Venezuela

Diálogo con Diosdado en una isla desierta

Enemigo mío es una película de ciencia ficción de 1985 que recrea un fenómeno comprobado por las ciencias sociales: dos individuos incompatibles que se ven obligados a intimar en una situación de aislamiento (en este caso, un soldado humano y un extraterrestre reptiliano y hermafrodita o algo así), tarde o temprano, llegarán a algún tiempo de consenso.

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“Esos dos archienemigos tendrán que negociar y acordar puntos. Es lo mismo que en la política”, me lo ratifica la sicóloga social Yorelis Acosta. En fin, sirva todo esto de introducción a un escenario imaginario en una isla desierta del Caribe con el que soñé en estos días, y que no tengo ni la menor idea de cómo puede ocurrir, pues hace años no me monto en un avión y mucho menos en un ferri a Margarita.
—Diosdado (sacudiéndose la arena del pantalón y caminando hacia mí): Epa, cómo estás, amiguito.
—Yo: ¡Dios!
—Diosdado: Dado. A tu merced, caballerito.
—Yo: Disculpe, sé quién es usted. Y con todo el respeto del mundo, prefiero no estrecharle la mano.
—Diosdado: Ah, pues. Y esa broma porqué.
—Yo: Disculpe de nuevo, pero yo le considero uno de los principales responsables de la destrucción del país en el que crecí, me enamoré y subí cerro. Es más, y le voy a ser totalmente sincero: creo que siempre le tuve más miedo a usted que a Chávez y a Maduro juntos.
—Diosdado: Ah, pues. Ni que yo fuera el lobo que se quiere comer a los tres cochinitos. ¡Je je je!
Yo: ¿Le puedo pedir, por favor, que no se ría? Disculpe la anécdota personal, pero usted siempre me recuerda a alguien. Había un muchachito que yo siempre veía entre el público en espectáculos deportivos en Caracas. Hasta se parecía físicamente a usted. Era un chamo con algún tipo de problema de aprendizaje. Y la gente se metía mucho con él. A ese niño años después lo vi como un adulto que participaba lleno de rabia en las marchas del chavismo.
—Diosdado: ¿De qué hablas tú, chico?
—Yo: Lo que quiero decir es: no se lo tome a mal, por favor, pero usted parece representar una forma de hacer política signada por el resentimiento. ¿Alguien le hizo algo cuando era chiquito? ¿Qué le pasó en El Furrial, por aquellos lados en los que usted nació?
—Diosdado: En la escuela se metían conmigo por el nombre. Me decían Cabellos de Ángel, Dado Sin Puntico y Dios Quitao. Pero no recuerdo más nada así en especial.  ¿Te parece si empezamos a buscar una agüita de coco?
—Yo: Mis excusas de nuevo, pero me costaría mucho ponerme a recoger cocos con usted cuando recuerdo el 30 de abril de 2013. Ese día le cayeron a trompadas a Julio Borges y a otros diputados opositores en pleno palacio legislativo en sus narices cuando usted presidía la Asamblea Nacional, y no hizo nada para impedirlo. Es más, si me permite el abuso de confianza: me atrevería a especular que parecía sentir una especie de placer sádico ante tan denigrante espectáculo.
—Diosdado: Ah, pues. Pero si fueron sólo unos coñacitos. No les pasó nada. Ellos chillan pero aguantan. Palo fue el que llevé yo en el cuartel.
—Yo: Tantos años viéndole en cargos de poder y es increíble lo mucho que no sabemos los venezolanos de usted: ¿cuáles son sus posturas ideológicas concretas? ¿Qué libros tiene en su cabecera? ¿Tiene mascota? ¿Qué comiquitas veía?
—Diosdado: Me gustaba Beto el Recluta y Trucutú.
—Yo: Ah, con razón lo del garrote. Disculpe, pero es que de verdad: casi que lo único que sabemos de usted es que tiene una hija bien buena.
—Diosdado: Mosca. Yo tengo unos cuantos años más que tú, pero estoy bastante mejor entrenado para darte unas buenas manos.
—Yo: Sí, yo de eso no tengo duda, señor de las moscas. No se preocupe, yo prefiero ser un ciudadano desarmado. En el eterno dilema entre Vargas y Corujo que hemos tenido durante toda nuestra historia republicana, créame que yo no me quedo con Carujo.
—Diosdado: Yo hasta ahora no te he salido con groserías.
—Yo: Siempre tuve esta duda: ¿qué hablaba usted con Leopoldo López cuando lo llevaba para la cárcel?
—Diosdado: Le decía que lo íbamos a tratar como un príncipe y que preso no se desgasta. Te voy a decir algo que nadie sabe: yo inventé lo de fuerza y fe.
—Yo: Diosdado, ¿nunca ha tenido miedo de ser tan odiado?
—Diosdado: Odio quiero más que indiferencia.
—Yo: ¿No le hubiera gustado pasar a la historia por un gesto magnánimo?
—Diosdado: Sin diablo no hay Dios.
—Yo: ¿Usted no tiene temor de Dios?
—Diosdado: Dios está metido en mí.
—Yo: ¿Usted no cree que no se puede vivir con tanto veneno?
—Diosdado: Los picados de mapanare se asustan con bejuco.
—Yo: Otra duda que siempre tuve. ¿A ustedes los militares les enseñan economía?
—Diosdado: Claro. Economía de guerra.
—Yo: Digo, ¿pero usted nunca se enteró de la gente que pasaba trabajo para comer?
—Diosdado: Es muy fácil ser chavista con el barril a 100 dólares.
—Yo: ¿A usted le movió el poder o el dinero?
Diosdado: El poder, siempre. Es más fácil que entre un rico al cielo que un cabello por una aguja. ¿Acaso tú me has visto en la lista esa de Torbes?
—Yo: Forbes, diputado. Dígame la verdad. ¿No le frustró no haber llegado a Miraflores?
—Diosdado: Yo tuve mis cinco minutos de presidencia.
—Yo: Las pocas veces que vi su programa de TV, usted lo único que hacía era dividir a los venezolanos en “ellos” y “nosotros”. Últimamente aquello parecía un show evangélico.
—Diosdado: Tú sí chillas, vale. Quédate así calladito más o menos lo que dura una cadena de la constituyente.
—Yo: Disculpe usted, pero es que como yo soy un civil pacífico, siento que mi deber ciudadano es atormentarlo aunque sea un poquito.
—Diosdado: Vente, vamos a buscar unos cangrejitos para el almuerzo. Y trátame de tú, que aquí no te conviene gastar saliva.
—Yo: Esa es una buena frase. Le recuerdo pocas en estos 18 años.
—Diosdado: Vente, vamos a escribir un CLAP en la playa.
—Yo: Querrá decir un HELP.
—Diosdado: Sí, eso, un SOS. Sos bien pendejo, muchacho.
—Yo: De verdad, le aseguro que me va a costar mucho convertirme en amigo suyo. Ni siquiera hice el servicio militar.
—Diosdado: Aquí te vamos a poner carácter.
—Yo: No creo que funcione el síndrome de Estocolmo.
—Diosdado: El colmo de un militar es que le salga una hija con cara e’ cañón.
—Yo: Una cosa más. ¿Con quién le gustaría quedarse en una isla?
—Diosdado: Con una camarada que vi en una película:

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—Lo último: ¿Qué sentía cuando Chávez le decía que tenía los ojos
—Diosdado: Me da como cosita, porque luego sólo tuvo ojitos para Nicolás. El que Dios quita el diablo lo visita.]]>

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