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Silencio y lluvia para recibir sobre el césped a las víctimas de Chapecó

"Caiu a ficha", dicen en Brasil cuando toman conciencia de algo y hoy los familiares de las víctimas y la hinchada del Chapecoense, después de cuatro largos días de espera, enmudecieron bajo el mar de lluvia que recibió al medio centenar de féretros sobre el césped del Arena Condá.

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La lluvia, que no había aparecido durante estos días en Chapecó, al sur de Brasil, arreció durante todo el velatorio y ganó intensidad a medida que el cortejo fúnebre avanzaba por la calles de de la ciudad, era el anuncio de su llegada.

«Hay que hacer un sacrificio, ¿no?», afirmó a Efe el aficionado del Chapecoense José en compañía de su mujer y sus dos hijos, quienes llegaron a las puertas del estadio a primera hora de la mañana.

Con paraguas, chubasquero o a cara descubierta, el graderío se fue llenando de seguidores del «Huracán del Oeste», muchos de los cuales llevaron pancartas en recuerdo de sus «héroes».

«Obrigado Club Atlético Nacional #ForçaChape», rezaba uno de estos carteles en referencia al afecto mostrado por el que hubiera sido su rival en el partido de ida de la final de la Copa Sudamericana frente al Atlético Nacional colombiano.

Unas 19.000 personas tuvieron acceso a las gradas del Arena Condá, prácticamente la totalidad del aforo, dejando la mitad del campo para la disposición de los 50 féretros de jugadores, técnicos y directivos del Chapecoense, así como de algunos periodistas, que fallecieron la noche del lunes al estrellarse en Colombia el avión en el que viajaban.

En esa parte se encontraban los familiares y amigos de las víctimas a la espera del momento en el que recibirían los restos mortales de sus seres queridos después de un agónico proceso de repatriación que ha durado cuatro días.

El ánimo de los instantes previos al funeral en los que los aficionados cantaron el ya célebre «Vamos, vamos Chape» se transformó en un profundo y conmovedor silencio en el momento en el que entró sobre el verde el primer «campeón», a hombros de seis militares brasileños.

De fondo solo el sonido de los firmes pasos de los soldados sobre el encharcado césped, ahogado de tanta lluvia, que desfilaron escoltados por un pasillo de compañeros, los cuales bajaban los banderines a su paso en señal de respeto.

Los familiares observaban con angustia el paso de todos y cada uno de los ataúdes, mientras la grada asistía de pie y en silencio. Y en ese momento «caiu a ficha», como vaticinó el hincha Everton, que aseguró a Efe antes de entrar que este humilde equipo brasileño lo ha representado «todo» para él.

Para la memoria, la imagen de un niño abrazado al ataúd del jugador Thiaguinho, uno de los 71 fallecidos de aquel vuelo en el que la plantilla del Chapecoense viajaba rumbo a Medellín para disputar su primera final en un torneo internacional.

No obstante, otros dos familiares de este delantero tiraron de orgullo y en un arrebato emocional abandonaron el techado sobre el que reposaban las víctimas y pasearon en alto la foto de Tiaguinho ante el alboroto de una afición que se había quedado muda durante unos minutos.

Pero nadie se pudo aguantar las lágrimas, ni siquiera algunos de los fotógrafos apostados en la otra mitad del campo, que se desmoronaban mientras registraban el momento, incluso un periodista tuvo que ser trasladado al interior de los vestuarios tras desmayarse.

El club, ante la magnitud emocional que cabía esperar hoy en el Arena Condá, preparó previamente un equipo formado por 121 psicólogos, 115 médicos y 121 auxiliares de enfermería.

A pesar de la tristeza vivida, a los familiares aún les quedó fuerzas para dar una vuelta de honor, saludar a su afición y lanzar al aire señales de ánimo.

Emotivo fue ver a Danielle Padilha, la hermana del portero Danilo, quien se acercó emocionada con su camiseta en alto a la portería preferida del cancerbero, la misma en la que sacó un pie milagroso en la semifinal ante San Lorenzo que les dio el pase a una final soñada, la que nunca pudieron disputar.

El Chapecoense tendrá ahora que empezar desde cero un nuevo proyecto deportivo de la mano de una afición que se antoja imprescindible para intentar repetir los éxitos de una plantilla que nadie olvidará.

«La herida va a cicatrizar (…) Somos una familia y vamos a continuar siendo una familia por siempre», asegura el Indio Guerrero, mascota del equipo, bajo su máscara.

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