De Interés

Cuando Antonio Pasquali fue director impuesto

Entre los centenares de tuits que celebraron la vida del comunicólogo venezolano y elogiaron sus méritos, hubo uno que evocó, con nostalgia y buen humor, un episodio que hubiera podido ser un lunar en su hoja de servicios.

Publicidad
TEXTO: MILAGROS SOCORRO | FOTOGRAFÍA: DANIEL HERNÁNDEZ

El año que viene, Wikipedia sufrirá una merma de 30 dólares por concepto de donaciones. Era la cantidad que Antonio Pasquali aportaba para contribuir a la permanencia de esa enciclopedia digital, nutrida y editada de manera colectiva. “Yo mando religiosamente mis 30 dólares todos los años a Wikipedia, porque sus inventores han tenido la grandiosa idea de no recibir ni un centavo de gobiernos o de comercio”.

Fallecido el sábado 5 de octubre en Reus, Cataluña, Antonio Arnaldo Pasquali Greco había nacido el 20 de junio de 1929, en Rovato, un pueblo en el norte de Italia. Y llegó a Venezuela el 18 de febrero de 1948. Tenía 17 años de edad y ninguna noción del país.

Su padre había firmado un contrato en Roma para dirigir la comunidad agraria Miranda número 1. «Que fue, -dijo en una entrevista inédita hasta ahora-, la invención agrícola de la joven AD en el gobierno. Se trajo cien campesinos, italianos también, y se instalaron en Paparo».

«Yo nací a Venezuela en Paparo. Vivíamos en una casa que había sido en su momento un aserradero, de los Bustillo, abandonado, como a 90 metros del Caño Perucho. A mí me encantaba salir de noche a ver los ojitos de las babas, que lo miraban a uno del otro lado del río. Pero rápidamente papá, que era un laico tibio, me metió en el colegio San José de Tarbes, de los salesianos, de manera que en septiembre ya estaba en Los Teques. Ya hablaba español. Lo aprendí como un polaco aprende un idioma: en seis meses”, afirmó.

En 1954 se hizo venezolano. “Y fue una decisión para toda la vida. Renuncié a la ciudadanía italiana y dejé de serlo para siempre. Naturalmente, nunca me he arrepentido”.

Egresado del San José de Tarbes, se inscribió la Escuela de Filosofía de la facultad de Humanidades de la UCV. Para ese momento ya tenía experiencia en los medios de comunicación. Como periodista, específicamente. “Siempre he sentido una extraña fascinación por los medios. Siendo alumno del liceo Andrés Bello, donde hice cuarto y quinto año, hicimos un periódico llamado Espiral. El equipo lo conformábamos Gustavo Coronel, Guillermo Sucre, Marisa Becker, Francisco Álvarez y yo, que era jefe de redacción”.

Poco tiempo después de ingresar a la UCV, esta fue cerrada. Y el bachiller Pasquali, cuya manutención dependía de una beca, tuvo que buscar empleo.

No tardaría en convertirse en redactor de la revista Auto Touring, órgano informativo del Touring Club de Venezuela. “Hacía reportajes, traducciones (del francés, el italiano y el inglés), lo hacía todo. Era una buena revista. Pero mi gran aprendizaje lo hice después, cuando entré a trabajar en una revista nueva que se llamaba, por un lado, Venezuela de Portada y, por el otro, Venezuela Gráfica, uno la tenía que voltear».

Agregó: «Era un poco frívola. A mí no me interesaba realmente. Me interesaba tener un trabajo, pero la dirigía un hidalgo del periodismo, que era Sergio Antillano. Y allí yo aprendí a la manera de Sergio Antillano cómo se hace periodismo. Creo que Sergio tampoco era vitalmente un periodista. Sergio era un enamorado de las bellas artes, un crítico de arte formidable, él debió hacer eso toda la vida, escribir crítica de arte, porque lo hacía soberanamente bien”.

Eventualmente, la UCV fue reabierta, Pasquali se graduó y obtuvo una beca para ir a la Sorbona, en París, a doctorarse, lo cual hizo en el tiempo estipulado y con la distinción de magna cum laude. Regresó en 1957, a pocos meses de la caída de Pérez Jiménez y en enero lo llamaron para dar clases en Filosofía y en Periodismo, escuela que en ese momento dirigía Héctor Mujica.

