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Cómo cruzar entre Colombia y Venezuela por el Orinoco

Este es el testimonio de una mujer que emprendió el retorno a Venezuela por la "trocha fluvial" del Amazonas para reencontrarse con su hijo de ocho años el día de Navidad de 2020. Los puestos de frontera entre los dos países permanecen cerrados en prevención al coronavirus. Así, esta madre tuvo que armarse de valor para cruzar una zona selvática, rodeada de cientos de kilómetros de agua y donde el tránsito de personas también puede ser un negocio. Escribe Rocío Sulbarán/El Estímulo

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Con dos maletas en mano, al pie de un puesto de artesanías indígenas, una madre esperaba al desconocido con el que se había contactado en Bogotá, vía WhatsApp, un par de días atrás, cuando preparaba su viaje de retorno a Venezuela tras vivir dos años en Colombia.

Ella llevaba 10 meses separada de su hijo debido a la covid-19, esa pandemia que puso de cabeza al mundo y obligó a cerrar los puestos fronterizos regulares, pero dio nuevo impulso a los negocios informales de tráfico de personas y mercancías.

Su mirada iba de un lado a otro y tomaba con fuerza sus maletas. Ansiedad y un poco de temor se notaban en la espera de ‘Cheo’, a quien llamaremos así porque pidió resguardar su identidad. Pasaban los minutos y ‘Cheo’ no llegaba, mientras la gente que pasaba por esta calle la miraba con curiosidad, imagina ella que por las maletas en una zona donde la gente andaba cargando bolsas y sacos.

Entre el miedo y la alegría

Recibió una llamada y supo que el punto donde el taxi la dejó estaba equivocado, no era donde ‘Cheo’ le había indicado.

“¿Un punto de referencia? Estoy diagonal a la Dian”, contestó ella. La Dirección de Impuestos y Aduanas -DIAN– en Puerto Carreño (capital del departamento colombiano de Vichada) queda a pocos kilómetros del puerto desde donde partiría esta madre rumbo a Venezuela. Lo supo cuando logró encontrarse con ‘Cheo’, quien en principio le había dicho que el paso le costaría 60 mil pesos, pero al verla con dos maletas le cobró 10 mil pesos adicionales por cada una.

La madre le entregó en total los 80 mil pesos (nos 23 dólares) y se fue con el hombre al puerto a donde llegaron en solo cinco minutos a bordo de un motocarro; allí la dejó con el sujeto que conduciría la embarcación y se fue a buscar otro posible pasajero.

“Cheo’ se tardó un poco y tuve temor de haber sido estafada, pues ya le había dado el dinero del paso, no regresaba y mis maletas ya estaban montadas en la lancha con un hombre que apenas conocía”, evoca.

Mientras esperaban, el lanchero le dijo que era mejor quitarle a las maletas las etiquetas que delataban su venía de viaje en avión, y que dejaban bien claro que ella no era alguna persona que comercializaba en la zona.

Ciudad colombiana de Puerto Carreño, en el Vichada, frente a Amazonas venezolano, uno de los pasos de migrantes. Sede del DIAN, donde la testigo de esta historia esperó a ´Cheo´. Foto: Rocío Sulbarán/El Estímulo

Río abajo, Orinoco arriba

Una de las fronteras poco exploradas es la de la zona sur de Venezuela, entre el departamento colombiano de Vichada con el estado Amazonas venezolano. Se trata de una frontera totalmente fluvial, atravesando un estado que queda a 875 kilómetros de Caracas, la capital de Venezuela.

Los dos países comparten una frontera terrestre y fluvial de unos 2.000 kilómetros de longitud, desde el mar Caribe hasta estas profundidades del Amazonas. Son puntos remotos de contacto, donde prosperan los negocios informales e ilegales.

También grupos guerrilleros colombianos y paramilitares venezolanos están presentes en varios estados, imponiendo su ley, denuncian militares disidentes y pobladores de estas zonas.

