Nunca olvidaré la maestra de mi escuela primaria quien al revisar mi cuaderno me ponía mala cara por no haber hecho la tarea. “Sí la hice maestra, ¡mire!”. “No mienta Santodomingo, eso no lo escribiste tú sino una cucaracha”. Además de mi “mala letra”, mi ortografía fue motivo de burlas por muchos años (sí, aún escribir en público me pone tenso). También era torpe y distraído, así que para evitar ser visto como un absoluto desastre, desde los 6 años aprendí a disimular que me costaba un poco leer. Quizás era un poco más lento que el promedio, pero con el tiempo aprendí a pasar por un lector normal e incluso por uno muy apasionado. Desde entonces (y toda mi vida) llevé el secreto de saberme un completo fraude lingüístico.