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#VIDEO Diablos de Naiguatá iniciaron festejos para honrar al Santísimo

Los Diablos Danzantes de Naiguatá dieron su muestra de fe este miércoles, víspera de Corpus Christi. Con la bajada del cerro colorado, la cofradía varguense inició la fiesta y tradición popular que se celebra 60 días después del domingo de resurrección. El Sol no dio tregua este miércoles 3 de junio. Desde las 10 de la mañana “el catire” sofocaba a los niños, adolescentes y adultos que en el Cerro se vestían de colores y con máscaras para burlarse del demonio y rendir sacrificios al Santísimo.

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Entre palos de aguardiente y guarapitas evaporadas por el sopor costeño, los diablos más viejos dieron riendas a la nostalgia. Se sentían acéfalos sin la presencia del antiguo Diablo Mayor, Robin Izaguirre, quien falleció el año pasado, tomando por sorpresa a muchos en la cofradía.

Hoy Norberto Iriarte asume las responsabilidades de ese título, pero hay muchos danzantes que todavía no están enterados. Algunos lanzan otros nombres, cuando se les pregunta por el Diablo Mayor, otros creen que todavía no se ha designado uno actual. Entre los nombres propuestos está el de Kelvin Romero, quien en realidad es el presidente de la cofradía y pasó el miércoles hablando con autoridades gubernamentales y policiales para garantizar la seguridad y los refrigerios para la comunidad. Romero no pudo danzar, su cargo administrativo no lo permitió, pero Norbertico Iriarte, el danzante más antiguo de la cofradía y quien debe dar el ejemplo de la tradición, sí participó. _MG_4905

Al mediodía, cuando el sol apunta certero hacia el suelo incandescente, los “cajeros” tocan la tambora desde la Iglesia de la Soledad, frente a la plaza Bolívar de Naiguatá, esta es la señal para que los Diablos Danzantes bajen del cerro para realizar sus peticiones y pagar sus promesas. Pero los tambores no se oyen desde la punta del Cerro Colorado, por lo que unos cohetones los socorren con su estruendo. Al escucharlos, los enmascarados comienzan a bajar llenando de colores y sonidos de campanas las calles y escaleras de su comunidad. Niños descalzos y perros callejeros alucinan con el destello de la indumentaria de los Diablos que pasan corriendo con una algarabía de campanitas.

Antes de partir, algunos danzantes se persignan, tocando el santísimo y la cruz que se entrelazan con dos cordones en su pecho. Luego ponen a andar sus alpargatas, danzando escaleras abajo. En el camino algunos se detienen para tomar agua, cerveza o cualquier otra bebida que mitigue el calor y la deshidratación. Son las abuelas, madres, y amigos los que atienden a sus danzantes antes de que lleguen a la plaza. El ardor del mediodía y los litros de sudor, amenazan con desteñir los coloridos trajes de los danzantes.

10 escaleras más abajo, los diablos mayores se detienen para honrar a los compañeros danzantes que han fallecido. Frente a una cruz con la foto de Mario Romero, un danzante que ya murió, los participantes guardan un minuto de silencio. Entonces agachan las máscaras de diablos, peces, tiburones y otras alegorías que adornan sus cabezas. En sus corazones recuerdan al último Diablo Mayor, Robin Izaguirre, a Mario Romero, antiguo cajero y muy querido por la comunidad, a Ciriaco»Canta Bonito» Iriarte, quien trajo esta tradición a Naiguatá, Mayita Iriarte, su hijo, y otros compañeros que ya no están.

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La posición de Diablo Mayor le corresponde al danzante más antiguo de la cofradía. Hoy ocupa esta posición Norbertico Iriarte, pues este lleva bailando 50 años, desde que tenía 5. Cuando empezó en 1965, sólo había 12 diablos comprometidos en su fe. Es nieto de Ciriaco “Canta Bonito”, fundador de la tradición en la zona y su padre, también llamado Norberto, fue Diablo Mayor en sus tiempos. Pero el título no tiene que ver con la sangre o con el apellido, sino con los años que se tienen honrando al santísimo. Además si fuera por apellido, la confusión fuera mayor porque toda Naiguatá tiene un “Iriarte” atravesado en la partida de nacimiento.

Al llegar a la plaza, los enmascarados pagan o piden sus promesas. Algunos renuevan sus ofrecimientos, otros dan gracias y pagan por un bien concedido. Entre ellos está Carmen Monroy, quien lleva 33 años bailando y paga promesa por su hija de 30 años que no camina por una parálisis cerebral que tuvo al nacer. Todos los 3 de junio y rinde honores al santísimo pidiendo una mejora para su hija.

“Tengo fe porque Cuando mi hija nació era un muñeco y ha ido mejorando. Esta promesa será hasta que ella camine”.

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Parecido es el caso de Esmeralda, hace unos años pidió por su hermano que “iba a quedar paralítico, pero lo operaron y salió bien”. Hoy hace una petición que no puede revelar, “porque sino, no se cumple”. Este miércoles, víspera del Corpus Christi, los diablos caminan de rodillas desde la cruz que está diágonal a la plaza, hasta la puerta de la iglesia. Se trata de 50 pasos de un suelo de cemento ardiente, que deben recorrer al ritmo y repique del tambor. Este ritmo es lento y exasperante para quienes posan sus rodillas en un suelo que parece una paila. Al llegar a la puerta se quitan apurados la máscara y toman desesperadamente una bocanada de aire fresco.

Tras este momento de sacrificio los danzantes comparten con sus familias en la Plaza Bolívar, en dónde la misma comunidad ha dispuesto ventas de comida y bebidas. La fiesta continúa, así lo afirman Junior Flores y sus compañeros liceístas, quienes empujan unas cervecitas en un día de clase: «Esto es sólo dos días al año, no nos lo podíamos perder».

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Hoy 4 de junio, los diablos danzantes salen temprano a bailar por las calles de Naiguatá. Se acostumbra que los integrantes de la comunidad visiten a sus difuntos en el cementerio y luego disfruten de un agasajo de la cofradía en la plaza: «un sancochito», precisa Johny Iriarte. «Nos quedamos por las calles, no se puede subir a la parte alta del cerro porque el diablo está suelto.»

A las 6 de la tarde, los danzantes acompañan al Santísimo Sacramento en procesión hasta la iglesia. Así culmina la tradición de los Diablos Danzantes de Naiguatá.

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