A lo largo de esta línea imaginaria, trazada cuando se dividieron las dos naciones en el siglo 19, también hay familias enteras que poseen doble nacionalidad, o han hecho vida indistintamente yendo y viniendo a ambos lados, como si formaran un «tercer país».

Una Navidad en pandemia

Estas rutas ahora se han activado más con el tránsito de personas que van más lejos, más allá de las localidades fronterizas.

Los cuentos que había escuchado esta madre sobre un territorio con fuerte presencia de la guerrilla la hicieron dudar de tomar esta ruta, pero le resultaba también más cerca de donde se encontraba su hijo, quien estaba en Puerto Ayacucho, capital de Amazonas, una de las regiones más pobres  y olvidadas de Venezuela, una tierra de nadie. Por eso fue que decidió arriesgarse y afortunadamente la travesía le salió bien.

“Creo que el hecho de ser 24 de diciembre, un día congestionado y la gente comprando a última hora, tratando de encontrarse con la familia, ayudó a que no tuviéramos contratiempos”, dijo la madre.

También ‘Cheo’ le dijo que no se preocupara por la guerrilla, que de ellos mejor ni hablara, y así lo hizo. La madre trató de seguir las instrucciones, observando y evitando hacer demasiadas preguntas, todo lo que ella necesitaba era que ‘Cheo’ la cruzara por el río Orinoco desde Puerto Carreño y la dejara en Puerto Ayacucho.

De Bogotá a la frontera

Puerto Carreño tiene 20.936 habitantes, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (Dane). Para llegar a esta ciudad se puede acceder desde la capital colombiana o desde Villavicencio por vía aérea, con la aerolínea Satena: desde Bogotá el valor del boleto por recorrido en diciembre oscilaba entre los 280 mil (80 dólares) hasta los 370 mil pesos (105 dólares). Desde Villavicencio, capital del departamento del Meta, estaba entre los 191 mil 800 pesos (55 dólares) hasta los 326 mil 800 pesos (93 dólares).

A la capital del departamento de Vichada también se le puede llegar por vía terrestre, cuando la carretera lo permite si el invierno no está muy fuerte. De acuerdo a la información divulgada por el terminal de Villavicencio, a principios de diciembre, la ruta de transporte La Macarena ofrecía este destino por un valor de 220 mil pesos (63 dólares), para un recorrido que puede tardar mínimo 24 horas.

Pirañas de verdad

Según cifras de Migración Colombia, en el departamento de Vichada se han registrado 4.364 residentes venezolanos, esto sin contar con la migración pendular de las personas que van y vienen de un territorio a otro, a trabajar, o a comprar productos que luego van a comercializar en suelo de Venezuela.

“Recogimos a los familiares, eran como cuatro niños y otras mujeres. Al final seríamos como unas 16 personas en la lancha”, comentó la madre. Río abajo los demás tripulantes de la lancha estaban callados y los niños comenzaban a cabecear por el sueño. El lanchero se notaba tranquilo, solo esperaba sortear a ‘La piraña’ (embarcación de la Armada colombiana que custodia la zona) y llegar lo más pronto posible al lado venezolano; no parecía temer a los posibles grupos guerrilleros.

No todas las personas de la embarcación llevaban puestos chalecos salvavidas y quienes los que tenían usaban unos en mal estado. Igual la madre pensaba que el peligro mayor, en caso de caer al agua, no era tanto ahogarse pese a que la corriente del Orinoco es tan fuerte que rápidamente puede arrastrar el cuerpo unos 150 metros, sino la presencia de los peces caribes o mejor conocidos como ‘pirañas’, que pueden devorar un cuerpo en minutos.

También temía por los ‘Encantos’ de los que hablan las culturas indígenas y que podían rodear a una embarcación si alguna de las mujeres tenía la menstruación. Todo eso pasaba por la mente de la madre, quien conocía algunos de esos cuentos porque su esposo proviene de la etnia indígena baré.

