Deportes

Crónica de un final del Clausura trepidante

Viví con tanta adrenalina este domingo 23 de octubre que no me voy a permitir desilusionarme con todo lo malo que rodea nuestro fútbol. Sentí las mismas emociones que a principio de los años noventas, cuando un radiecito me acompañaba de chamo a la última jornada en el estadio. Volví a aquel domingo de 1992 cuando Caracas le ganaba a Martímo con un ambientazo en el Brígido Iriarte para titularse en la última jornada del campeonato. Sí, con radio, sin TV, en pleno año de derechos de transmisión internacional y demás.

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Fotografía: Jesús Ricardo González (Deportivo La Guaira)

La jornada comenzó con contradicciones: no había TV por falta de acuerdo entre la FVF y Asofutve sobre los horarios. “Todos los partidos de la última fecha deben jugarse a la misma hora”, dice el tan violentado reglamento de competición, motivo por el cual la señal que posee los derechos televisivos no pudo transmitir por compromisos de programación previa, pero la Comisión de Torneos Nacionales sí pudo modificar el calendario y adelantar dos partidos para el sábado, uno que tenía mucho en juego con respecto a la clasificación al mal llamado “octogonal”, como el Caracas-Llaneros.

Los coromotanos jugaron su último partido y a la derrota amarga de la caída ante el cuadro avileño, fin de un camino que los llevó al descenso, lo remató un asalto de carretera, el segundo en los últimos dos meses por el que atraviesa un equipo profesional de fútbol. La grave crisis del país afecta en todos sus sentidos a todos los venezolanos y los futbolistas no son la excepción. Mientras los clubes de béisbol obtuvieron el compromiso gubernamental de garantizarles seguridad, el fútbol sigue sufriendo los efectos de la supremacía del crimen. Y nadie pide acciones inmediatas, ni los mismísimos perjudicados.

Pero la fecha continuaba el domingo. Todos los partidos arrancaron a las 4:00 pm (minutos más, minutos menos) y como nada puede terminar tal como se debe en este variopinto campeonato, el choque La Guaira – Táchira, decisivo en todos los ángulos, se demoró en su culminación debido al inclemente aguacero al que fue sometido el campo cuidadosamente recuperado del Olímpico, que se destruyó en apenas partido y medio. Táchira necesitaba una victoria para asegurar su cupo a Libertadores y no pudo alcanzarlo, porque perdió con la desesperación de saber que Carabobo había aplastado a un Monagas que se relajaba tras una campaña de ensueño en el Comanche Bottini. El premio de consuelo es asegurar al menos una participación en Copa Sudamericana, al igual que Caracas. Nuestro fútbol, aunque no guste a algunos, necesita que los dos grandes sean siempre protagonistas.

Carabobo se mete por vez primera en la máxima competición continental, como premio directo a un excelente Clausura (queda así demostrado que un equipo que haga un muy buen torneo corto también puede tener un premio tras 19 fechas). Nadie pensaba que un comunicador social como Juan Domingo Tolisano alcanzaría tantos logros en tan poco tiempo con un equipo casi perfectamente calibrado. Ahora, Ocanto, Bello, Novoa, Rivero, Suárez y compañía, buscarán un premio mayor: el de levantar un título por vez primera para un cuadro que presumen de una fiel afición y un entrenador que hace de lo complicado, algo muy fácil.

Mientras eso ocurría en Plaza Venezuela y Maturín, en Pueblo Nuevo se vivía una situación que jamás había presenciado el templo sagrado del fútbol: en su grama un protagonista chapoteaba en alta mar para no ahogarse en el descenso, pero nada pudo salvarlo. El implacable Anzoátegui del notable joven argentino Nicolás Larcamón lo apuñaló un montón de veces para decretar su caída al infierno, con todo y que el duelo estaba signado por la vileza federativa de designar a un portugueseño como árbitro del choque. Ureña no pudo y se fue a Segunda, cosa que no hizo Portuguesa, que cumplió los deberes derrotando al simpático Petare, salvando un año que pintaba para más cuando Horacio Matuszyckz tomó sus riendas. Ojalá la historia, esa que decreta el merecimiento que tiene el penta de estar en Primera, sirva para que su gerencia no sea tan limitada y deje de cuestionarse que un futbolista profesional no puede ganar más en salario que un gerente de Makro.

Zulia extendió su feria y empató cinco días de alegrías tras asegurar su primera participación internacional con la obtención de su título primogénito de Copa Venezuela. Los de Champion Marcano certifican que cuando un equipo se plantea con seriedad hacer las cosas bien, sin tirar la casa por la ventana pero ubicando a gente capacitada y de avanzada, los logros están a la vuelta de la esquina.

Zamora tendrá que recrearse y deslastrarse de un agotamiento físico y mental que le trajo la exigencia de la alta competencia. Cuando su poder implacable en lo doméstico fue calibrado flaqueó y ahora le quedará el gran bálsamo de bordar su tercera estrella en una final, tras sus desastrosos meses de septiembre y octubre. Reinventarse en el entrenamiento y los ensayos para en dos partidos reencontrar su nivel, será la dura tarea de Franceso Stifano.

Mención aparte para Estudiantes de Mérida y el Atlético Venezuela de Alex Pallarés. Los académicos se ampararon en la mística del viejo Soto Rosa para salvar la categoría y si el calendario les hubiera regalado una fecha más, se metían entre los ocho primeros, no me cabe duda. Los capitalinos, que luchan por subsistir en el maltrecho Brígido Iriarte pero con procesos gerenciales que son modelo deportivo en el país, alcanzaron el mejor semestre en su corta historia de la mano de un español que llegó con un enorme pero desapercibido currículo a ordenar un vestuario y darle confianza a un plantel completo que entre rotaciones alcanzó un logro para muchos imposible en un equipo que merecía eso por las comodidades que ofrece a sus empleados. Pallarés prefiere seguir estando de bajo perfil, más allá de que no se haya guardado nada para disparar desde su óptica contra el podrido estamento del desorden federativo en el que está sumido nuestro fútbol.

Hay muchas cosas malas en nuestro fútbol, sin embargo las emociones se mantienen latentes. No nublan la dificultad, pero ayudan a ser optimistas.

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