Venezuela

Con la Iglesia hemos topado, Sancho

Mario Vargas Llosa en su novela “La fiesta del chivo” relata las arbitrariedades y los desmanes, el abuso de poder y exabruptos de uno de los peores dictadores que América Latina haya conocido, Rafael Leonidas Trujillo de la República Dominicana.

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Escribe Vargas Llosa que a Trujillo no lo inquietaban los presidentes Betancourt de Venezuela, ni Muñoz Marín de Puerto Rico, ni Figueres de Costa Rica. Pero la Iglesia sí lo inquietaba:

«Perón se lo advirtió al partir de Ciudad Trujillo, rumbo a España: cuídese de los curas, Generalísimo. No fue la rosca oligárquica ni los militares quienes me tumbaron; fueron las sotanas. Pacte o acabe con ellas de una vez».
Es un error menospreciar el poder y la influencia de la Iglesia Católica, aunque se crea en Sai Baba. Porque si en efecto, la Iglesia representa los intereses de Dios en la tierra, no veo la ganancia a entablar una diatriba con sus representantes. Y si no fuera verdad lo que la Iglesia proclama ser, es realmente admirable que como institución haya durado ya dos mil años y cuente con millones de fieles en todas partes del mundo. El hecho es que como estado, el Vaticano no da puntada sin dedal.

Recuerdo una de las páginas editoriales del Diario VEA del año 2005, que entre signos de exclamación decía:
«¡Hasta cuándo, señores obispos, hasta cuándo joden!».

Vargas Llosa tiene la respuesta:

«A él (a Trujillo)… (los curas) no lo iban a tumbar. Jodían. Eso sí. Desde ese negro 25 de enero de 1960, hacía un año y cuatro meses exactamente no habían dejado un solo día de joder. Cartas, memoriales, misas, novenas, sermones, todo lo que la canalla ensotanada hacía y decía contra él rebotaba en el exterior, y los periódicos, radio y televisiones hablaban de la inminente caída de Trujillo, ahora que la Iglesia le viró la espalda'».
Yo estoy segura de que aquí tampoco dejarán de «joder». Mucho menos ahora que Baltazar Porras es Cardenal y Arturo Sosa el Papa Negro. Excelentes escogencias del Papa argentino y vestido de blanco, muy bien asesorado por su canciller, Monseñor Parolin, quien fue Nuncio Apostólico aquí en Venezuela y conoce de primera mano nuestra situación. Ambos hombres de profundas convicciones democráticas y venezolanos a carta cabal.

Recuerdo la rabia que Chávez le tenía a un anterior Nuncio, Monseñor Doupouy, quien fue el primero en recibir el insulto de que tenía “al diablo metido dentro de la sotana”. Doupouy lo escuchó impasible. Al Cardenal Castillo Lara lo detestaba, el Cardenal Velasco tampoco escapó de su odio. Eran el “tumor” que Chávez quería extirpar… pero que no pudo. Nuestro nuevo Cardenal Porras fue uno de esos “tumores” hasta el 11 de abril cuando un muy contrito Chávez llenó su sotana de lágrimas de miedo y ¿arrepentimiento?… “Usted que es hombre de Dios”, le dijo, “ayúdeme”.

Hubo curas que votaron por Chávez, creyendo que acabaría con la pobreza. Incluso un grupo de una docena de ellos creó la “Iglesia Católica Reformada” en las afueras de Maracaibo. Me pregunto qué será de ellos. Porque si algo hizo Chávez fue reducir el presupuesto que tenían las órdenes religiosas que trabajan directamente con los más necesitados, porque en realidad no le interesaba acabar con la pobreza sino usar la pobreza. Lo ha declarado en varias oportunidades el salesiano Alejandro Moreno: «Casi todos estos sacerdotes y monjas en su día votaron por Chávez, pero luego ya no más. Principalmente porque su camino no conduce a ninguna transformación del pueblo… Vemos que las misiones del gobierno son exclusivistas, dan limosna, son militaristas…” pero no resuelven ningún problema de fondo.

Celebro que el enviado del Vaticano esté en Venezuela y celebro la mediación de la Iglesia Católica. Hasta para rendirse los adversarios hablan. Si hay diálogo, como parece que lo habrá, no será éste un diálogo tipo Zapatero. El Sancho Panzón de Venezuela –que no venezolano- y sus sigüíes, finalmente han topado con la Iglesia.

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