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Cristiano Ronaldo: la rebelión de las máquinas

Olvidemos al jugador de fútbol y olvidemos al juego. Pensemos exclusivamente en el ser humano, en el hombre, a ver si nos aproximamos, aunque sea un poco, a las sensaciones que invadieron a Cristiano Ronaldo durante el partido que resultó en la coronación de Portugal en la Eurocopa.

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Foto: AFP

Corría el minuto veinticinco de la final y Cristiano no pudo más. El capitán tuvo que abandonar el campo de juego a causa de un encontronazo con Dimitri Payet.

Su rodilla no aguantó y parecía quebrarse, aunque luego llegó la confirmación de que la lesión (esguince del ligamento lateral interno de grado 1 en su rodilla izquierda) sólo lo tendrá apartado del campo de juego durante un mes. Pero mientras hubo partido en el Stade de France, todos los rumores tenían que ver con el capitán, con la figura del equipo de Fernando Santos.

Sus lágrimas conmovieron al mundo entero. Salvo por un puñado de tontos, todos sentimos su tristeza y su impotencia; su llanto fue el de todos los que amamos el deporte por encima de discusiones banales protagonizadas por premios y demás estupideces. El dolor de Cristiano unió a todos los que alguna vez corrimos detrás de una pelota y soñamos, al igual que él, con jugar una final.

Hay que revisar la reacción y posterior conducta de Cristiano, para revisarnos nosotros mismos, aunque sea sólo por un instante. Muchas veces calificamos y elegimos nuestros líderes basados exclusivamente en nuestros propios prejuicios, exigiendo de ellos respuestas que no estamos capacitados para dar; vertimos nuestros miedos y nuestras necesidades en una mochila que el caudillo debe cargar, fundamentados, casi exclusivamente, en un falso concepto de liderazgo. Mire usted si el mundo se ha equivocado seleccionando a quien seguir…

Rosa Coba, psicóloga y autora, junto a Fran Cervera, del libro El Jugador es lo Importante: la complejidad del ser humano como verdadera base del juego”, explica que: “liderar un conjunto humano en cualquiera de sus sistemas relacionales implica gestionar consistencias conductuales para la consecución de objetivos cuando lo inmediato atropella el presente”.

Cuando habla de relaciones, Coba nos señala el camino a la comprensión y la singularidad del ser humano: cerebro y emociones como un todo inseparable. A partir de esta puerta que la psicóloga española nos ofrece, podemos apoyarnos en Antonio Damasio, neurólogo de amplio recorrido:

Las emociones no nacen, sino que son parte de un sistema automatizado que nos permite reaccionar ante el mundo, de una forma inmediata y sin necesidad de pensar, con el cual ya venimos dotados desde el nacimiento. Las emociones forman parte de esa compleja maquinaria en la que intervienen las recompensas y los castigos, el estímulo y la motivación… y todo aquello que hace que deseemos comer, beber, practicar sexo… Las emociones son parte del proceso de la regulación de un cuerpo vivo, y se presentan con diferentes ‘formas y sabores’. Hay unas emociones primarias y sencillas como son el miedo, la rabia, la felicidad o la desdicha… Hay emociones sociales, más complejas, como la compasión, el desprecio, la admiración, el orgullo”.

Lo expresado por Damasio, portugués al igual que Cristiano Ronaldo, cuando menciona aquello de emociones sociales, puede ayudarnos a imaginar la influencia del capitán caído en desgracia que se niega a abandonar a los suyos. En el mismo momento en que Cristiano abandona la oscuridad del vestuario e invade el banquillo de suplentes, desafiando las leyes del juego (el árbitro inglés no debió permitir que se instalara como un segundo entrenador), no hace más que enviar un mensaje claro a sus compañeros: aquí estoy, a su lado, para apoyarlos, aún bajo la amenaza cierta de recibir una sanción, todo por nosotros, por nuestro objetivo.

En esa tónica, y a manera de justificación de las palabras que titulan esta pieza, leamos y escuchemos a Facundo Manes, neurólogo clínico y neurocientífico argentino, cuando afirma, en el minuto 49:20 de un programa de TV, lo siguiente:

El cerebro, en estos miles y miles de años (de evolución), desarrolló un sistema que nos gobierna, que es emocional, empático, nos pone en el lugar del otro, y eso las máquinas no lo hacen. Para mí, la comparación entre la computadora y el cerebro humano no sirve porque la computadora es mejor que el cerebro humano en guardar datos, en la velocidad de procesamiento, pero no le llega ni a los pies al cerebro humano en el factor humano, en ponerse en el lugar del otro, en la emoción que genera el cerebro humano”.

Por todo esto creo necesario resaltar la figura del capitán portugués. En un momento de dolor indescriptible, en el que sus metas individuales habían sido destrozadas por la dinámica del juego mismo, Cristiano supo identificar y emplear la balanza para definir qué era más importante: si liderar a pesar del tormento físico y espiritual, o rendirse ante semejante catástrofe. Menos mal que el 7 tomó la primera opción y así ayudó a que el fútbol nos recordara su mayor lección: el todo es mucho más que la suma de sus partes. Coba lo explica maravillosamente en el número 02 de The Tactical Room, anteriormente conocida como Club Perarnau:

“El líder debe generar la posibilidad de que los jugadores transmitan ideas y opinión de modo que se genere un compromiso y cohesión del equipo. Los jugadores deben sentir que las ideas son en parte suyas, lo que les conectará con la responsabilidad. Actuar con responsabilidad implica el suficiente grado de madurez que genera sentirse parte activa de un proyecto y que su impronta está ahí. Así, de ese modo, su grado de motivación será mayor en cuanto sientan que su aportación no ayuda a sumar sino que forma parte de un conjunto que es mucho más que la mera suma de las partes”. 

Aún cuando nos empeñemos en olvidar nuestra condición humana, es de ella y por ella que nacen nuestras mayores gestas, y también nuestras más reconocibles miserias. El futbolista, ser vivo, depende y es influenciable por todo lo que lo rodea. Y siente, como usted y como yo; no es una computadora ni mucho menos un mecanismo perfecto. Que otros discutan idioteces y se nieguen a disfrutar del fútbol como lo que realmente es: el ejemplo de lo que el espíritu humano puede alcanzar siempre que parta del reconocimiento de su ser, individual y colectivo, pero humano al fin.

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