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¿Dónde quedaron las "good manners" inglesas?

Una acción que causó estupor fue que, durante la premiación, cuando los jugadores ingleses recibieron las medallas de plata, inmediatamente, la mayoría de ellos se la quitó y se retiró sin esperar la premiación del equipo ganador. Para muchos quedó como un gesto de mala educación, de quien no sabía perder

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AFP
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Se cuenta que Winston Churchill decía que los italianos perdían los partidos de fútbol como si fueran guerras y las guerras como si fueran partidos de fútbol. Si hubiese podido, el domingo 11 de julio, posiblemente, se habría corregido y se habría referido a sus propios compatriotas, después del encuentro final de la Eurocopa entre Inglaterra e Italia, cuando algunos ingleses demostraron que los buenos modales, el espíritu deportivo y la flemática elegancia que los caracterizaba son cosa del pasado, después de la elevación de la copa en brazos de los azzurri, nada menos que en el campo de Wembley.

Una acción que causó estupor en Italia y en muchos otros países fue que, durante la premiación, cuando los jugadores ingleses recibieron las medallas de plata por el segundo lugar en el Campeonato, inmediatamente, la mayoría de ellos se la quitó sin lucirla y se retiró sin esperar la premiación del equipo ganador. Para muchos quedó como un gesto de mala educación, de quien no sabía perder.  Al día siguiente, un artículo de prensa los defendió diciendo que era una actitud «bastante consolidada» en algunos equipos, lo cual no convenció mucho, por muy frecuente que sea se trata de un irrespeto hacia las autoridades futbolísticas que los estaban premiando, el público que los estaba viendo y una actitud muy poco deportiva en un campeonato importante, ya se aboga por sancionar a quien lo vuelva a hacer.

Entretanto, en las tribunas del estadio, ni siquiera el príncipe William, que es presidente de las Federaciones de Fútbol de su país (y no bajó para la premiación), su esposa Kate y el pequeño George, después de la euforia inicial, pudieron disimular su gran decepción ante la derrota. Son jóvenes, aprenderán de la abuela Isabel, la reina que no pierde la compostura y no se le mueve ni un cabello en público ante cualquier tragedia.

Con los vientos que soplaban, enfrentar a Inglaterra habría sido una empresa dura para cualquiera, desde el comienzo de la organización del torneo cayó mal que el equipo inglés fuese favorecido jugando casi todos sus encuentros en casa, con la hinchada a su favor. La idea que prevalecía en la prensa de varios países participantes era que todo había sido pensado para facilitar la victoria de los «leones» y del triunfo parecía que nadie en Inglaterra tuviese dudas.

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Leicester Square, en el centro de Londres fue declarada «fan zone» el día de la final: allí descargaron la frustración los ingleses (JUSTIN TALLIS / AFP)

La semifinal contra Dinamarca fue criticada por un penal muy dudoso concedido a Inglaterra en tiempo agregado  y el uso de una luz láser que desde el público apuntaba a los ojos del portero danés Kasper Schmeichel, con la finalidad de confundirlo durante el penal, acción que está bajo investigación en la UEFA y que puede significar una jugosa multa para Inglaterra. Otros dos procedimientos disciplinarios contra los ingleses en ese mismo encuentro incluyen el encendido de fumígenos y los silbidos irrespetuosos al himno danés.

«It’s (not) Coming home»

La frase It’s coming home, tomada de una canción de 1966, desempolvada para la ocasión, dedicada al equipo y a la copa que volvería al país que inventó el fútbol, se convirtió en un slogan tormentoso en el estadio de Wembley, donde el público inglés fue calculado en 60.000 personas y el italiano no llegaba a 10.000.

Esta desventaja se compensó simbólicamente con la presencia del Presidente de la República, Sergio Mattarella, quien estuvo sentado solo, posiblemente por medidas de distanciamiento anticovid o por alguna -poco probable- falla protocolar. No escapó a la atención del público la diferencia con el Mundial de España 82, cuando el rey Juan Carlos estaba sentado con el entonces presidente Sandro Pertini y el canciller alemán, Helmut Schmidt, en un ambiente de gran cordialidad, con un poco diplomático -pero muy simpático- entusiasmo incontenible del jefe de Estado italiano por los goles de Paolo Rossi.

En el encuentro final del Europeo 2020, el himno italiano fue abucheado, algo bastante común en el fútbol, a pesar de la petición explícita del entrenador, Gareth Southgate, de no hacerlo porque ese desaire «les daría mayor carga a los rivales». La carga no les faltó, sobre todo a partir del gol del empate en el minuto 66 del encuentro, de allí en adelante, ya es historia de una derrota futbolística que muchos ingleses vivieron como si hubiesen perdido la guerra, y es comprensible después de un partido de infarto.

No faltó la violencia antes del partido por grupos que intentaron ingresar al estadio sin entradas y los pocos que esperaron a los italianos en la salida. Y, para completar, se multiplicaron en las redes los mensajes racistas contra los jugadores que erraron los penales, acción de odio condenada tanto por Southgate como por el Primer Ministro, Boris Johnson.

Con Italia o contra Inglaterra

Pero lo más interesante es que la carga que necesitaba Italia parecía provenir de casi toda Europa, algo más bien insólito en las competencias deportivas. Inevitablemente enmarcada en la Brexit, que aún muchos europeos -y tantos británicos- no terminan de digerir, varios destacados representantes políticos de la Unión Europea, empezando por la Presidente de la Comisión, Ursula von der Leyen, manifestaron abiertamente su tifo (apoyo) por Italia, ella y la canciller Ángela Merkel fueron las primeras en congratularse por el triunfo del equipo de Roberto Mancini.

El separatismo llevó a los escoceses a llenar de banderas italianas los pubs y a lucir camisetas azules mientras celebraban la derrota inglesa. Los daneses se sintieron finalmente vengados por Italia. Circula un simpático «meme» que muestra a Meghan Markle llevando una enorme bandera italiana, como para irritar a la familia real. En las redes abundaron los mensajes rogando a Italia acabar con Inglaterra «para hacerle un favor al mundo».

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Algo más que fútbol hubo en la final (Andy Rain / POOL / AFP)

Cada uno con sus motivaciones, el humor continental quedó bien resumido en el título del cotidiano La Stampa con la foto de la triunfante squadra azzurra: «Nosotros somos Europa». Da la impresión de que este triunfo no solo une a los italianos, también une a los europeos, con quienes los británicos no se sienten del todo identificados.

Hasta el entrenador de la selección española, Luis Enrique, a pesar de que su país fue eliminado por Italia en semifinales, declaró que «hay que saber ganar y saber perder» y que, a partir de ese momento, estaba a favor de la selección italiana, porque «es imposible no amarla». Una gallarda lección de vida que todos, en cualquier ámbito, deberían aprender.

Después de 53 años, la Copa Europea llegó a Roma. Italia ganó todos los 7 partidos de fútbol y, con el general-estratega Mancini, el capitán Chiellini, los altos oficiales Donnarumma y Bonucci, además de Immobile, Chiesa y toda la valiente tropa, Italia ganó la guerra… la guerra de los goles.

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