Sociedad

Yo no vuelvo, ni que caiga Maduro

Con cada resultado electoral que luce victorioso para el gobierno chavista, las conversaciones sobre irse aumentan. Y quienes están afuera blanden una idea: volveré pero cuando haya un cambio. Una promesa con pies de barro, en muchos casos

Texto: Ketherine Ledo | Gif: Iván Zambrano
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Son muchas las lágrimas las que han corrido por su rostro. Estar lejos de sus familiares solo le ha reafirmado cuánto los quiere. Dejar su casa, su rutina, su vida -la que vivió durante 52 años en Venezuela- ha sido duro. Hoy, año y medio después de haber llegado a los Estados Unidos, finalmente María Liliana Puerta, siente que el agua del río comienza a agarrar su cauce.

Duro. Es la palabra que usan los venezolanos para describir su mudanza, como si les hubiesen dado un guion para que repitan lo mismo cuando se les pregunta. Alejarse de los seres queridos, guardar el título universitario en una gaveta, dejar la carrera por la mitad en otros casos, aprender un nuevo idioma, conocer otra cultura, inclusive adaptarse a otra comida y clima, es un reto que cuando por fin comienza a ser superado algunos no se exponen a experimentarlo de nuevo.

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“Algún día, en muchos años, volveremos a Venezuela, pero solo a visitar a nuestra familia, ¿pero irme para comenzar otra vez? No, eso sí que no lo pienso yo, ni mucho menos mis hijos”, sentencia María Liliana. Y lo mismo piensan otros venezolanos que han emigrado de esa tierra en busca de un mejor porvenir. No piensan volver “ni que caiga Maduro y se monte Capriles”, decisión que en muchos casos es duramente criticada por aquellos que “sí aman esa tierra y que no son unos apátridas”, como evidencian sendos debates en las redes sociales.

Encontraron lo que buscaban

La casa de tus padres. Un lugar donde te quedas unos cuantos días cuando vas de visita y donde comes la comida rica que tu mamá te prepara. Eso es Venezuela para Eduardo Santana. Es un sitio donde la pasa bien durante unas semanas, pero que después de un tiempo ¡ya no más! Tiene 45 años y ha vivido los últimos 25 en Estados Unidos. Para él, la posibilidad de volver no existe “ni de vaina”. “Venezuela es un lugar bonito donde me gusta ir de visita, donde la paso chévere visitando a mis amigos de la infancia, donde voy a la playa y la paso muy bien; pero no es el país donde quiero vivir de manera permanente porque no me brinda nada de lo que me gusta que es seguridad, progreso, orden y calidad de vida, cosas que sí tengo en New Jersey, donde vivo”, sentencia.

La realidad de Eduardo es muy distinta a la de los miles de venezolanos que han salido del país en los últimos años. Él se fue hace 25 años de su tierra natal, antes de que el chavismo alcanzara el poder, en busca de una aventura. Seis meses después, decidió que el sitio donde quería estar no era Venezuela. «Yo tengo dos cosas aquí que no las cambio por nada: seguridad y calidad de vida, y eso me hace ser un hombre feliz. Me gusta este sistema y me he adaptado muy bien a él. No hago vida con latinos porque la gran mayoría no se adapta a este estilo de vida, y entonces quieren vivir como lo hacían en sus países y eso se traduce en infligir las normas y ese desastre y bochinche a mí particularmente no me gusta. Me relaciono con americanos y así me va bien», pontifica.

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A los 30 años Iván Villasana, contador público, tenía mucho más de lo que todos sus conocidos contemporáneos podían ostentar. Un apartamento propio ubicado en una buena zona del estado Carabobo, un vehículo nuevo, un buen puesto de trabajo en una empresa renombrada. Tenía la vida que deseaba tener, resultado del trabajo incansable hecho desde que se graduó de la universidad. Pero su panorama cambió. La inflación ganó terreno y su bienestar se fue arrinconando. Ya el dinero no alcanzaba para salir a compartir en reuniones sociales, se comenzó a hacer difícil costear la mensualidad del gimnasio, pagar el seguro del carro, salir del país de vacaciones. Ya su sueldo, muy por encima del salario promedio, dejó de alcanzar.

Iván no se resignaba a perder lo que tanto trabajo y esfuerzo le había costado. Tampoco quería sobrevivencia y sometimiento, la esclavitud del bocado. Lo pensó mucho, pero el impulso fue definitivo: compró un pasaje y se fue a vivir a Santiago. Han pasado 10 meses. “Yo veo a Chile como Venezuela pero con todo funcionando”, suelta. Se insertó al mercado laboral como recepcionista en un hotel, donde también asumió tareas menos glamorosas. Ahora trabaja como contador en una empresa grande, donde ha ascendido y es jefe de seis chilenos. “Yo no contemplo mi regreso a Venezuela ni de vacaciones, pues un pasaje para allá está por encima de los 700 dólares, con menos dinero que ese puedo ir a otra parte del mundo que no conozca donde me pueda divertir más. Viví 30 años allá y conocí lo que iba a conocer. No necesito amarrarme la bandera del cuello e ir a sufrir por Venezuela”, afirma con voz pausada.

