Cultura

"El cangrejo ermitaño": ideas sueltas en torno a un viaje

Un acuerdo entre la editorial Visor y la Fundación para la Cultura Urbana ha hecho posible "El cangrejo ermitaño", la magnífica antología del poeta venezolano Arturo Gutiérrez Plaza. El narrador Fedosy Santaella transita sus páginas como en un recorrido vital por la geografía de las palabras

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cangrejo
Martha Viaña

Esta recién salida antología de poemas de Arturo Gutiérrez Plaza –El cangrejo ermitaño– la puedo entender también como una antología narrativa, como un viaje, como una epopeya. Gutiérrez Plaza ha organizado una selección de poemas de sus libros publicados y les ha dado una estructura, digamos, narrativa, de viaje.

Tal como indica en el prólogo el poeta Rafael Courtoisie, estos libros son Al margen de las hojas (1991), Principios de Contabilidad (2000), Un sobre sin abrir (2006) —contenido en el volumen antológico Pasado en limpio (2006)—, Cuidados intensivos (2014) y Cartas de renuncia (2020). Sin embargo, pienso en tal antología como un libro absolutamente nuevo —y no sólo por la edición de la editorial Visor en conjunto con la Fundación para la Cultura Urbana—, sino también porque sus poemas, de algún modo y manera, han sido reescritos.

El modo nos lo da la estructura, la manera nos la aporta la renovada lectura, que vendría a ser en sí una nueva escritura. Como Pierre Menard, Gutiérrez Plaza ha reescrito su Quijote. Se ha vuelto lector de sus libros y luego ha tomado de ellos y les ha dado una forma con nueva luz que nos cuenta una historia íntima de años. Acudimos sí, a una narración, a un viaje cantado, tal como La Odisea, tal como aquellos magníficos poemas épicos.

El mar y el cangrejo

Esta estructura del viaje se me antoja muy parecida a la del famoso viaje del héroe de Joseph Campbell, pero también la encuentro semejante al movimiento del mar en la orilla. Y allí, justamente, merodea el cangrejo, viendo ir y venir el mar que se pliega siempre sobre sí mismo, como si en la ola no existiesen el pasado y el presente, o como si más bien fuesen indiferenciados.

De hecho, el cangrejo ermitaño tiene su sitio en el poema «Hogar», que corresponde al primer «capítulo» o «canto» del libro. El poema acerca al cangrejo a las olas de la orilla y así leemos:

Vivo como el cangrejo ermitaño,
como un decápodo errante,
refugiado en conchas vacías, atrapado, impenitente,
confiado en la bondad de alguna ola que me arrastre
o termine de ocultarme en la arena.

Esa ola, ya se ha visto, arrastra, deja rastro, huella, pero ésta, se sabe, no queda en la arena, sino en el cangrejo. Dentro de él, la ola va y viene, viaja. El mar, como el cangrejo, avanza yendo hacia atrás, que es igual que ir hacia adelante.

Las partes, el todo

Así vamos yendo de una geografía a otra, de la belleza al horror, del afuera a lo íntimo, de la vida a la muerte. Cada capítulo o canto del libro va sumando a la narrativa del viaje del cangrejo. Está, de entrada, el país de las sombras que perpetúan traiciones, de las balas ensangrentadas, de los antiguos amigos devenidos en camaradas o del carcomido mesiánico que no entiende por qué hay quien no lo ama.

Así leemos en «Tierno discurso de un tirano frente a su espejo»:

Es raro que no pensemos igual.

¡Siempre he sido tan magnánimo!

Todo en mí se da
por ese manto inabarcable
donde cobijo la lealtad.

Soy, y todos lo saben, la paz.

Sin mí, el caos.

Este primer acto alcanza su punto de quiebre, el «héroe» no da más en aquel mundo de su origen y, tal como si estuviéramos presenciando el inicio del viaje de la estructura épica —el viaje es en sí mismo una especie de destierro—, nuestro personaje es impelido al segundo canto, que es la peregrinación ciega de la que habla Rafael Cadenas. Un poema de este segundo canto lleva incluso de título «El viaje». Acá un fragmento:

Cuando se inicia el viaje,
cuando verdaderamente comienza,
ya no se tiene memoria de la partida.

Ya no se sabe,
siquiera,
cuál era el destino previsto:
la posible travesía.

Pues todo viaje es también,
secretamente,
un pacto con el olvido.

