La muy emotiva y merecida despedida que hizo la institución a Daniel Farías solo podía ser superada por la celebración de la llegada de Maldonado al mando. La intempestiva salida de un técnico que pudo aguantar las embestidas de la afición y la prensa para luego irse por la puerta grande con un título en la mano, exigía que el nuevo dueño del banquillo tuviera la experiencia y grandeza necesaria para asumir tamaño compromiso.
La gestión Farías elevó la vara de medir para elegir al nuevo DT. Con el ahora asistente técnico de Cerro Porteño, Táchira no solo bordó nuevamente una estrella en su escudo, sino que también creció como institución. En estos tres años se organizó la estructura de las categorías menores, se vendieron jugadores al extranjero que otorgaron estabilidad económica, los requerimientos de primer nivel para mantener la competitividad fueron cubiertos e incluso, el armazón administrativo tuvo que perfeccionarse de cara a las exigencias que demandó el crecimiento real del equipo andino.
El anterior entrenador dejó conformado un equipo campeón, que solo una relajación en el Torneo Adecuación lo apeó de la posibilidad de levantar otro trofeo en 2015. Una plantilla que presume ser altamente competitiva, que casi juega de memoria por el tiempo que lleva junta y que exhibe un fútbol atractivo y efectivo. Incluso, el propio Farías dejó adelantado el capítulo de refuerzos necesarios para encarar la Libertadores de 2016.
En un marco de progreso general sostenido, la exigencia hace que un tipo como Maldonado sea el indicado para asumir el reto. Conocedor como ninguno del intríngulis de la institución y el manejo de lo mediático, factor altamente determinante en los logros de Táchira, el aporte de un hombre que ama los colores vendrá determinado por metas mayores que no pudo alcanzar en su primer periplo sentado en el banco de Pueblo Nuevo.
Carlitos sabe que todo marchaba muy bien al momento de su llegada. La estabilidad y el buen funcionamiento de lo deportivo e institucional obliga a que los aportes sean para mejorar lo bueno y la personalidad del ídolo atigrado permite que haya confianza en que el estatus se mantendrá. ¿Qué esperar? Algún que otro retoque para potenciar el plantel y dejar que sigan haciendo en la cancha lo que ya saben, con el liderazgo que solo un hombre de los soles como él puede garantizar.
Maldonado ya le dio todo a Táchira, como jugador y como técnico, pero Táchira le debe a él algo más. Alcanzó títulos en épocas de inestabilidad interna y ahora se merece hacerlo cuando la institución es sólida. Eso le genera ilusión, así como la Copa Libertadores de América, competición de la que ya el seguidor amarillo y negro no quiere solo presumir de ser el que más veces participó, sino que quiere trascender de una buena vez y superar lo que César Farías logró en 2004.
Maldonado también tiene un desafío no menor: devolver al templo su feligresía. Lejos de aquellos llenazos en 2008, a Daniel Farías se le puede reprochar que el fanático no se enganchó con su equipo durante su mandato. Razones aparte, la afabilidad de Carlitos en su relación con el entorno hace de él el tipo ideal para recuperar ese ritual tachirense de subir al estadio cuando se presenta el gigante andino.
San Cristóbal está feliz. Una ciudad netamente opositora al oficialismo celebra el resultado de las parlamentarias. Se respira en sus calles, en las casas, en los locales, en las iglesias que retomaron los madrugonazos para las misas de aguinaldo. Luego de vivir episodios tormentosos en las revueltas de 2014 y de sortear a diario la dura escasez de productos que provoca el aislamiento a más de 800 kilómetros de la capital, lo de Maldonado es otro motivo para que la sonrisa se dibuje en los rostros de los habitantes de la Ciudad de la Cordialidad