Todos los que hicieron la cola lograron entrar al Cuartel de la Montaña. Cuando murió el ex presidente Hugo Chávez las calles alrededor de la emblemática construcción se inundaron de personas y no se veía el pavimento.
De ahí en adelante, la tumba de Chávez se convirtió en el ombligo del chavismo.
Miles acudieron entonces a ver la tumba del fallecido. Hombres y mujeres soltaban lágrimas y alaridos ante la pérdida. Le juraron amor y lealtad eterna.
Dos años después, los que salían antes de que se acabara la ceremonia, se secaban el sudor de la frente y decían que «qué gentío hay allí adentro, no cabe ni un alma». Funcionarios y público llenaron el recinto. Pero nadie se quedó afuera.
Bajo un toldo blanco, chavistas hacían la fila mientras esperaban a que llegara el presidente Nicolás Maduro de la Plaza Bolívar. Había más mujeres que hombres. Gritaban por Chávez: «¡Yo amo a Chávez!». No mencionaron a Maduro. Tampoco se vieron pancartas del actual presidente.
La lona puesta a la derecha de la calle que lleva al cuartel nunca se llenó.
Tres pantallas se enfilaban a lo largo. Frente a ellas, madres con sus hijos y señores con brazos cruzados miraban los televisores y charlaban animados. Los nombres siempre venían antecedidos del organismo al que representaban: «Yo soy Carla de Mercal. Aquí representando».
Antes de que comenzaran a subir las camionetas con los funcionarios públicos de alto rango, las Kawazaki negras y plateadas de los escoltas llenaron la calle.
El público no tuvo que esperar mucho. Desde que terminó su discurso en ese primer evento en el centro, hasta que pasó la camioneta gris por la última curva que sube a la tumba del ex presidente Hugo Chávez, pasaron solo 20 minutos.
Con Cilia Flores de copiloto, Maduro manejó hasta las puertas del Cuartel. Su esposa saludaba con el vidrio hasta la mitad.
Algunos gritaron de la emoción al verlo pasar. No obstante, «no se puede comparar al sentimiento de cuando Chávez vivía», dijo un hombre con la camisa de los ojos del ex presidente. «Más presidentes son los escoltas», opinó una señora de aproximadamente 50 años que dirigía el tránsito.
Un mototaxista que vive cerca del Cuartel admitió que «el año pasado fue igual, no vino casi gente». «Ya no es lo mismo sin Chávez», aseguró el joven.
A las 4:25 pm se escucharon el cañonazo, los fuegos artificiales y detonaciones secas. Los pocos que quedaban afuera, acompañaron esos sonidos con sus voces.