmente, Carmen se esconde en el anonimato. Lo hace por miedo a la competencia de las autoridades gringas, que ha sabido sortear en los pocos días que lleva viviendo allí con visa de turista. “No tener papeles es una dificultad increíble. Eso te obstaculiza todo, porque trabajo hay demasiado, no te puedo explicar. En Manhattan, en el 70% de los sitios a los que entro preguntando si necesitan a alguien, necesitan. De anfitriona, de mesera, de bartender, de ayudante de bartender, de todo”, cuenta la estudiante de Comunicación Social.

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A casi seis horas en avión de su familia residenciada en la capital de Venezuela, Carmen se dedica a atender clientes en un Sports Bar de la llamada capital del mundo, trabajo que consiguió al día siguiente de su llegada. Subsiste a base de propinas con las que paga su manutención y hospedaje, evadiendo caros sitios turísticos, y esperando saldar pronto la deuda que el boleto de avión de 449 dólares dejó en su cuenta de ahorros. “Yo pensaba que trabajaría de mesera, porque no entendía de qué iba la cosa. La cosa es que si te invitan un trago, te dan 10 dólares por cada trago que te inviten. Y yo dije ok. En verdad, esa era mi paga. A eso le dicen bar bait o ‘carnada’”, explica la joven de 23 años. Por cada trago que le invitan, ella sonríe, asiente y se embolsilla diez dólares: 40 mil bolívares al cambio, aproximadamente. Sin embargo, los niveles de alcohol en sus clientes la hacen propensa a hombres sin filtro. “Los tipos se van poniendo cada vez más borrachos. Así como tienes clientes agradables que se ponen a hablar contigo de deportes, también tienes clientes babosos y asquerosos. Sin embargo, es un trabajo, los managers te cuidan al menos en ese sitio”, explica.

Son venezolanos que no emigran de a ratos, escudándose en los plazos vacacionales para trabajar bajo cuerda, aprovechando que la estadía como turista puede extenderse hasta seis meses. En el poco tiempo que Carmen acumula viviendo en Nueva York, ha visto cómo las puertas se abren si se tiene la mejor disposición y un buen inglés.

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Cristina* no tiene que lidiar con ebrios que compliquen su labor. Al otro extremo de Norteamérica, lleva dos temporadas vacacionales trabajando en dólares para luego vivir en bolívares. “Estaba saliendo de un trabajo y mi mejor amiga de la universidad me comentó que su hermano necesitaba a alguien que lo ayudara a cuidar a sus hijas. Ellos vivían en California, Estados Unidos. Fue más su idea que mía. No estaba consciente de lo chévere que podía ser en el sentido económico. Lo hice porque estaba sin trabajo y así aprovechaba y practicaba mi inglés”, explica la joven de 28 años.

Apenas llegó a la casa del hermano de su amiga, en Santa Clara, California, descubrió las pocas dificultades de su trabajo: su tarea se reducía a cuidar a dos niñas de 4 y 5 años, solo cuando estuvieran en casa. “Hacíamos cosas divertidas. Como vivía con ellos, a veces también ayudaba los fines de semana porque estaba allí, aunque los tenía libres”. Como nanny, Cristina acumulaba mensualmente 700 dólares mientras trabajaba con visa de turista. Explica que se ahorraba los gastos de manutención, pues vivir con la familia de las niñas que cuidaba le aseguraba un techo y sus tres comidas. Sin embargo, su ganancia fue prácticamente nula: “En el pasaje ida y vuelta gasté 1100 dólares. Esa vez tenía Cadivi, con eso pague el pasaje y me sobró un poquito. Habré gastado como mil en comprarme ropa y pasear y me quedaron mil dólares que me traje”. Esos mil verdes hoy equivalen a unos tres millones de bolívares.

La experiencia de trabajar tres meses en Santa Clara, cerca de San Francisco, le bastó para convencerse de trabajar por fuera de la ley gringa de nuevo. Este año viajó a nuevamente a California para ayudar a una empresa de envíos de productos venezolanos en Estados Unidos. Actualmente, se encarga de armar los paquetes de chucherías, maltas, refrescos y demás productos criollos, para luego llevarlos al correo. “No es un trabajo matador, ni este ni el del año pasado”, cuenta Cristina, resaltando que ocho horas laborales y cinco días a la semana le aseguran 1100 dólares al mes, casi 50 veces un salario mínimo en Venezuela, país donde incluso gana menos de lo establecido por la ley con el negocio familiar al que le apuesta: un campamento vacacional.