Comienza el ciclo de las dificultades, los obstáculos, el enfrentamiento con la monstruosidad de las ciudades que se van apareciendo al paso y que, siendo múltiples, no dejan de recordarnos un solo infierno: el Metro de Caracas, de Ciudad de México, la miseria, los invisibles (¿los olvidados?), la delincuencia y su voz, su falacias argumentales.

Acá unos versos de «Renuncien a defender las buenas costumbre»:

Ustedes son los que tienen miedo de morir.
Nosotros no.
Somos hombres bomba.

Estamos en el centro de lo insoluble.

Ustedes, entre el bien y el mal,
se detienen en la única frontera.

Su muerte es un drama cristiano
en una cama, un cáncer, un ataque al corazón.
La nuestra, la comida diaria, la fosa común.

El derrotero continúa hacia las tierras frías donde el clima se vuelve una presencia, un personaje, a veces el antagonista de la historia: la tarde gris y gélida frente a una tumba, un invierno que quiebra ramas que, en su caída, asesinan cuentos de hadas, la belleza de la nieve convertida en padecimiento, la soledad del breve saludo, el inmenso silencio del norte compartido con el mexicano Manuel Iris, ese otro gran poeta que también hace crónica de su vida lejana entre la nieve y los baldíos. De «El amigo chino» leemos:

Se saludaban, como siempre,
fraternalmente. Ambos sonreían,
gesticulaban con la mano izquierda
y seguían sus pasos.

A lo largo de sus vidas
nunca cruzaron palabras.

cangrejo

De a poco, el héroe se va diluyendo en las tierras de adentro. Allí continúa el viaje, esta vez hacia el amor, también una huida, otro destierro que, entre el cuerpo y el ánimo, siempre se tacha y vuelve a empezar.

De «Si me permites», recogemos estas palabras:

Si me permites,
si hay un lugar donde yo pueda,
me haré hábito en tu piel
y como un devoto feligrés,
fiel a los caprichos del deseo
te haré mía sin nombres
sin palabras, sin promesas.

En las comarcas de adentro no falta la ruta onírica, que también es propia del viaje y de la necesidad de sentido. Incluso está lo onírico de los sueños narrados, dos brevísimas historias con sus enigmáticas significaciones. También se halla allí lo frágil y lo leve, como la materia de la que están hechas los sueños, diría Bogart o si se prefieren Sam Spade: una telaraña que une destinos, o los desune en las coincidencias que fueron o no. Pero también los sueños siendo aquello en lo que se creyó, una convicción, una esperanza, incluso un tinglado de mentiras que nos inventamos para mantener esa creencia (que también son formas de sueños, ¿no?).

De «El enemigo»:

Como los egipcios en tiempos de guerra
he recibido falsas noticias
de victorias imaginarias.

He celebrado con anticipación
la derrota de mis contrarios
sin antes haber nunca acordado la mía.

Ese vaivén nos lleva luego a la reflexión de la vida y la intimidad familiar. Allí aguardan los hijos y las pequeñas cosas (como un par de zapatos), la madre y el padre, y ahí, en ellos, se agazapa la muerte de manera explícita (digo así porque es también sentida subrepticiamente en los hijos y en aquellas cosas mínimas de la vida). Más adelante, nos miramos en el espejo de los años: la madurez, la vejez, cierto cansancio, la añoranza de lo no vivido, el dolor por los idos y la imaginación serena y sabia del último día.

Capítulo o canto final, el octavo: el héroe poeta se hace, finalmente, de la recompensa. El viaje se termina en la palabra, en la lengua de los pájaros, en el poema. Es así la vuelta al refugio, a la maravilla. El poeta, nos dice Gutiérrez Plaza, es de una estirpe que se empeña «en agrandar el misterio del mundo». El acto poético es un acto de fe en ese misterio, es el anhelado fin del viaje, la siempre fugaz recompensa. Pero quizás —y por fortuna—, ese fin de viaje realmente no existe, y por eso tampoco cesa la poesía.

Esta novela —perdón por el exabrupto—, esta epopeya, este poema épico/lírico se continúa en los libros por venir, en la poesía que aún vendrá, la de Gutiérrez Plaza y la de todos los poetas que dan la talla.

El cangrejo ermitaño
Arturo Gutiérrez Plaza
Visor/ Fundación para la Cultura Urbana

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