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¿De dónde salió Alejandro "Lobito" Guerra?

Pocos conocen el gran nivel del fútbol que se juega en los barrios que conforman la grande y populosa Parroquia Sucre, en Caracas. El Cuartel, Blandín, Casalta, el Barrio Isaías Medina y Lomas de Urdaneta, el Oeste del Oeste da a luz a talentosos hombres que alimentan al fútbol nacional. De aquí salió Alejandro "Lobito" Guerra.

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Fotografía: AP

En pleno corazón de La Laguna, en Los Magallanes, está el Colegio San José de Calasanz. En su interior, en una maltratadísima cancha de fútbol de tierra y piedras, juegan a diario muchos niños que sí tienen claras en sus mentes las hazañas que han logrado algunos de sus vecinos dándole patadas a una pelota. Salomón Rondón, Roberto Rosales, Alexander González y Alejandro Guerra surgieron de la polvareda que en el campo del religioso colegio se levanta debajo del sol cada tarde. Todos triunfadores, todos humildes, todos íntegramente formados. Encontrar en medio de la violencia estos casos de superación personal es extraordinario, pero la historia del “Lobito”, primer venezolano campeón de Copa Libertadores, es inigualable.

En el Bloque 3 de Lomas de Urdaneta habita la familia Guerra Morales. El menor de los varones que trajo a este mundo Rosa cumple el guión de formación de los cracks mundiales: de infante, Alejandro mostraba un talento inigualable. Chamos mayores a él enmudecían por lo que podía hacer con la pelota. Nelson Carrero, ex futbolista, hoy directivo de la FVF y en aquellos tiempos vecino del chamito Guerra (vivía en el Bloque 4), fue el testigo de vida del actual estrella del Atlético Nacional de Medellín. “Había una cancha entre el Bloque 3 y el 4 y ahí se hacían torneos del barrio, yo los jugaba. Con 12 años ya Guerra superaba a otros que le doblaban en edad con la pelota en los pies. Yo decía que teníamos que estar atentos al flaquito”, recuerda Carrero, quien llegó a tomar previsiones cuando se enfrentaba al joven que maravillaba a todos.

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Guerra hacía fantasías con la pelota. Era innato. La Selección de Distrito Capital comenzó a disfrutar de su enorme talento. Tal era su calidad que siempre jugó en una categoría por encima de lo que decía su edad. Físicamente era como el presente: talla media, fragilidad en su peso, una característica que generó dudas en algunos técnicos. Tenía tantos vellos en el cuerpo que sus amiguitos los apodaron “Lobito”. La cara de niño le sigue acompañando a los 31 años, de allí que  mote se escriba en diminutivo. Es el mismo rostro que se integró a la Sub 17 del Caracas FC.

Cuando Carrero lo recibió en la cantera roja, se dio cuenta que seguía jugando con la picardía aprendida en el barrio. Para Guerra, el fútbol es alegría y no una responsabilidad, a pesar de haber perdido a su hermano Armando, quien murió de manera violenta en una redada policial. Para muchos que lo vieron jugar, superaba al “Lobito” en calidad. “Alejandro era de la generación de Giovanny Romero, Edgar Jiménez. Rápido jugaba con otros de más edad. Siempre lo subíamos a la Sub 20 y pronto entrenaba con el primer equipo”, recuerda Nelson Carrero, quien aporta una anécdota: “No olvido que en un torneo nacional con la Sub 17 del Caracas le hizo un gol de rabona a Academia Emeritense luego de eludir a seis contrarios. Su desparpajo era inigualable”.

Ese desparpajo y la inocencia no fueron distracción para que pronto asumiera la importancia de la profesionalización. Atento a escuchar, a aprender, Noel Sanvicente se convirtió en su mejor consejero, cuando dio el paso más serio en su carrera al lado de jugadores de la talla de José Manuel Rey, Deivis Barone, César “Maestrico” González o Jorge “Zurdo” Rojas. Rápidamente estaba entre los grande, lo que le llevó al Juventud Antoniana de Argentina, una experiencia no muy grata para un joven al que le costaría estar lejos de su familia a tan temprana edad.