En esa época empieza a escribir su libro ‘Comunicación y Cultura de Masas’ (Caracas, EBUC, 1963), que ya lleva más de veinte ediciones.

Además de sus libros, ha sido columnista de Economía Hoy, de El Universal y de El Nacional, en este diario es donde estuvo por más tiempo.

“Mi propósito, cuando empecé a escribir en la prensa, era explicarle al país qué es comunicar. Pero desde hace dos décadas, habiendo constatado desde el mero comienzo que venía una dictadura militar peor que las demás, me dediqué a escribir catilinarias o críticas contra el chavismo. Sentí que mi deber moral no era seguir explicando lo que era comunicación sino dándoles a los lectores patrones y categorías para comprender esta realidad”, explicó.

Y a este, quién lo llamó

Entre los centenares de tuits que comentaron el deceso de Pasquali, uno aludía a una etapa que él recordaba con cariño y buen humor.

“En la renovación de [la Escuela de] Letras UCV cuando él fue impuesto como director, me llamaba ‘querida enemiga», dice la profesora Gioconda Espina …Pero Pasquali me presentó a Freud en la asignatura ‘Mitología’, que los renovadores incluimos en el nuevo pensum”. Es cierto que Pasquali había sido “impuesto” como director de la escuela. Él mismo me lo contó en 2015, cuando le pedí que me contara uno de sus episodios favoritos.

El comunicólogo regresaba de un año sabático 1970-71, con su familia, en Florencia.

“La UCV, madre realmente generosa (alma mater), te declaraba en ‘excedencia pasiva’: te dejaba el sueldo, que en aquel entonces te permitía vivir decentemente en Europa, y te costeaba el viaje hasta el tercer hijo. Había conseguido alquilar un apartamento en el pent-house de un edificio ‘oltrarno’ (o sea en la rive gauche del Arno), que hacía esquina con Ponte Vecchio, uno de esos golpes de suerte que te suceden una vez en la vida», me relató.

«Allí, además de escuchar cursos sobre Hegel en la Universidad y patear día y noche la ciudad y la región, creo que fijé en mi espíritu y en mi pluma, sobre todo vía el arte, la esencialidad del Renacimiento tal como lo inventaron los florentinos, perfecto pero minimalista, transparente, imbuido de ‘divina proportione’, sin adornos inesenciales, como en esa creación suprema del Brunelleschi maduro que es su iglesia de Santo Spírito”, aseveró.

Al término del sabático, Pasquali regresó a la UCV. “Durante mi ausencia, se había producido en las universidades del país el terremoto de la ‘renovación’, de la que me llegaban a Florencia flacas noticias (no existía internet y la telefonía internacional tenía precios inaccesibles a becarios y sabáticos). Cuando volví las aguas habían comenzado a calmarse y Félix Adam estaba instalado en el Decanato en Humanidades y Educación en la Central. Fui a presentármele y saludarlo”.

–¿Félix Adams y usted eran amigos?

–No lo conocía. Solo sabía que era adeco, educador y creador de una teoría pedagógica para adultos que llamaba “andragogía”, para diferenciarla de la “pedagogía” o educación para páidoi o niños. Félix era un hombre solar, guardo de él un hermoso recuerdo. Educador hasta los tuétanos, se desvivió para dar vida a una hermosísima Universidad de la Tercera Edad, que llegó a abrir en San Bernardino pero que enemigos políticos de su propio partido le impidieron llevar adelante.

–Volvamos al momento en que usted se le presenta en decanato y lo conoce?

–Me contó de cómo había resuelto el conflicto institución/estudiantes en Filosofía, Historia, Geografía, Biblioteconomía y Educación y que le quedaba una escuela insumisa y aún inactiva, la de Letras, donde la renovación había creado un gobierno propio, separatista, que había elaborado su propio pensum de estudios, que invitaba de profesores a gente hasta sin títulos y durante un semestre, el forajido “semestre negro”, dictó cursos y otorgó notas que ahora pretendían se les convalidaran.

