Íconos

Yliana Yépez: coleccionista de actitud

Aunque su nombre ahora espejea en las páginas de moda, Vogue incluida, Yliana Yépez tiene 20 años haciendo lo que sabe: construir carteras. Esta diseñadora se ha ganado a pulso un lugar en una de las industrias más competitivas del mundo. Ahora vuelve a profetizar en su tierra con la inauguración de su primer espacio en el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar

Fotografía: Conrado Veliz
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Yliana Yépez irradia elegancia. Su mirada derrocha clase, y su sonrisa caché. Verla es escuchar el taconeo de una mujer imponente que se acerca. Oírla es sentir a Caracas muy cerca por ese acento tan cantado, tan nuestro. Ella diseña bolsos, pero no cualquier bolso. Se tratan de esos que usan Lady Gaga, Olivia Palermo y Demi Moore en la alfombra roja. Esos que las celebridades se engarzan en las manos con ring: “¡Yliana! Muero por ver cómo nos sorprenderás con la próxima colección”. Ella es constancia, también disciplina. No hay quien no la considere “organizada”. Sí, nació con suerte, pero no de la que es cliché. Ella le hace caso a su “corazonada” y a su instinto perfeccionista. Grita “gánate y prepárate para las oportunidades”.

Su manera de vestir tiene aires clásicos y refinados. Es fácil imaginársela por las calles de New York camino a su oficina con vista a la 8va Avenida. Recrearla sentada en su escritorio viendo cómo luce su cartera «Mini Giovanna” en las páginas de Vogue. Ella es chic, ama el invierno y sentarse en Sant Ambroeus a hablar de negocios. Sin embargo, su piel, melena y carisma hacen juego con el trópico, sobre todo con Caracas. Su modo de ser la delata: ella rumbeó en el Le club. Y sí, lo confiesa, también lo hizo en el antiguo Weds. Y bueno, extraña la carne molida, el pabellón, el pollo guisado y las tardes de amigas en el C.C.C.T. Es criolla, pero también mujer de mundo. Tomó lo mejor de todos esos lugares a los que ha pertenecido e hizo algo único, su marca: Yliana Yépez.

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Tiene carácter, también adicción al limpiador “Fantastik” —se ríe mientras lo cuenta y asegura que será un tubazo. Deja colar como si recordara las imágenes de cuando soñaba ser una de esas mujeres con coraje e independencia profesional. Aquellas que se pagaban la pinta costosísima. Confiesa haberse convertido en una de ellas. Se desenvuelve en una industria que es considerada “banal” y no le da miedo decir con firmeza que sus creaciones son producto de mucho trabajo y conocimiento. Cero superficial. Los 20 años en el negocio no son casualidad. Cada raya, color o material en sus carteras tienen un motivo, una razón de ser. Ha pasado la mitad de su vida en el business de los accesorios. Conoce de memoria el olor del cuero y entiende cuál es su audiencia. Comenzó desde muy joven en la moda y desarrolló no solo el olfato, también la vista y el tacto.

Una niña grande

La ciudad en la que vio la luz por primera vez fue París –quizá por eso se confiesa romántica. Sus padres, ambos intelectuales, estudiaban en Francia cuando la menor de las Yépez nació. Al finalizar los posgrados regresaron a Venezuela. Desde pequeña sus dos hermanas le decían: “eres la más consentida de todas”. Ser la última también tuvo otras ventajas: “Nací en la época de bonanza de mis padres, pude disfrutar de muchos beneficios que Iraima y Mariela no tuvieron a mi edad”. Los gustos de Yliana siempre fueron selectos. “Desde pequeña, se fijaba mucho en la presencia y el comportamiento de la gente. Ella era una coleccionista de ‘actitud’ ” comenta Iraima, hermana de la diseñadora. Le gustaban las muñecas, pero más las revistas. Se antojaba de las cosas más caras y cuando su mamá le decía que eso era impagable, optaba por hacer una replica de aquel objeto del deseo. Ella no carecería de sus lujos, no.

