Opinión

De cómo Frank Spano se convirtió en el Danny Trejo criollo

Es un tema apasionante: ¿qué es lo que hace que, al final del día, nos guste o no nos guste una película? Estoy convencido de que yo le puedo soltar aquí 10.000 argumentos racionales, éticos y estéticos, pero en el fondo, la elección es totalmente arbitraria. Tengo una maleta como la de los DJ’s con mis DVD’s favoritos, y todo se limita a la gran pregunta: ¿guardo o no este DVD en la maleta? No soy la misma persona que fui hace dos años. El DVD que guardé en la maleta en marzo de 2012 quizás no lo guardaré hoy. En la defensa de una película, estamos solos y desnudos, aquí y ahora.

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Regla número 1: no por escribir en una web y dármela de crítico, mi opinión es más autorizada que la de usted. Solo es eso, una opinión del montón.

Vi Km. 72, del director Samuel Henríquez, la película venezolana que se estrena este viernes. ¿Me gustó o no me gustó? Me gustó, y mucho. Quizás la película venezolana que más me ha gustado en al menos dos años. Si tuviera el DVD, lo guardaría en mi maleta de lo que improbablemente volveré a ver algún día.

Le voy a ser muy sincero: la película de Henríquez tiene una estructura en la que hay un crimen y se narran al menos tres versiones totalmente distintas de ese crimen. Pero eso no fue lo que más me gustó ni me llamó la atención, por lo menos a primera vista. Desde Rashomon de Kurosawa, no es un recurso precisamente original, como admite el propio Henríquez. Tampoco capté todos los meandros del guión, para eso soy brutáceo.

¿Qué fue lo entonces que me gustó? Km. 72 es una película, como dije, de crimen, de cine negro, que generalmente es un género poco pretencioso si lo comparamos con otros. Los que escriben las noticias de sucesos en los periódicos no suelen ser unos Balzac, pero todo el mundo los lee. Un crimen es un crimen, suele tener unas motivaciones primarias que se pueden contar con los dedos, y no hay que ponerle mucha filosofía. Y dentro de la nobleza intrínseca del género, Samuel Henríquez se atreve a hacer un ejercicio de estilo. Un ejercicio que quizás no está completamente acabado a lo largo de toda la película. Pero por rachas, Henríquez se arriesga a tener glamour.

Hasta esta semana, me caía mal el actor Frank Spano y sus facciones sumamente marcadas e inconfundibles: esos labios tan abombados, esa nariz como de rinoceronte. Las causas son totalmente viscerales, así como las que hacen que me guste una película: hace como 20 años, Frank le daba clases de teatro a una chama que no me paraba, y eso me hacía odiarlo a muerte de celos. Da pena adelantar algo de la historia, pero en Km. 72 Spano hace de Dimas, escolta y ex policía con vacío de la figura paterna, y su contenida interpretación para mí es lo mejor de toda su carrera. Por momentos me hizo recordar a Danny Trejo. Está machete.

Frank Spano hace que a uno se le olvide un poco que Km. 72 es la despedida de ese monstruo llamado Gustavo Rodríguez (probablemente ya algo limitado físicamente durante este rodaje), y eso es bastante.

Por supuesto, hay guiños. Tarantino siempre estará sobrevolando por allí. Una escena con Hana Kobayashi cantando “Moliendo café” en japonés en la Hawai Kai remite a las atmósferas distorsionadas de Lynch. E Igual sentí un trabajo de dirección honesto, pulcro y sólido, con la necesarísima dosis de egolatría y desplantes de todo creador que valga la pena, y que hasta se da el lujo de lanzar algún chiste genial solo para consumo venezolano sobre lo que cuesta aquí la gasolina.

Arbitraria y visceralmente, le recomiendo Km. 72 con los ojos cerrados, así sea por la sombra blanca sobre los ojos de la actriz Indra Santamaría.

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