Me dijo que no había dado con la fórmula conciliatoria y me preguntó si yo tenía alguna. Le dije sonriendo que no, pero que le podía contar un cuento que le había escuchado varias veces a García Bacca: que cuando a un príncipe del Renacimiento italiano se le hacía difícil el gobierno de una ciudad, por añejos conflictos internos entre familias, pues le imponía el mando de un “podestá” que el príncipe traía de lejos. El “podestá” no conocía absolutamente a nadie de la ciudad insumisa, arreglaba salomónicamente todos los entuertos y, al final de su misión, salía escondido de madrugada antes de que se le ocurriera a alguien matarlo.

Esa misma noche, como a las 3 y media de la mañana, una llamada tumbó a Pasquali de la cama: era el decano Adams diciéndole que su cuento lo había dejado impresionado, tanto que lo acababa de nombrar director de la Escuela de Letras. Sorprendido, Pasquali le pidió, dormido, que lo dejara pensarlo hasta por la mañana. Pero Adams se negó.

–Esa aventura -narró Pasquali casi medio siglo después- duró un par de años.

Entré a la Escuela, les hice saber a tirios y troyanos que era un procónsul temporal, logré convencer al Consejo Universitario de que la reapertura de Letras implicaba hacer fuertes concesiones, manejé un Consejo de Escuela menos tenso y revanchista (con Gustavo Días Solís buscando flexibilidad), pasó aprobado el “semestre negro”, logré reincorporar al cuerpo docente a José Ignacio Cabrujas (a quien tendría que despedir tres meses después por no presentarse a dar clases), y hasta dicté allí una materia optativa adaptada a Letras, sobre el Pensamiento Utópico, que venía dictando en mi cátedra de Filosofía Moral en Filosofía.

Unos ocho años después, cuando en la XXI Conferencia General de la UNESCO, en Belgrado, tuve que manejar hasta altas horas de la noche muy tensas reuniones sobre Políticas de Comunicación entre las delegaciones de los Estados Unidos y Reino Unido por un lado (que terminarían separándose de la Organización), y las de los países de la Cortina de Hierro por el otro, creo haber aplicado con tino cosas que había aprendido de la experiencia de la Escuela de Letras en Caracas.

–¿Podría resumir cómo era el programa del curso que usted impartió en Letras?

–Dediqué años de fascinante investigación y enseñanza al concepto de Utopía y al de su opuesto, el de Mito –a caballo entre filosofía, política y ficción– por considerarlos dos formas mentales que mucho pueden decirnos sobre nuestras concepciones del mundo.

Sintetizando brutalmente: el pensar mítico pone su paradigma de perfección en el pasado (dios, acontecimiento o héroe), un pasado a imitar y actualizar; el utópico lo lanza al futuro como paradigma a perseguir.

El mito cultiva una concepción cíclica del tiempo: este tiene que dar vueltas para que vuelva el estado de perfección, el paraíso perdido, mientras que la utopía desarrolla una más moderna concepción lineal del tiempo. El mito es un pensar de modelo religioso, tiende a divinizar, a totemizar su arquetipo a imitar, la utopía es un pensar laico: la perfección a venir es construcción humana, no caída del cielo. El mito es un pensar reaccionario, conservador de lo pasado y lo necesario, lo que ya no puede ser de otra manera y que solo cabe revivir o imitar, la utopía es un pensar progresista el futuro como reino de lo posible, luego de la libertad, de lo que no es aún y puede ser…

–Por ese camino, ¿qué es el chavismo?

–Por incluir una divinización de Bolívar, una totemización de Chávez y un intento “cíclico de ver en este la resurrección de aquel, el chavismo pertenece al modelo del pensar mítico: pone, exalta y venera un insuperable arquetipo pasado, cultiva una animista concepción cíclica del tiempo.

Es una mentalidad de modelo religioso, animista y no laico; y profundamente reaccionario porque solo cree en lo necesario negando la libertad humana, la utopía como capacidad de realizar posibles. En la filosofía no hay un solo paradigma de ciudad del hombre que sea una copia de la ciudad de Dios a imitar. Cada vez que el hombre ha pensado en “ciudad” ha elaborado una utopía laica…

Publicidad
Publicidad