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Defender el resultado: otra mentira más

El miedo a ganar es otra de las tantas influencias en los comportamientos de un equipo de fútbol. Ese temor normalmente se manifiesta en modificaciones "defensivas" que buscan "amarrar el triunfo" y se confunden con el miedo a perder. Vale la pena preguntarse por qué se insiste en repetir conductas, desechando la no linealidad del juego.

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(http://zamorafutbolclub.org)

En innumerables ocasiones he hecho mención a la teoría del caos, al pensamiento complejo, a la Teoría General de los Sistemas, e incluso, a los postulados de Heráclito, sencillamente porque creo que la única constante de nuestras vidas es el cambio. Pero ese cambio no es previsible, no es lineal; sabemos que existe pero no cómo ni cuando se manifestará. ¿Qué quiere decir esto? Llevado al fútbol, por ejemplo, no siempre que se sume un defensor más al equipo mejorarán los comportamientos defensivos. La no linealidad del fútbol nos invita a contemplar y respetar la individualidad de cada situación.

El fútbol, hay que insistir en este concepto, no se trata de una operación matemática, simple y llanamente porque sus protagonistas son seres humanos pensantes y emocionales, capacitados para influenciar con su sola aparición al grupo que los absorbe y lo suficientemente abiertos para ser modificados por ese contexto. Es por ello que aunque el reduccionismo tenga años exigiendo lo contrario, debemos aceptar la evidencia: nada es igual a nada y cada episodio merece su propia interpretación.

Pongamos dos ejemplos de la jornada 3 de Torneo Clausura venezolano, aprovechando que ambos se vieron por TV el pasado fin de semana.

Como primera muestra tomemos el partido entre Estudiantes de Caracas y Atlético Venezuela. El equipo local se fue arriba en el marcador gracias en buena medida a que supo contrarrestar la idea de juego del equipo atlético y lo llevó hasta el territorio que más le convenía; le sacó ritmo gracias al trabajo hecho sobre los volantes Yangel Herrera y Héctor Pérez, minimizando sus asociaciones e invitándolos a elaborar maniobras individuales que morían en la orilla.

La expulsión de uno de sus jugadores, el delantero Adriano Duarte, no supuso un cambio en las intenciones iniciales (equipo a la espera del error del contrario para emplear el contragolpe), aunque sí impulsó el repliegue defensivo unos metros más hacia atrás, a tal punto que su rival logró construir su juego con mayor libertad hasta lograr la igualdad.

Ese traslado hasta las inmediaciones de su propio arco es la conducta habitual de los equipos que se quedan con diez jugadores. La adopción de esta modalidad no nace de un proceso reflexivo sino de un «automatismo»: para defender se acercan a su portería, creyendo que esa simple reducción espacial de la zona de definición es el antídoto a los ataques del contrario.

La segunda muestra se observó en el partido Mineros – Zamora. El equipo visitante aplastó a su rival con otro planteamiento: para defender jugaba lejos de su propio arco, haciendo buena aquella máxima de Arrigo Sacchi de que «defender es atacar el ataque del contrario”. Esta opción, la del Zamora, se lleva a cabo a través de una marcada intención de jugar siempre hacia el campo contrario, pero teniendo muy en cuenta los comportamientos tras pérdida del balón (para evitar los contraataques) y las vigilancias ofensivas (la marca a los jugadores rivales que no se suman al dispositivo defensivo. Para comprender aún mejor esto que explico, vale la pena revisar las exposiciones de Ricardo Zazo y Jordi Pascual en sus cuentas de twitter

Si nos basamos exclusivamente en el resultado, la conclusión es evidente y reduccionista: hay que jugar como el Zamora. Pero lo realmente importante es identificar que esa propuesta no nace de la necesidad de «defender un resultado», sino que juega a lo que sienten sus futbolistas. Estudiantes, en su intención de cuidar un resultado estuvo cerca de perder un partido que controló por mucho tiempo; sus temores impulsaron el crecimiento de su rival, mientras que Zamora, impulsado y apoyado por el juego que nace de sus futbolistas, no dejó que Mineros reaccionara.

Defender un resultado no es una conducta, es una intención que lleva a adoptar ciertos comportamientos, algunos propios de los intérpretes del juego y otros más de aquellos que quieren ser protagonistas, aún desde una cabina de transmisión. Defender el resultado es una idea tan optimista como creer que porque se acumulan los ahorros en la cuenta bancaria, el futuro no deparará sorpresas inesperadas. El juego es imprevisto; se trabaja para reducir el impacto de lo desconocido, no para evitar su aparición.

Pensando en el origen de estas líneas, puede que no sea el miedo a perder ni el temor a ganar lo que realmente condicione cómo se juega; quizá sea el terror a ser lo que realmente somos lo que termine por condicionar una actividad que antes que negocio es, y debe seguir siendo, un juego.

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