Encargada de los presupuestos para temporadas de asuetos, Cristina ha visto cómo el sueldo que genera su negocio en crecimiento se incrementa de a poco, de diez mil en diez mil, aunque su capacidad de compra no se robustezca. Durante los primeros tres meses de 2016, ganó 20 mil bolívares. Pasó un semestre ganando 30 mil hasta llegar a los 50 mil que gana actualmente. “Por eso es la idea de tener tres meses libres para venir a Estados Unidos a trabajar mientras que saquemos el negocio adelante. Por cada dólar es un pocotón de bolívares. Ya por ahí a simple vista vale la pena. Siendo exagerada, pudieron ser 600 mil bolívares ganados este año con el campamento, con los eventos y temporadas especiales que generan dinero extra y pienso ahorrar unos 1.500 dólares esta vez”. Cristina se siente afortunada. Con las estimaciones actuales de Dólar Today, la joven podría ahorrar más de lo que generaría con su negocio familiar en décadas, con su sueldo base actual, temporadas especiales incluidas.

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A Ana* le dolía cada dólar que no lograba ganar cuando trabajó en una mini tienda en Miami, Florida, este verano. La estudiante de Medicina de la Universidad del Zulia (LUZ), quien conocía la experiencia a través de su novio, descubrió los colores de la explotación laboral en Estados Unidos, al viajar para tratar de «hacer un dinerito».

Su primera vez en Norteamérica se convirtió en un suplicio de siete semanas. Tras una vuelta de reconocimiento el día anterior, se paseó por los pasillos del Miami International Mall preguntando quién buscaba nuevo empleados y dejando su número de teléfono y su dirección. Incluso, tuvo la oportunidad de escoger dónde trabajar, pues recibió dos ofertas laborales ese mismo día: “La primera, que fue la que escogí, era una tienda de venta de almohadas y sábanas de fibra de bambú. Cuando la manager de la tienda me empleó me dijo que el training lo hacía por dos semanas, ahí ganaba solo por comisión y, si me gustaba, comenzaba a ganar básico más comisión. Ahí me emocioné. La otra tienda que me llamó del mismo mall pagaba solo por comisión. El de las almohadas era más atractivo, pensé en mi ingenuidad, creyendo que el sueldo base iba a ser 7, 8 dólares la hora. Para mi sorpresa, luego de las dos semanas, la manager me dice que son 4 dólares y quede súper decepcionada, indignada. No era lo que yo quería, pero ni modo, me había gustado. Me dijo que me alcanzaba pero ella sabía que no, que estaba explotando a las personas”.

Aprendió a manejarse con clientes internacionales y a tener respuestas acertadas para cualquier pregunta con su inglés medianamente hablado. Se desenvolvió en un horario de ocho horas de lunes a viernes siendo vendedora. “Hacía realmente de todo. Abría la tienda, a veces la cerraba también. Organizaba la tienda. De todo”. Pero la multitarea no era su mayor preocupación, sino ganarse el pan diario a punta de comisiones. “Unos días la comisión era del 5% de lo que vendiera y otros 20%, que eran los lunes y los martes, los días en que eran peores las ventas. Era un trabajo muy estresante, tenía una presión psicológica que no te puedo explicar. Mi jefa me decía que si había ido a perder el tiempo. Las ventas son muy subjetivas. Un día podía vender un producto costoso y ganaba buena comisión. Había días en que ganaba 90 dólares y había otros en que no ganaba nada”. Con esa irregularidad en las ventas, acumulaba un promedio de 32 dólares a la semana que se desvanecieron al mantenerse en Miami: “Fue muy poco lo que pude ahorrar. En el pasaje gasté 400 dólares y en la manutención 800. Me traje apenas 100 dólares de lo que hice con mi trabajo”. Ana aró en la arena esas vacaciones.

