Economía

Del millardito a la hiperinflación

Luego de esa tragedia que es la hiperinflación, nunca más un millardito se pagará con el empobrecimiento de el país.

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Quien no recuerda el Aló Presidente donde el presidente Chávez exhortó al BCV para que le pasara un millardo de dólares de las reservas internacionales al insaciable fisco nacional.
Se convirtió, como tantas otras cosas de estos y aquellos años, en un tema donde entre especialistas y simples sensatos no podían creer el pedimento de tamaña solicitud irresponsable. Era algo así como un favorcito, como una vainita de la cual no te puedes negar, un “¿ajá, y vas a decir que no? Si es para el pueblo vale”.
De inmediato quedó claro que ese sería uno de los caminos hacia lo que no conocíamos. El boom petrolero pospuso lo inevitable, pero ya se había inaugurado lo que más tarde usarían, el financiamiento monetario del déficit fiscal. Ese senderito que llevó a la hiperinflación a buena parte de los países de la región en los años ochenta.
La forma ligera y sobrepolitizada como se ha manejado la economía del país en todos estos años va a convertirnos en el único país petrolero del mundo con hiperinflación. Vamos a pasar del 300% que promedia la inflación extraoficial anualizada de este primer trimestre, a otra que puede ser de 600% o 1000% en el último trimestre. El Fondo Monetario, en sus estimaciones recientes supone que Venezuela llegará a la hiperinflación en 2017. La tontería de 1.200% estiman para ese año y más de 600% el actual.
Pero lo cierto es que nuestro inminente record económico puede ser alcanzado en cualquier momento. Cuando se juntan los demonios hiperinflacionarios la bomba explota de manera impredecible y desata situaciones que nunca habíamos vivido. ¿Finales de este año? ¿Principios del otro? Es solo cuestión de apuestas. Pero la hiperinflación esta cantada.
Y es así porque este gobierno ha invocado todas las causas. Déficits imposibles de financiar, destrucción institucional y productiva, endeudamiento gigantesco, lapidación de las reservas internacionales y despelote monetario. Lo único que nos puede salvar es una abrupta e inesperada subida del precio del petróleo, y puede que ni siquiera eso nos salve. La producción nacional sigue estancada y con severos riesgos de caída.
Si la hiperinflación es inminente ¿Qué sigue después?   
La hiperinflación se lleva por delante a cualquier gobierno. Genera situaciones críticas de ingobernabilidad si al momento de su inicio se encuentra en el poder los responsables de ella, o está en funciones uno militar o, por último, se trata de uno nuevo, civil, salido de las urnas electorales, producto del camino institucional y electoral que en algún momento se impondrá en Venezuela.
Incluso puede llevarse a varios. Eso ocurrió en Argentina, así como en Brasil, Perú o Bolivia. Los gobiernos caen como barajitas, hasta que no se forma uno de unidad nacional y aplica las medidas restrictivas y necesarias, las cuales, además, la población respaldara con más resignación que entusiasmo, pero con la esperanza de que se estirpe la pesadilla de no saber cuanto es el salario, cuanto cuesta la comida, el transporte o los servicios.
Una vez que ella se instala en la realidad nacional es como un tornado que arrasa con todo. Empresas, bancos y comercios, no importa su tamaño, todo cambia, pero lo peor es que nadie sabe para donde y cuando termina el arrase.
La incertidumbre y la pobreza es tan grande que la población aprende. Entiende que la irresponsabilidad tiene un precio, que gobiernos como los de Chávez o Maduro son la perdición de los países. Sólo entonces, y a partir de ese momento, ya no son sólo especialistas o sensatos los que se llevan las manos a la cabeza cuando alguien quiere sacar ventaja política a costa de barbaridades de política económica.
Luego de esa tragedia que es la hiperinflación, nunca más un millardito se pagará con el empobrecimiento de el país.
No nos queda sino aprender por las malas
Por lo que ha sido la experiencia de otros países de la región con este tema, y que de seguro ocurrirá con nosotros, la hiperinflación es como un lavatorio de sangre, un aprender por las malas.
Es posible que a las alturas del desajuste que tenemos y de la imposibilidad de diálogo que padecemos, el nuevo acuerdo nacional que necesitamos sea producto de un shock económico que nunca antes habíamos vivido. Quizás ese aprender por las buenas, el hacer los cambios por la vía de la política, desde hace mucho tiempo dejó de ser una posibilidad para nosotros.
Si se quieren buscar culpables pues la culpa de la pedagogía de la crisis será de todos, pero de unos mucho más que de otros. El primer culpable será el gobierno, no en abstracto, que no quepa duda, será la dupla de lo que fue o es el Chavismo-Madurismo. La responsabilidad de estos es tan grande que empequeñece la del resto de los actores que se puedan identificar.
Luego vendrán los radicales, oportunistas y aprovechadores de oficio de todas las tendencias. Ellos serían los segundos en la lista. Por último figurarán los encargados de administrar la tragedia que se nos viene encima. Su responsabilidad será inversamente proporcional al tiempo que tarden en hacer lo correcto con la política económica y sus necesarias y urgentes compensaciones sociales.
En este aprender por la malas hay que tratar de que los más débiles sufran menos. No habrá forma de que todos seamos víctimas de la hiperinflación, pero es fundamental para la viabilidad futura que los ajustes se acompañen de importantes y rápidas transferencias de medios para proveer a los pobres de bienes y servicios.
En estos asuntos hay que ponerse a trabajar de inmediato para que la bomba de la hiperinflación nos tome con algo de preparación. LA receta económica es conocida y de aplicación instantánea. La social es lenta y compleja. Requiere de instituciones que no tenemos y de información que nos han ocultado. Por ello, y para el bien de todos, la agenda social de la hiperinflación hay que tenerla lista y acordada.
Solo así podremos ayudar a todos en este aprendizaje, pero en especial a los que fueron engañados y usados por irresponsables como aquel que un domingo cualquiera le pidió un millardito al BCV, como quien pide un favorcito, que a final de cuentas arruinó al país.]]>

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