Opinión

Congo

Las noticias sobre el Ébola, perturbadoras y crecientes en su frecuencia, podrían ponernos a las puertas del fin de uno de los mitos de la modernidad: aquel que colocaba a la humanidad a buen resguardo de epidemias letales y de gran escala.

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Aquel infierno que achica los espacios y constriñe la felicidad recogidas por Albert Camus en “La Peste”: la paranoia del contagio que deja abolida la felicidad y que tiene lugar en una ciudad de la Argelia Colonial en un período histórico tan reciente como la década de los 40 del siglo XX.
La penicilina, la esterilización, la masificación de vacunas, las mejoras en el acceso al agua potable, los pasos gigantes que ha dado la ciencia en estas décadas han tenido a la humanidad despreocupada y de fiesta. Con todos los problemas inventariados, el ideal colectivo de Occidente sigue siendo: vivir mucho y bien; conquistar la calidad de vida; pasársela lo mejor que se pueda sin hacerse preguntas de más.

Unas breves décadas atrás, la humanidad conoció varios estornudos virales, trasladados en barco, que se llevaban prematuramente al otro mundo a millones de personas. Aquí y en Europa. Durante siglos fueron tan habituales como temidos: “El Silencio”, por ejemplo, es una zona de Caracas que debe su nombre al inmenso camposanto improvisado en la zona luego de los estragos de una peste viral de causa y curas desconocidas.

Los científicos lo han alertado en varias ocasiones; nadie puede afirmar que el universo de las mutaciones virales de fácil contagio y rápida morbilidad haya quedado doblegado del todo. Los virus han sido monstruos dormidos.

Las de 1995 fueron las primeras manifestaciones importantes de Ébola en mucho tiempo. El virus debe su mote a un rio del mismo nombre ubicado en el antiguo Zaire, hoy República Democrática del Congo. Aquella vez pudo ser neutralizado con la rápida intervención de Naciones Unidas, expresadas en cuarentenas para aminorar su radio de acción.

Las naciones de África Occidental, que protagonizan esta nueva oleada del Ébola, se ubican en las franjas más empobrecidas de la tierra. En Liberia, Guinea y Sierra Leona el rancho está ardiendo: los casos se escalan a 4 mil, dejando largamente atrás la experiencia de los años 90. Han saltado al continente europeo y a los Estados Unidos.

La humanidad se encuentra en condiciones mucho más óptimas para enfrentar esta eventualidad que nunca antes en su historia. El tráfico de bienes, contenidos y personas de este mundo global, sin embargo, acrecienta la perspectiva de la propagación.

No se ha liberado la gente de vivir en carne propia su propia profecía. La de la película «Congo».

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