Economía

¿Con qué se comen esos grandes números de la economía?

En 2016 los venezolanos estamos sufriendo la peor recesión de nuestra historia moderna. Esta letal enfermedad de la economía es capaz de hacer colapsar el “órgano” más sensible del cuerpo humano: el bolsillo.

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Foto: Andrea Hernández

Uno de los principales indicadores de un país es el Producto Interno Bruto (PIB), o suma total de bienes y servicios que genera una economía en un período dado, digamos de un año. No es más que la cantidad de riqueza, que aumenta o disminuye según se manejen las cosas.
El PIB es uno de esos numeritos que sintetizan otros resultados, es como el promedio de bateo de un grandeliga en una temporada o la nota ponderada de todas las clases de un estudiante.
Pocas cifras dependen tanto de lo que haga o deje de hacer un gobierno, y en el caso de Venezuela, el PIB sigue hundiéndose por tercer año consecutivo. Esto se traduce en la recesión más profunda de cualquier país americano y una de las pocas grandes caídas en el mundo.
Cuando un país no crece sino retrocede en comparación con la oferta de bienes y servicios que se prestaron un año antes, hay un retroceso en el PIB y si esa caída se profundiza por más de tres trimestres, como en el caso de Venezuela hay una recesión.
Y si esa recesión no tiene fin inmediato –como ésta- caemos en una depresión… Se parece a la que siente la gente: un estado de postración, de desesperanza, de resultados negativos acumulados, de que la plata no alcanza y se acumulan las cuentas por pagar, de que no se puede ni llevar a los niños al cine, ni conseguirles leche, mucho menos pensar en viajar ni a Margarita, qué se dirá de ir a ver a los parientes en el extranjero.
-Los últimos de la fila-
Cuando una economía funciona como debe ser, los resultados los entrega a tiempo el Banco Central o la Oficina Central de Estadísticas del país respectivo. En el caso de Venezuela, como los resultados son tan desalentadores, el gobierno prefiere esconderlos como hace el muchacho con el boletín. En el mejor de los casos sólo los divulga mucho tiempo después de terminado el año escolar. Fue lo que sucedió en 2015, cuando con un retraso de casi dos años se confesó que la economía estaba hundida.
Pero con el PIB pasa como con los malos estudiantes: no hace falta esperar el fin del curso para saber que las cosas van mal. Hay pruebas semestrales, materias diversas, faltas a clases que nos van indicando que cuando llegue julio no habrá que constatarse un resultado negativo que ya estaba cantado.
También están las previsiones, las proyecciones sobre la base de algunos datos sueltos del desempeño del sector público y del privado y de las actividades en la Industria, el Comercio, la Agricultura y los Servicios. Una de esas cifras acaba de ser divulgada por la Cepal, la Comisión Económica para América Latina de la Organización de Naciones Unidas (ONU), que evalúa los alumnos de esta clase regional de países tan dispares.
La Cepal estima que el PIB venezolano perderá este año otro 6,9%, lo que será el peor desempeño.
Si se cumple –y se va a cumplir- este pronóstico, el retroceso acumulado en tres años será de 20%, algo ya advertido desde 2015 por otras organizaciones y economistas.
Es como si un camión ya con poca mercancía marchara en retroceso, de modo que la economía venezolana produce hoy menos de la quinta parte que en 2013.
En estos tres años, por cierto, la población ha seguido creciendo a un ritmo cercano a 2,0% anual, hay más bocas que alimentar, más pañales que cambiar, más puestos de trabajo que ofrecer, más escuelas que construir y más alacenas que surtir.
Esta es la peor recesión que se haya registrado en Venezuela en tiempos de paz, y seguramente algo comparable sólo pueda ser encontrado en aquellos remotos años del siglo 19, en épocas de guerras a machete y máuseres entre caudillos regionales que se disputaban los caminos polvorientos de un país rural, ensangrentado y analfabeta.
Son claras las evidencias de que la nota global en 2016 será peor que la del año pasado.
En el sector público -que compone una parte cada vez más amplia de la economía y tiene gran peso a la hora de sacar el promedio del PIB- ya se trabaja algo así como 20 horas semanales: de lunes a jueves solamente hasta medio día y ahora los viernes libres, al menos en estos dos próximos meses.
Esta semiparálisis se mantendrá hasta que se acaben los efectos de El Niño, como se llama a este desorden climático que en el caso de Venezuela y Colombia ha acumulado más sequía y en otras naciones lluvias intensas. Este es un fenómeno regional y a nadie más se le ocurre en otras partes enfrentarlo con menos trabajo.
En realidad esa medida venezolana es un reconocimiento de que no alcanza la electricidad para tanta gente porque las plantas térmicas –que trabajan con gas, gasoil o residuos del petróleo- están poco menos que paralizadas, mientras las represas como la de Guri están secándose como un charco de agua en los caminos del llano.
Los frecuentes apagones – a los que ya están mal acostumbrados estados enteros- se extienden hasta Caracas, que había sido preservada del racionamiento por miedo a reacciones de la gente. Eso significa menos horas de trabajo, menos tiendas abiertas y más máquinas detenidas.
Las fábricas de metales de Guayana están paralizadas ya desde hace tiempo; las importaciones del país se han derrumbado año tras año y en los comercios cada vez hay menos cosas que ofrecer. En los campos, entre la sequía, la falta de sistemas de riego, el terrorismo sembrado por bandas como la de El Juvenal en el sur agrícola de Aragua y El Picure en Guárico, y la falta de semillas y agroquímicos, las expropiaciones y confiscaciones de tierras, hacen que se produzca cada vez menos vegetales y carnes.
“El 2015 fue un año de una profunda crisis. Fue un año récord de crisis. Yo creo que el 2016 lo va a superar”, concluía esta semana el economista Alejandro Grisanti, en un foro de la firma Econoalítica, en Caracas.
Sus cuentas son dolorosamente duras: este año Venezuela va a recibir solamente $26.000 millones en exportaciones, de los cuales Maduro pagará $10.000 millones en deuda externa; Pdvsa necesita llevarse $8.000 millones para pagar sus propias operaciones; las quebradas empresas del Estado consumen otros $4.000 millones.
De modo pues que solo quedan las sobras, unos $4.000 para cubrir el resto de las importaciones, inclusive las del sector privado.
Grisanti apunta que estos números explican la preocupante frase del presidente Maduro, cargada de cinismo: “No se preocupen por dólares, que dólares no hay”.
Una economía como ésta, mal acostumbrada por los gobiernos a depender absolutamente de las importaciones para funcionar, no puede darse el lujo de quedarse sin divisas, pues como lo hemos visto en estos meses, se hunde cada vez más.
Los economistas tienen la virtud de ponerle números y explicaciones –a veces demasiado técnicas- a las cosas que vive la gente a diario.
De modo que cuando el salario no alcanza, no se consiguen trabajos mejor remunerados, no hay suficientes ofertas de bienes en los mercados –sino todo lo contrario, cada vez menos- los productos importados son una rareza, las construcciones grandes y caseras se detienen por falta de materiales, los carros se quedan parados sin repuestos, se consumen cada vez menos carnes y lácteos en los hogares y se come en menos cantidad y calidad, es seguramente porque estamos en una profunda recesión económica…. De eso el bolsillo, una de las partes más sensibles del cuerpo humano ya se habrá dado cuenta, antes de que los economistas y periodistas de economía vengan a explicar por qué ocurren esas cosas.]]>

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