Los viajes por el mundo que hacía para acompañar a sus padres, en la época que fueron diplomáticos, le abrieron los ojos. “Yo me sentaba por cinco horas sin poder moverme al frente de gente importante. Veía desde cerca joyas, sombreros y cosas muy caras. Yo crecí alrededor de todo eso”, comenta Yliana. Desde China, donde todos vestían iguales, hasta la multiculturalidad de Europa, dejaron una huella o la pretensión que la definió: pertenecer a un mundo glamoroso.

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Más tarde comenzó a modelar. Fue parte de revistas, comerciales y las pasarelas de Ángel Sánchez y  Mayela Camacho en Venezuela. “Recuerdo haberla visto modelando desde muy joven. Tenía esa misma presencia e imagen limpia de ahora”, comenta Margarita Zingg. Mientras, ella copiaba las poses de sus compañeras, también admiraba el estilo de las más seguras y auténticas. “Velaba una cartera de pitón que vestía una de las modelos mayores”, desliza, acaso un guiño del destino. En esa etapa comenzó a estar codo a codo con diseñadores y con gente influyente del medio. “Mis padres no estaban tan contentos. No se veía bien que una niña educada estuviera en eso. Sin embargo pensaban que era un hobbie, agrega. El pasatiempo, con el que podía reunir más dinero y costearse sus antojos, se convirtió en su norte. Salpicada por las cámaras, las luces, el fashion y la atención, desarrolló sus criterios personales. “Mientras todas querían estar súper maquilladas yo prefería algo más bajo perfil. Si las modelos llevaban el pelo largo, yo lo quería corto, si ellas enseñaban mucho yo me cubría. Siempre me gustó algo distinto a las demás”. Fue allí cuando la joven decidió que ella marcaría sus propia pauta y crearía a su medida gracias a los criterios que había desarrollado durante todo ese tiempo.

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Blues by Kyky

A los 23 años nació la primera marca que emprendería como mujer de negocios junto a su socia Karen Kupferschmiedt, Blues by Kyky. Blues, por el tipo de música y KY por la “K” de Karen, y la “Y” de Yliana. “Yo sabía que me gustaba el diseño, y que quería crear algo propio, así que empecé a probar. Primero hicimos unos cinturones para unas amigas y luego nos pidieron más accesorios, así que hicimos bolsos. Poco a poco se fue regando la voz hasta que nos consolidamos”. La marca cobró vida y se instaló en una tienda en el Centro Comercial Sambil, luego en el  C.C San Ignacio. “Creábamos nuestras propias colecciones y también traíamos de afuera”.

A partir de allí empezó a prepararse y a tomarse muy enserio el asunto. “Me adentré con estructura en el mundo del diseño y aprendí sobre cuero y otros materiales”, asiente. Durante 19 años se tambaleó entre ensayo y error. “Uno se equivoca tantas veces por la inexperiencia, pero eso te protege para la próxima vez”. Desde lanzar una colección que no le gustara al público, hasta perder el cuero sobrante de una colección por mal cuidado. “Hacíamos modelos a nuestro gusto, pero no siempre tenían compradores. Muchas veces nos pasaba que queríamos hacer una prenda muy lujosa e invertíamos mucho en ella, pero cuándo sacábamos el precio para venderla era muy difícil que las compradoras pudieran pagarlo”. Yliana insistía en que lo suyo era fino, delicado y que quería mantener el glam.

Después de casi dos décadas, la marca se vio opacada por la situación económica de Venezuela y el control cambiario. “Queríamos mantener la calidad y las expectativas de nuestros clientes, pero no podíamos traer una cartera de 100 dólares y venderla al cambio, nadie pagaría tanto. En 2010, cuando decidí mudarme a New York, pensé en internacionalizar la marca. Karen y yo nos negábamos a que muriera Blues by Kyky, así que hice todo lo posible para manejarla a distancia y ofrecerla a clientes en mi nueva ciudad”.