El fuerte sol dio una  tregua y le dieron indicios de que ya serían más de las 5 de la tarde. En un momento de la travesía llovió, y las personas se protegieron del agua con un enorme plástico que fueron arrastrando sobre las cabezas de los pasajeros.

La ruta

La travesía que tomó esta madre fue la aérea desde Bogotá, cuyo boleto le salió en 369 mil 400 pesos (unos 105 dólares), el pasado 24 de diciembre. A las 2 de la tarde llegó al aeropuerto Germán Olano de Puerto Carreño. El lugar cumplió con los protocolos de bioseguridad, distanciamiento y registro de ingreso de pasajeros a la ciudad. Luego la mujer tomó un taxi hasta el lugar que ‘Cheo’ le había indicado. Pagó otros 4.000 pesos (casi dólar y medio) y minutos después se encontraron con el hombre que los llevaría por el río en su bongo.

El río Orinoco, una remota vía de unión entre Colombia y Venezuela. Foto: Rocío Sulbarán/El Estímulo.  

Pasaban ya las 3 de la tarde, pero debían esperar un poco porque ‘La Piraña’ estaba haciendo su recorrido. La madre no preguntaba, solo intentaba escuchar lo que ‘Cheo’ y el sujeto del bongo conversaban. Tras esperar una hora lograron salir en la embarcación y a los 10 minutos hicieron una parada en un caserío cercano para buscar a unos familiares que esperaban también cruzar.

“Eran personas sencillas, mujeres y niños, que llevaban sacos con productos, supongo que para vender en Puerto Ayacucho”.

Un hora en el silencio

El silencio y la incertidumbre se apoderaron de ese bongo (lancha pequeña) por más de una hora que duró el recorrido por las aguas del Orinoco, tiempo en el que solo se toparon con otros dos bongos que también llevaban a varias personas.

Llegaron hasta una zona del Amazonas de Venezuela conocida como Albarical.

Punta de un bongo anclado en Albarical, estado venezolano de Amazonas, donde desembarcan los pasajeros luego de cruzar el Orinoco desde Puerto Carreño, Colombia. Foto: Rocío Sulbarán/El Estímulo.

Al desembarcar de la lancha debieron caminar cerca de 15 minutos por un suelo lodoso, bajo enormes y frondosos árboles. Aún había un poco de luz del día y el sonido agudo de los grillos ambientaba el lugar. A los lados del sendero se levantan algunos ´ranchos´, esas casitas precarias,  donde las familias cocinaban en pequeños fogones al aire libre. Así la madre pensó que no sería tan probable toparse con un animal salvaje, aunque sabía que debía tener cuidado donde pisaba por las advertencias sobre la presencia de serpientes o arañas ponzoñosas.

Puerto Ayacucho en la oscuridad

Los últimos rayos de sol y una brisa cálida acariciaron su rostro durante la travesía, pero ya se sentía una temperatura más fresca, al tiempo que la oscuridad comenzaba a envolver al grupo que caminaba hasta para llegar a una casa rural donde los esperaba un automóvil que los llevaría hasta Puerto Ayacucho.

Ese trayecto por una carretera llena de huecos duró un poco más de una hora y el vehículo debió sortear dos alcabalas más, donde jóvenes de la Guardia Nacional venezolana revisaron el equipaje. Estas paradas fueron rápidas y afortunadamente en solo una pidieron bajar las maletas del vehículo sin hacer mayores preguntas.

La madre supuso que ‘Cheo’ ya había cuadrado eso con los uniformados de Venezuela.

La visibilidad de la carretera era muy tenue, pero fue mejorando a medida que llegaban a la parte urbana. Un aviso en gran escala decía “Puerto Ayacucho” y les confirmó que habían llegado a su destino. Cerca de las 8 de la noche llegó la madre a la casa donde la esperaba su hijo y se convirtió en el mejor regalo del niño Jesús en ese difícil diciembre de 2020 en una Venezuela apagada por la crisis y el coronavirus.

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