Opinión

De la estupidez a la locura

¿A qué territorios conduce el discurso que no da respuestas a situaciones reales? Ante los problemas que se plantean con el Esequibo, la Unión Europea y las elecciones parlamentarias, desde el poder solo se ofrece propaganda y desahogo verbal. Ramón Guillermo Aveledo analiza el drama

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De la estupidez a la locura
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Sustituir la realidad con el discurso es autoengaño.

“No reconocemos la competencia de la Corte Internacional”, así a secas, es discurso pero no respuesta práctica a la amenaza objetiva de perder para siempre el territorio Esequibo que reclamamos. Lo mismo es expulsar a la embajadora y denunciar el colonialismo, en vez de reconocer que las manipulaciones antidemocráticas, inaceptables para la Unión Europea, causan el repudio internacional.

Nuestra reclamación histórica no avanzará así ni las elecciones convocadas van a ser reconocidas, aunque grite el coro de aduladores y partes interesadas que por cierto, tampoco es que se haya distinguido por su fuerza y entusiasmo.

Puede que el grupo en el poder sienta que está ganando ambas batallas. Es lo malo que tienen los cuartos de espejos: sólo te ves tú. La verdad es que el país que deberían gobernar, como es su responsabilidad, las está perdiendo.

Si en lugar de desahogos retóricos y propaganda estuviera en plan de hacer su trabajo, habría ido a La Haya a defender la posición venezolana y argumentar por qué ese tribunal no es competente. O habría buscado nombrar un CNE concertado con la Asamblea Nacional y respetado a la dirigencia legítima de los partidos.

El discurso político tiene funciones de comunicación y movilización. Interpreta la realidad y propone modos de influir en ella para transformarla o para mantenerla. No es un diagnóstico de la realidad, es el resultado de su lectura y el vehículo de las propuestas para cambiar lo que hay que cambiar, defender lo que hay que defender, atacar lo que merece ser atacado, así como la convocatoria a acciones en orden a lograrlo, porque la política es hacer.

El problema se agrava si esa confusión entre discurso y realidad no es monopolio del grupo gobernante. La oposición debe cuidarse mucho de caer en la misma trampa. La debilita y perjudica al país.

Claro que el Esequibo y lo electoral no son los únicos problemas en un país crucificado por la mala situación, la crisis de servicios básicos y el derrumbe de la institucionalidad, pero ellos y su tratamiento son síntomas de insensibilidad ante el sufrimiento de los venezolanos en esta crisis empobrecedora y deprimente.

Así vamos, de tumbo en tumbo sea “a paso de vencedores” o con otra consigna mágica, como en las crónicas de Umberto Eco, De la estupidez a la locura.

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