Caracas apostó por él y el «Lobito» aprovechó cada oportunidad recibida: goles en Libertadores, en partidos decisivos en torneo local (como el sombrerito que le hizo a Gilberto Angelucci en el Brígido Iriarte para definir el campeón de la temporada 2002-2003 cuando apenas tenía 18 años), filigranas, pases milimétricos, un drible endiablado, siempre como volante ofensivo. Con su aporte, Caracas levantó cinco títulos absolutos. Sublime, hasta que un poderoso Anzoátegui bajo el mando de Daniel Farías llamó a su puerta.

Puerto La Cruz y Guayana

El equipo porteño armó un once de ensueño para ganarlo todo en la 2010 – 2011 y el refuerzo estrella era el catiense. Los rumores que surgían sobre un aparente conflicto entre él y algún miembro del plantel de Caracas apuraron su salida, que lo acercó de nuevo a la órbita de la selección nacional, dirigida entonces por el hermano de Daniel, César Farías.

La aventura exitosa en la costa del oriente venezolano apenas duró un año: el todopoderoso Mineros de Guayana de Carlos Maldonado se fijó en él. Alzó título de Copa Venezuela en 2011, con un gol suyo ante Trujillanos en la serie final. Su estadía en el cuadro negriazul y su tempestiva salida de Anzoátegui impuso el criterio en los mentideros del fútbol de que la “traición” a los Farías sería pagada con una ausencia en las convocatorias de la Vinotinto. Dicho y hecho, cada listado anunciado excluía a Guerra, por entonces el mejor jugador del país. Inexplicable.

“Siempre me pregunté por qué no estaba convocado”, dice Carlos Horacio Moreno, una duda que también compartía Nelson Carrero: “Esa ausencia en la selección le hizo un daño tremendo. Eso provocó que se haya ido tarde al fútbol extranjero”, explica el federativo, quien además ratifica que la carrera ascendente con el combinado patrio se truncó por haberse distanciado de los Farías: “Con Richard Páez ya tenía protagonismo. Anotó el gol del empate sustituyendo al hijo del técnico en la victoria ante Bolivia 5-3. Ya era jugador fijo de selección desde 2007”, asegura.

“Es diferente, es distinto. Está por encima de los demás. Lo vi crecer en la Sub 17 cuando dirigía al Caracas. Encontrar un jugador con su habilidad, con su calidad, con su brillo, es muy difícil. Es inteligente, tiene pase gol, tiene gol”, dice el técnico Carlos Horacio Moreno, quien coincide con Carrero en lo tardía de su explosión: “Hace seis años menos, hubiese sido tremendo para poder irse a Europa. Aún puede hacerlo, pero es muy difícil. Lo que gana es porque es un gran jugador de fútbol. No haberlo convocado a la selección le retrasó todo el éxito que podría lograr”, afirma.

Con la camiseta de la selección su consagración llegó también a destiempo. Alejado de la órbita Vinotinto en el proceso Farías, fue uno de los pilares en los inicios de su mentor, Sanvicente, como seleccionador, aunque ese paso estuvo marcado por el clan “Don Regalón”, término emitido por el propio “Chita”. Se le acusó por un error garrafal en la entrega cometido en el choque de eliminatorias mundialistas ante Brasil. Sin embargo, con Rafael Dudamel al mando, el caraqueño se destapó  y extendió el gran momento en Atlético Nacional al seleccionado. De hecho fue una de las figuras en el buen andar de Venezuela en la Copa América Centenario.

Medellín

La mejor etapa de su carrera la ha vivido fuera de Venezuela. En la capital de Antioquia ha sido campeón del toneo colombiano, jugó una final de Copa Sudamericana y levantó el máximo trofeo de clubes de América, siempre como protagonista. Juan Carlos Osorio le tenía puesto el ojo desde hacía mucho tiempo, cuando lo vio disputar los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Cartagena con Venezuela, en 2006. Fue un pedido expreso del aquel entonces técnico de Atlético Nacional (2014) y poco a poco fue sacando la variopinta oferta de aptitudes al jugador. El secreto fue darle la libertad necesaria para que desplegara el fútbol que acumulaba en sus genes.

