Venezuela

El chavismo: el fracaso de una religión laica

El chavismo es, incluso para sus variantes intelectuales, un culto, con su liturgia, sus tabúes, sus mandatos, sus verdades reveladas y sus obligaciones. Como todo culto, demanda lealtad y exclusividad. Es una apuesta alimentada por la nostalgia, los prejuicios, el ánimo de revancha, las inquinas personales, el estatus político adolescente.

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Foto: AP

Todo el país, toda la sociedad venezolana, incluyendo probablemente, a la Presidencia de la República, los mandos militares y la jerarquía del partido del gobierno, tiene que estar debatiendo en privado, aquello que no todo el mundo se atreve a reconocer en público: el estrepitoso fracaso del proyecto comunal bolivariano; la ausencia total de liderazgo que existe en el país, la endiablada marcha de la descomposición social y la ausencia de conducción económica. La falta de horizontes y futuro que se cierne sobre los venezolanos de esta hora.

El fracaso de Venezuela se respira en todos los rincones. La dimensión de la quiebra es tan profunda, que el socorrido argumento de la “guerra económica” hace aguas en medio de la tormenta, diminuto y solitario, sobrepasado por nuevos capítulos de la disfunción administrativa que ha ido creando el PSUV. Hablando de guerra económica nadie puede explicarse la multiplicación de las bandas criminales, los cortes de luz, la ausencia de hojillas de afeitar o la descomposición de los tribunales.

Parte del estamento dirigente se niega a debatir los contenidos y causas del naufragio actual, porque en la historia fallida del chavismo están comprometidas sus hojas de servicios, y la terrible responsabilidad política, administrativa que algún día les tocará encarar frente al país.

Persisten otros sectores sociales y culturales del chavismo, ubicados en el extrarradio del actual diagrama del poder, que, aún cuando no pueden desconocer en privado la magnitud del costo que este catastrófico experimento, guardan silencio, esconden la cabeza o le rehúyen a cualquier debate en el cual pueda emerger el peligroso escenario de tener que extraer conclusiones contrarrevolucionarias. De eso se trata: no tienen convicciones políticas sino posturas religiosas.

Profesores universitarios, cuadros medios, escritores, periodistas, promotores comunitarios: aquel que, de buena fe, acompañó la consigna de Chávez en torno a la conquista de la tierra prometida, tiene que saber, en el fondo de su alma, que el autodenominado Plan de la Patria no va a ninguna parte. Peor aún: que no habrá manera de salir de este hoyo si son sus principios rectores los que animen las ejecutorias oficiales, y que Nicolás Maduro no es, ni de lejos, la persona indicada para hacerle frente esta situación de anarquía y caos cotidiano.

El chavismo es, incluso para sus variantes intelectuales, un culto, con su liturgia, sus tabúes, sus mandatos, sus verdades reveladas y sus obligaciones. Como todo culto, demanda lealtad y exclusividad. Es una apuesta alimentada por la nostalgia, los prejuicios, el ánimo de revancha, las inquinas personales, el estatus político adolescente.

Nuestro orondo militante “de izquierda” sabe que Venezuela no marcha a ninguna parte, pero prefiere callarse, no vaya a ser que, en medio de este cataclismo, en el cual no se consiguen fármacos ni cauchos de repuesto, termine sucediendo que, para colmo de males, tengan además que perder el poder. Perder el país es una opción sobre la cual se puede discutir: perder el poder es un escenario que no existe.

El fracaso revolucionario de esta hora guarda, en lo económico y lo ético, muchas similitudes con el que se gestó en las postrimerías del gobierno de Jaime Lusinchi –naufragio cambiario, estallido inflacionario, negocios personales a la sombra del poder y auge delictivo. De hecho, la cosa más parecida a Cadivi que existe se llamó Recadi. Fue aquel el pecado original que acabó con el Régimen de Punto Fijo.

Por entonces la opinión pública de 1989 crepitaba de forma indignada en torno a la ubicación de los responsables, los causantes de la crisis, los daños patrimoniales y el castigo merecido. Muchas veces se habló de la “sociedad de cómplices”; de la “agenda secreta de Recadi”, de la impunidad reinante y de la degradación de la cosa pública.

Era un reclamo de la Venezuela decente, en el que también Luis Britto García, Earle Herrera, Luis Alberto Crespo, entre otros estimables funcionarios públicos, alguna vez intelectuales. Antes se indignaban, denunciaban, se burlaban, escribían. Hoy prefieren hacer silencio en medio de esta orgía de chanchullos con boina roja, porque quieren seguir sintiendo que son “de izquierda”.

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