Pero las circunstancias fueron otras y la tienda se vio obligada a cerrar. Recuerda con detenimiento Yépez:  “Esos días las pasé muy mal, estaba perdiendo eso que había cosechado en mi país. Pero preferimos dejar el nombre en alto a cerrarla en una peor situación. Guardé un luto personal por cuatro meses”.

El sueño americano se escribe con nombre propio

Yliana Yépez se mudó con toda su familia a New York en el 2009. Sus dos hijos y su esposo. Sus primeros pasos estuvieron enfocados en asentar a su familia en el nuevo hogar, encontrar el supermercado más cercano e inscribir a los muchachitos en un nuevo colegio. Como cualquier venezolano que llega nuevo en una ciudad, la diseñadora buscó introducir a los suyos en el sistema ignoto, sobre todo a los niños. “New York es una ciudad que te hace sentir que vas lento en todo momento. Nada más caminar por sus calles te hace sentir presión porque hay un montón de gente a la que no le llevas el paso. Una vez que mi familia estaba cómoda y organizada yo empecé a reprogramar de nuevo mi carrera”. Satisfecha su faceta de madre y representante de familia se preguntó: “¿Qué voy a hacer profesionalmente? Pues lo único que sé: diseñar bolsos”.

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La gente le recomendaba lanzar su propia marca. Aunque temerosa, empezó a convencerse a sí misma. En el trajín consiguió la ayuda de Philippe Soussand, ex presidente de Louis Vuitton en Latinoamérica —quién le abrió las puertas en la gran manzana e hizo que los flashes pusieran el foco de nuevo sobre ella. “Al verla supe que era una de esas personas que sabía lo que quería. Su ánimo y autenticidad me atraparon. Supe que debíamos trabajar juntos”, dice Soussand desde París. “La primera colección tuvimos que hacerla en dos meses porque queríamos estar en el Fashion Week de febrero 2013”, comenta la diseñadora. Y así fue, los modelos fueron presentados en un Showroom  a la prensa y a personalidades. “La gente empezó a felicitarme esa misma noche. Me preguntaban que quién los había diseñado ‘¡Pues yo!’, les respondía”. Se detuvo, después del bululú y con un nudo en la garganta supo que cada segundo, esfuerzo y trasnocho valieron la pena. “A mis 40 años estoy en el lugar correcto”.

La marca debuta en Venezuela con la inauguración de un espacio en el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, de Maiquetía. El diseño del stand es obra del arquitecto internacional Carlos González. La tienda se suma a los puntos de venta que tiene en México, Nueva York, España, París e Italia.

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Red carpet

Así su afición por verse bien se compartió con más personas, hasta llegar a unas manos, siluetas que jamás imaginó. “Siempre recuerdo cuando Christina Hendricks, actriz de la serie Mad Men, entró en una tienda donde Yliana estaba exhibiendo sus carteras y le compró dos. Yliana no tenía ni idea quién era, pero sí notó la reacción de las vendedoras cuando ella entró al lugar. Ella se emocionó porque a una desconocida le gustaron sus diseños, independientemente de si era una celebridad o no. Después nos reíamos solas por lo despistada que es” dice con gracia su hermana, Iraima. Pero la actriz no fue la única, Yépez saboreó “The Edge of Glory” cuando se dio cuenta aquella noche de los Grammys de que la cantante Lady Gaga estaba usando uno de sus sobres. “Estaba sola con mi padre cuando vi la foto y empecé a saltar de la emoción. Él no tenía idea de lo que yo le decía porque no sabía quién era Gaga”. Ahora lo sabe.

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Tres años lleva la marca y nueve colecciones —los sobres siguen siendo sus favoritos. Se confiesa: “Soy una persona mucho más madura y con un sentido más profundo de lo que quiero y cuales son mis prioridades”. Hoy reconoce que ama una de sus colecciones más recientes Maleficent y re ríe cuando dice que sabe que la musa se sentó de su lado para diseñar esas carteras. ¿Confías en ti misma? Responde con seguridad: “¡Claro! En eso estoy”. Se nota feliz mas no le gusta que la tilden de “niña bien” o que digan que lo consiguió todo fácil.

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