Reinaldo Rueda no hizo más que dar continuidad a todos los procesos y extendió las posibilidades de Guerra de tener más presencia de responsabilidad en su equipo. Con el ex seleccionador colombiano, el “Lobo” fungió como líder conductor del fútbol ofensivo de Nacional y se aproximó al gol, una de sus obsesiones eternas. Con libertades plenas, el toque de primera y el manejo de la intensidad como arma, el volante se convirtió en uno de los mejores jugadores del Continente. Nadie lo niega, todos lo reafirman.

“La importancia del título de Copa Libertadores que obtuvo es incalculable. Todavía no sabemos la medida de la importancia del logro para el fútbol venezolano. Las deficiencias de la formación que pueden haber en Venezuela le da más reconocimiento a lo que hizo, siendo protagonista, actor principal, figura en el campeonato. Es un ídolo de la afición de Nacional, que lo hayan vitoriado cuando lo sustituyeron en la final, es algo inigualable”, dice Leopoldo Jiménez, ex internacional venezolano, a quien preocupa la poca relevancia que este logro de Alejandro Guerra ha tenido en el país que le vio nacer.

“Me emociona lo que ha logrado en la Libertadores, pero me frustra saber que el éxito le llegó tan tarde. Fue mezquino el trato que le dieron algunos técnicos. Este jugador pudo haber estado en la élite mundial hace rato y no me da miedo asegurarlo”, sentencia Carrero.

La casa

Guerra es un padre ejemplar. Con la que ha sido su pareja desde hace 18 años, Kris Espejo, mantiene una relación de vida. Su compañera es su técnico más estricto: «Las críticas de mi familia han sido lo mejor. Por ellos he cambiado la mentalidad. Mi esposa me critica mucho. El otro día hice un gol y pelé (perdí) dos. Ese día llegué a la casa y estaba enojada. No me habló del gol que hice sino de los dos que fallé. Me dijo que me pelé en dos mano a mano con el arquero. Ahí me quedé pensando y me dije: ‘esta mujer es brava’. Sus críticas son constructivas», declaró alguna vez a la prensa colombiana el padre de dos pequeños, de los cuales el mayor, Kleverson, ya muestra maneras de ser heredero con ventaja del enorme talento de su padre.

Su madre, Rosa Morales, afirma el valor que Guerra da a sus seres queridos: “Siempre su familia ha sido prioridad, es muy familiar, y es lo que más me enorgullece de él. Yo estoy muy orgullosa. Tal vez pude haberle dado más pero me siento muy orgullosa de tener un hijo como él, porque es un gran hombre, un gran jugador, un gran padre, un gran hijo, no es porque sea mi hijo, pero es un hombre que tiene algo que lo hace diferente, tiene una humildad muy grande, y eso lo hace muy grande a él”, dijo al periodista Miguel Vallenilla horas antes de que el volante se convirtiera en campeón de la Libertadores.

El éxito no le ha llegado tarde. Quizá el reconocimiento y el impacto de lo alcanzado sucede en el pico de su carrera, pero nada le va a quitar a Alejandro Guerra la sensación de haber sido uno de los futbolistas más importantes en la golpeada historia del balompié criollo, porque el logro no lo miden los terceros. Triunfó un jugador que hace lo que los demás no pueden. Tiene características completamente diferentes para un jugador venezolano tipo.

En un país en el que las angustias del día a día superan cualquier momento de emociones positivas, lo que regaló Alejandro Guerra a la afición no tiene parangón. Ver a un criollo enarbolar el tricolor patrio, en medio de una celebración de extranjeros; que su nacionalidad sea vitoreada con admiración por un pueblo hermano que hoy nos ve desde los ojos de la lástima, es un halo de esperanza para regresar a la idea de que esta patria tiene motivos para luchar por ella.

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