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"Cry Macho": ¿el adiós de Clint Eastwood?

La nueva película que dirige y protagoniza a sus 91 años es un raro ejercicio de estilo que deja claro que todavía tiene mucho que decir en el cine, pero a la vez deja la sensación de que se está despidiendo. Con un ritmo más reposado y meditado que el actual, logra crear una épica profunda y emocional sobre el transcurrir del tiempo

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Clint Eastwood no pensó jamás que terminaría por convertirse en uno de los mejores directores del mundo del cine. Lo ha dicho en varias oportunidades y cada vez que lo repite, lo hace sin humildad alguna. Solo constata un hecho. El actor comenzó como un rostro granítico en mitad de los paisajes interminables de los Spaguetti Western. De la experiencia, obtuvo una mirada especialísima del cine de grandes silencios, de las escenas a media luz y en especial, la tensión que une y define a los personajes.

Más tarde, como ídolo del cine violento y de acción, comprendió que el lenguaje cinematográfico también es un pasaje por lo doloroso. Y uno, que se lleva a cabo a través de una apuesta alta a lo invisible. Para sus primeras experiencias detrás de cámara, Eastwood creó pequeñas versiones de las obras de los directores que admiraba. En “High Plains Drifter” (1973) tomó lo mejor de Leone y lo sublimó a una versión distinta del western despiadado, árido y con su tradicional percepción sobre el bien y el mal. Y aunque la película pasó desapercibida, un crítico italiano dio en el clavo con la descripción sobre el director en ciernes, el actor en lento aprendizaje, la figura controversial a punto de comenzar un camino en solitario: “Eastwood no sabe dirigir del todo, pero lo sabrá a no tardar”.

“Cry Macho”, quizás su despedida del ámbito cinematográfico, es un ejercicio de paciencia que recuerda esos primeros días del Eastwood en busca de identidad. Y no se trata de que su ritmo sea lento o pierda la calidad argumental en beneficio del análisis del comportamiento de sus personajes. A los 91 años, el director parece haber aprendido algunas cosas acerca de lo íntimo del cine. Y lo demuestra a través de la percepción del bien y del mal como algo relacionado con la naturaleza de las cosas en apariencia insignificantes.

También, con la capacidad de la historia para desenvolverse a un ritmo pausado y delicado, que sorprende por su elegancia.

Eastwood, que con “Richard Jewell” (2019) se enfrentó a la conciencia norteamericana y falló en el intento de plasmarla, encuentra en “Cry Macho” la reivindicación. Una forma de narrar que sorprende por su inteligencia y precisión. Con la misma sensibilidad retórica de “El Gran Torino” (2008) y la sensibilidad de “Golpes del destino” (2005), “Cry Macho” vuelve a las obsesiones de Eastwood. También, al recorrido personalísimo a través de sus ideales, sus reivindicaciones en ocasiones sorpresivas para el cine de nuestra época.

“Cry Macho” es una curiosa mirada al cine que Eastwood celebra y al que desea plasmar. A los largos silencios, a la redención a través del esfuerzo espiritual enmarcado en el físico. A la idea de cierto cansancio existencial que se adivina en la predilección del director por los planos largos, sofisticados y pulcros.
El film es una cuidadosa estructura que busca relatar la sensibilidad antigua de un tipo de masculinidad que ahora mismo resulta retrógrada. Pero gracias a Eastwood y su habilidad para el relato visual, “Cry Macho” está más allá de las meras discusiones sobre lo correcto o lo aceptable.

El director rinde homenaje al cine, al que conoce, con el que se hizo adulto y en el que profundiza con ejemplar precisión. Planos medios que se obsesionan con el rostro de los personajes. Paisajes interminables bañados en luz. Conversaciones en voz baja en media luz. “Cry Macho” es mucho más melancólica que emocional. También, menos elocuente de lo que podría ser. Pero, aun así, es una pequeña y bien construida conversación con un aspecto profundo de lo cinematográfico.

No es la mejor película de Eastwood (está lejos del virtuosismo de “Unforgiven”), pero sí quizás, una despedida bien pensada a una larga carrera. Con su versión acerca de la solidaridad y la sensibilidad “Cry Macho” es quizás una reliquia inesperada. Un obsequio de Eastwood para los amantes de un tipo de cine intimista y construido a base de la intuición, que rara vez se ve en la actualidad.

La pura esencia de Clint

Antes de ser un director consagrado, Eastwood fue un actor de argumentos tensos y violentos. Y previo a eso, el pulcro estereotipo del extraño silencioso de los westerns de Sergio Leone. La experiencia le dejó un conocimiento extenso sobre la manera de relatar una historia desde la periferia.

“Cry Macho” hace un considerable hincapié en ese sentido inquietante de lo marginal. Lo hace a través de un debate emocional que no se muestra del todo, pero que permite a Eastwood conmover con escasas herramientas.

La historia sobre el hombre mal encarado que debe enfrentarse a una situación inusual ya forma parte del repertorio de Eastwood. Pero aquí el nudo argumental se mueve hacia lugares distintos a los habituales. Si en casi toda su filmografía termina en violencia, en esta ocasión el director está más ocupado en la tensión que subyace bajo la historia.

"Cry Macho"

Cuando Mike Milko (Eastwood) acepta buscar al hijo de 13 años de Howard Polk (Dwight Yoakam), trata de mantener la distancia emocional. Y lo hace, a la manera del habitual tropo del mentor a regañadientes que debe enmendar el camino de un díscolo discípulo. Pero Eastwood retoma la línea fundamental de la premisa y la configura hacia un relato de tránsito entre dos puntos de la vida.

Eastwood, que no disimula su avanzada edad y que tiene un aspecto cansado e impaciente la mayor parte del film, crea un personaje sin demasiados matices. Pero aun así resulta entrañable en su ternura secreta. En especial, por la forma en que decide que Rafa (Eduardo Minett) merece la oportunidad de comprender la vida al margen de la violencia.

El director regresa a la fórmula que usó con relativo éxito en “Un mundo perfecto” (1993) y lo hace a través de la mirada desde los extremos de la vida. La amistad improbable entre un niño y un adulto se plasma en esta ocasión como un reflejo entre espejos. La mirada entre dos espacios de un recorrido discreto por el aprendizaje y una desconocida profundidad sobre la identidad y el tiempo.

Hacia un horizonte silencioso

Eastwood, que desde hace más de veinte años impregna su obra de un ritmo silencioso y frugal, convierte a “Cry Macho” en una elegía. Es evidente que el director y actor conoce sus límites y más allá de los diálogos explicativos, hay pequeños grandes momentos de simple agotamiento.

El Milko de Eastwood es un anciano y sabe que es probable que recorrer un largo camino junto a Rafa, sea lo último que haga. De modo que se esfuerza, imprime una sensación de angustia y potencia que asombra por su precisión. Casi centenario, Eastwood todavía tiene la fortaleza para dotar a sus historias de una identidad inevitable. Un poder entrañable que asombra por su fortaleza.

A medio camino entre el road trip y el western sensible, “Cry Macho” bien podría ser la despedida de Eastwood. Pero como Milko, que sabe con exactitud hacia dónde se dirige y qué desea obtener, “Cry Macho” es una mirada al mundo de Eastwood, a su precisión como director de persistente inteligencia y de una terca integridad que, sin duda, es su sello distintivo.

Para la última escena, la película deja un sabor agridulce. ¿Será el último viaje de Milko? ¿La última producción de Eastwood? La película no aclara nada semejante, pero deja a su paso la sensación casi tierna de un adiós tardío, elegante, sofisticado y de profunda sobriedad.

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