Opinión

Cuando el Pingüino lavaba los platos en el Don Corleone

Puse en el Facebook: ¿cuál es la serie gringa que hay que ver? Unos cuantos me contestaron Gotham, había un maratón de Gotham el pasado fin de semana en el canal Warner y me senté enfrente a mascar hilo.

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Todo es simple en esta época, aunque lo que sigue, no tanto. Las palabras “universo” y “mitología” están de moda. Gotham se trata, pues, de explorar la “mitología” de Batman: ¡Ah, mira, ese es Batman cuando era chiquito, y por eso se volvió neurótico y en la película habla como si tuviera algo atravesado! ¡Ah, mira, esa era Gatúbela cuando era una malandrita callejera! ¡Ah, mira, aquel era el Pingüino cuando parecía un miembro de The Cure y lavaba platos en el restaurante de los italianos mafiosos! No sé si es un reflejo de mi propio cansancio, o que quizás tengo la espalda igualita a como quedó la de Batman luego de la pelea con Bane en la última película, pero Gotham no me enganchó. Se me hace el producto de una civilización gastada. Me quedo con el PIM-PUM-PAM del Batman y el Robin de los años sesenta. Si es verdad que la televisión está haciendo contenidos más elaborados y profundos que la televisión, no sé si Gotham es el mejor ejemplo.
Es demasiado políticamente correcto sostener que todos los niños son buenos actores. Con el niño de Gotham me pasó lo mismo que con el de la película La invención de Hugo: si se quedó o no huérfano me trae sin el más mínimo cuidado. Un huevito sin sal. Ben McKenzie interpreta al policía ético que presuntamente se convertirá luego en el protagonista de uno de mis filmes favoritos, Drácula de Francis Ford Coppola, o sea, Gary Oldman, que en la más reciente saga cinematográfica de Batman me hacía recordar más bien a Leopoldo Castillo. Hijo de un fiscal incorruptible que aprenderá como se bate el cobre en la Sodoma contemporánea, y bla-bla-blá.
Agente James Gordon, por cierto, dígale a su novia buenota que estamos en Ciudad Gótica y si tocan el timbre hay que mirar por el huequito de la puerta.
Por supuesto, como en todo, hay elementos con cierto potencial. Algunos de ellos, por cierto, responden a los estereotipos y el morbo que casi todos seguimos experimentando frente a lo exótico-lésbico. Jada Pinkett, la esposita de Will Smith (típico caso de ¿por qué se casó con ella? que podría derivar en ¿por qué se casó con él?), se la está comiendo como Fish Mooney, dueña de un burdel que se entretiene con las pasantes. Por ahí hay un filón en la novia buenota del policía honrado, que tuvo un jujú homoerótico con drogas y todo. El mayordomo Alfred (Sean Pertwee) no tiene mucha paciencia con el carajito. Típico que el policía dañado, con malos hábitos y moral baja (Donal Logue) es más interesante que el santurrón formalito que le ponen de pareja. En el último capítulo mostraron la ultimísima sustancia de diseño que pone a la gente a tomar leche como loca, no me quiero imaginar que eso ocurra en Venezuela con tanta regulación. Los capítulos de estreno son los lunes a las 8:00 m en Warner. Si usted es de los que deja grabando, agregue unos cuantos minutos al final, pues siempre termina pasada la hora. Mi personaje favorito era el músico callejero que ponía un cartelito: “¿Para qué le voy a mentir? El dinero es para drogarme”. Le daría su billetico de Negro Primero por sincero.

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