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Sus metas en este momento son otras. Expatriar a su propia madrees la más urgente y la que aspira cumplir en septiembre. La mujer, con más de 60 años, tendrá también que comenzar de nuevo, junto a sus dos hijos porque el hermano mayor de Iván también arribó a Chile en abril pasado. “No me pesa, no lo extraño, a veces quisiera compartir los sábados y los domingos con mis amigos y familiares, eso lo añoro, pero el país como tal no me hace falta. No contemplo volver porque personalmente no visualizo el cambio. En mi mente no se dibuja ese panorama de un nuevo país, con una economía estable, un nuevo gobierno y las cosas funcionando y como no lo veo, pues por mi mente ni se cruza la idea de volver”, sentencia. Tampoco, la de saltar de nuevo: “Mi plan inicialmente era venir a Chile y de aquí a Estados Unidos, pero empezar de cero fue muy duro y no pienso volverlo a pasar”.

Con la piel más dura

No querer volver y decirlo causa escama y genera discusiones. Alberto Barradas, psicólogo clínico reconocido por su cuenta en Twitter @Psicovivir, explica que el proceso migratorio por lo general es permanente, pero también depende de las condiciones en las que se haya tomado la decisión de emigrar a otro país. “Si una persona se fue buscando escapar del caos que existe actualmente y dando un espacio de tiempo para que la situación mejore; es muy probable que regrese cuando las cosas cambien. Pero si una persona se fue buscando desarrollo, mejor calidad de vida, orden, seguridad; una vez que se adapte al sitio que le está brindando eso, esa persona no va a volver a su país de origen porque sencillamente sus planes desde el principio eran buscar algo que en el lugar donde estaba, en este caso Venezuela, no encontró”, detalla.

El especialista recuerda que «los venezolanos estamos nuevos en este asunto de emigrar en comparación con países como Guatemala, Honduras, México, o países europeos como Alemania o España, que tienen muchísima experiencia en emigrar, y la experiencia de ellos nos demuestra realmente cómo son las cosas. Por ejemplo, un mexicano se va a Estados Unidos con la idea de nunca regresar y ese mexicano se queda mandando remesas a su familia y ayudándolos cuanto puede, y lo mismo hace el hondureño, el salvadoreño; generalmente lo hace el centroamericano que emigra a los Estados Unidos. Si tú les preguntas a ellos te dirán lo mismo y no tienen ese conflicto emocional. Y cuando les preguntas cuánto tiempo tienen en los Estados Unidos te das cuenta que tienen muchísimos años ahí».

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Por eso, Barradas apunta que son personas que pueden querer y extrañar a su país, que pueden ir de visita, pero que no se plantean el regreso. «Eso no los hace apátridas o no quiere decir que no quieran a su tierra”.

Ilusiones en veremos

Gabriel Sanz tenía una empresa próspera. En la compañía familiar, cumplía su rol en vísperas de la jubilación de su padre. Pero la economía socialista detuvo la producción y la empresa se fue a pique. La marea les ganó y los empujó a otras orillas, pasajes aéreos de por medio, en España. Con su esposa y dos hijos pequeños puso rumbo al territorio al que tenía entrada pos u doble nacionalidad. Desde allá, en Madrid, espera que el gobierno venezolano “caiga” y que, al mismo tiempo, la economía se levante. Él quiere volver a Venezuela. “Cuando el Gobierno cambie son muchas las oportunidades que se van a abrir para los empresarios, y seré yo el primero en estar ahí para aprovechar todo lo bueno que va a suceder”, promete. No sería su primer regreso. Hace algunos años, más joven y con menos “cargas”, retornó a Valencia, en Carabobo, luego de más de un lustro en España.

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Para el psicólogo Barradas el tema de reconstruir el país suena muy bonito, pero en la mayoría de los casos no es más que una aspiración. “Muchos de los que están afuera hablan de volver para levantar a Venezuela, pero toca ver si de verdad cuando este régimen caiga se van a regresar a echarle pichón aquí. Los que lo hagan habrán cumplido su promesa y los que no, y se daban golpes de pecho y juzgaban a los que decían que no volvían con la cara lavada, simplemente demostrarán que son unos hipócritas”.

Además, podrían presentarse enfrentamientos con el consabido “yo sí me comí todas las verdes” como escudo. “Es un proceso que suena terrible y que muchos dirán que no va a suceder ‘porque el venezolano no es así’, pero va a suceder porque psicológica y sociológicamente el ser humano funciona así”, expone. Por eso llama a tener resistencia y resiliencia ante el juicio ajeno. “Tú inmigrante que no quieres volver, no seas tan vulnerable, hay que tener coraza y eso tiene que ver con el autoestima”.

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