De Interés

Optimismo vs Pesimismo en tiempos de crisis

“Cuando no se tiene una concepción pausada y responsable del tiempo, se vive dominado por el pesimismo o el optimismo a partes iguales.” Eduardo Punset.

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Foto: Andrea Hernández

Conversaba en estos días con un conocido sobre la diferencia entre ser realista, optimista y pesimista. El me decía que era un optimista por convicción. Yo le decía que yo era más un realista, no sé si por convicción. El agregaba que con el optimismo las cosas siempre salen mejor.

Yo comentaba que ser realista en estos tiempos de crisis era menos peligroso, que ser optimista o pesimista. Al final concluí que el optimismo se centra en pensar que en el largo plazo las cosas van a estar mejor, el pesimismo en que a lo mejor los tiempos de uno podrían no coincidir con el de las mejoras, para verlas y vivirlas.

Cuando reparamos en los innumerables problemas que aquejan a los venezolanos pareciera que existen más razones para el pesimismo y el realismo, que para el optimismo. Ni siquiera vale la pena nombrar los problemas. Casi todos los conocemos y padecemos. Pero en un escenario de creciente deterioro, los optimistas son casi una estirpe de valientes, o de ingenuos.

Curiosamente en el Informe sobre la Felicidad Mundial, en su edición de 2015, Venezuela ocupa la posición 23 de 150 países. Donde por ejemplo, Suiza ocupa el número 1 y Siria la última. Este estudio incluye variables como: el PIB per cápita ¡ajustado a dólares!, apoyo social (posibilidad de recibir ayuda de familiares y amigos), ¡esperanza de vida!, ¡Libertad de tomar decisiones en la vida!, Generosidad, ¡percepción de la corrupción!, Afecto positivo (refleja cuanto se ríe la gente – En Venezuela, demasiado) y el afecto negativo (tristeza y enfado-también se enfada demasiado). (Por cierto, agregué los signos de exclamación a propósito).

El optimismo en estos tiempos está focalizado en el “piensa positivo”. Científicamente no existe ninguna relación entre el pensamiento positivo y una incidencia directa, positiva, en los acontecimientos.

Lo que explican los psicólogos es que el pensamiento positivo permite preservar la salud, la eficacia, la disposición, confianza y adaptación permitiéndole al individuo obtener mejores resultados en sus metas, al contrario que los pesimistas. Pero como señala, Barbara Enhereich en su libro; “La trampa del pensamiento positivo”, si para los optimistas siempre el mundo y sus cosas van a ser mejor ¿para qué preocuparse por pensar positivamente? ¿No será que en el fondo no se lo creen?

Sin embargo, toda esta filosofía ha dado pie para que un grupo de personas y compañías se certifiquen como (no voy a nombrar en qué, pero es una palabra anglosajona) y hagan negocios con la filosofía del pensar positivo, al igual que toda una literatura que tiene dimensiones cuasi religiosas.

En mi opinión todo ese entorno que predica y vive del pensamiento positivo, siembra la semilla del pesimismo, ya que pagar para ser optimista, es una razón para el pesimismo.
Por otro lado el pesimismo, se centra entre otros, eni el pensamiento del filósofo alemán Arthur Schopenhauer, que decía que vivimos en el peor de los mundos posibles, un mundo donde el dolor es perpetuo. “El mundo es asimismo el infierno y los seres humanos en él son, por un lado, las almas torturadas y, por otro, los diablos” (El Arte de Envejecer).

Está visión se ubica en el otro extremo, porque ni todos los seres humanos son torturados, ni todos son diablos, ni todo el planeta es un infierno, ni todos sus países lo son, aunque algunos gobernantes y personas trabajan ardua y exitosamente en convertir algunos países en infiernos.

Creo que una de las razones fundamentales de nuestra crisis radica en nosotros mismos. En hacer de todo un chiste, en nuestra hilaridad incontinente, en nuestro deseo de reír como payasos para no llorar. He visto gente en las colas de comida riéndose del alboroto que se forma cuando en el mercado repentinamente se ponen a la venta unos mendrugos y la gente corre como loca, atropellándose y tumbándose para llegar primero.

Creo que estamos en el punto en que nos hace falta una buena dosis de realismo, de dimensionar los problemas y sus soluciones. Por eso debemos apoyarnos en lo que la psicóloga Julie Norem llama “pesimismo defensivo”, éste pesimismo según ella, nos permite pensar siempre en lo peor, para actuar y trabajar en evitarlo y así ir construyendo mejoras.
Matthieu Richard, monje budista, hijo del filósofo francés Jean Francois Revel, considerado una de las personas más felices del mundo, considera que el asunto no tiene que ver con el optimismo, ni con el pesimismo, sino en experimentar la paz interior, lo cual aquí en el país es también difícil.

“Quien experimenta la paz interior no se siente ni destrozado por el fracaso ni embriagado por el éxito. Sabe vivir plenamente esas experiencias en el contexto de una serenidad profunda y vasta, consciente de que son efímeras y de que no tiene ningún motivo para aferrarse a ellas” Matthieu Richard.

Al final, solo espero (optimismo) que algún día (pesimismo), tengamos verdaderamente razones para reírnos, después de que cambiemos todo lo que hay que cambiar y construyamos todo lo que hay que construir (realismo).

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