De acuerdo con el economista Ronald Balza, no se podría afirmar que se pierde capital humano cuando el venezolano se va por temporadas a trabajar fuera del país. Sin embargo, afirma que Venezuela se perfila como un “país dormitorio”: «En el estudio de las migraciones están las migraciones switches, que son las ciudades dormitorios. El problema que surge en este caso es que mientras más lejos esté la fuente de trabajo, más complicado será para el venezolano. Se puede lograr para cierto tipo de empleo que no requiere capital humano específico y sin relaciones de confianza fuertes. También puede estar controlado por el sistema que los emplea”. Apunta que el sistema no se puede reproducir en modo masivo. “Es una apuesta que muchos hacen”, explica Balza. Apuesta que se exacerba de a poco mientras las posibilidades de ahorro se materializan.

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Sin expectativas ni planes mayormente trazados, Carolina*, periodista de profesión, emigrará por tres meses a Miami, Florida, para empaparse de esa suerte de la que ha escuchado hablar. “Tengo varios amigos allá que he contactado, que con visa de estudiante lograron hacer dinero en lugares donde no trabajaron dentro de una nómina. Como ya estabilizaron su estatus, dejaron esos puestos de trabajos libres. Creo que puedo reemplazarlos, ya sea de mesonera, asistente en cocina, lavando platos, como secretaria, asistente o escritora freelance”.

Cansada de estirar el sueldo para poder tener las tres comidas diarias en Caracas, Carolina, de 28 años, espera hacer un capital que le permita valerse económicamente por sí misma. No quiere depender más del sustento de sus padres. Vivir en la ciudad capital lo ve factible pero con trabajos en paralelo a su labor periodística que ejecutará esta temporada vacacional. “Quiero mandar dinero a mi familia también, a mi madrina en Colombia y a mi hermano, acá en Caracas”. Emigrará a finales de 2016 “a ver qué surge”. “Esto se veía en el país, pero en dirección contraria. A Venezuela venían colombianos que trabajaban como ‘braseros’, hacían trabajo de cosecha. El bolívar era más fuerte que el peso colombiano en aquel entonces. Ahora nos está tocando a nosotros”, dice el economista Balza.

Cristina, con un campamento vacacional que mantener, encontró la gallina de los huevos de oro en Estados Unidos. Seguirá viajando con su visa de turista mientras no pueda sustentarse únicamente con su negocio familiar que genera más costos que ganancias. “Haces un presupuesto y a lo mejor sube el dólar y ya no te alcanza. No sé si al final podré vivir del negocio. Honestamente, no creo, pero me emociona, me motiva. Cualquier persona que está echándole pichón acá piensa lo mismo y así ya tienes una base más establecida. Si Venezuela no estuviera tan mal probablemente no lo hiciera”.

Carmen tiene varias maestrías en mente con su carrera casi finalizada y piensa acumular lo suficiente para, al menos, considerar aplicar a ellas. “Siento la necesidad de trabajar acá porque no puedo ahorrar en Venezuela ni un bolívar. O sea, hoy ahorro y al día siguiente no me vale nada por la devaluación. Para qué me voy a matar trabajando en Venezuela para tener un dinero que no me va a servir de nada, no voy a poder comprar nada, no voy a poder invertir en nada”, se queja.

Por su parte, y a pesar de haber vivido una experiencia traumática, Ana agradece los casi dos meses en que se sintió productiva lejos de los libros de anatomía, en los que prefirió generar ingresos a disfrutar sus vacaciones en Puerto Ordaz, de donde es oriunda. Sin embargo, tiene su norte claro: “No me veo nunca en la vida trabajando como una empleada de más bajo rango porque ganas un sueldo muy bajito. Mi idea es agarrar fuerzas y partir de ahí. Quiero planteármelo otra vez porque aprendí de esta experiencia, no había ido nunca a Estados Unidos, ni conocía las opciones de trabajo que conocí. En un año me gradúo de Médico. Mi vida no se resume en ser una simple empleada, sino ejercer la Medicina. Sería un simple pasito”.

*Todos los nombres fueron cambiados a petición de los entrevistados

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