De Interés

El complejo del dinero

A excepción de la famosa maleta olvidada de Marcos Pérez Jiménez, los venezolanos teníamos muchos “casos” pero muy pocas leyendas memorables sobre la sempiterna corrupción de nuestros gobernantes.

Publicidad

La legendaria colección de 1.220 pares de zapatos de Imelda Marcos, la viuda del dictador filipino Ferdinand Marcos, ha quedado en la memoria colectiva como imagen de los tórridos vínculos entre dinero y poder.

Depuesto el dictador, obligada a salir del país, Imelda dejó tras de sí, en su palacio de Malacañan, 15 abrigos de mink, 508 vestidos de noche, 1.000 carteras y un número asombroso de zapatos que la leyenda ubica entre 1.220 y 3.000 pares. Si la primera dama hubiera deseado estrenar calzado nuevo todos los días y se hubiera abstenido de comprar más, esa posesión de zapatos en una sola de sus propiedades, le hubiera bastado para tres años y cuatro meses.

A excepción de la famosa maleta olvidada de Marcos Pérez Jiménez, los venezolanos teníamos muchos “casos” pero muy pocas leyendas memorables sobre la sempiterna corrupción de nuestros gobernantes. Ahora, la revolución bolivariana nos está dando material narrativo digno de Imelda Marcos.

Una de esas anécdotas es la propina de cien mil euros que supuestamente dejó Diego Salazar, el primo del rojo rojito Rafael Ramírez, al Concierge del hotel Crillón en París. Yo había escuchado de propinas de 30.000 euros dejadas por magnates rusos en Ibiza después de interminables noches con todo tipo de psicoactivos pero confieso que el monto atribuido a Salazar supera mi imaginación sobre los servicios prestados.

Cada quien gasta el dinero mal habido de la manera que quiere y puede pero lo que distingue sensiblemente una anécdota de otra es que en el caso de Imelda, el dinero ilícito nunca fue amasado en nombre de una revolución socialista de amor y devoción por los pobres y desposeídos.

Las actitudes individuales hacia el dinero varían significativamente pero, desde el punto de vista colectivo, tal vez no haya una sociedad con una relación más oscura e inconsciente con el dinero que la venezolana.

Si por un lado el discurso público condena la riqueza y hace imposible que, por ejemplo, un empresario rico pueda aspirar a conducir el país, por el otro, los defensores de la humildad y la pobreza se dan a las prácticas del peor capitalismo vandálico respaldado por el pueblo. Uno de los signos de las complejidades monetarias que vivimos los venezolanos es la extraña aceptación de la hiperinflación crónica.

En casi todas las sociedades, las hiperinflaciones son fenómenos que ocurren durante lapsos de tiempo discretos y en algún momento se corrigen. Entre nosotros no. La hiperinflación puede durar una, dos generaciones, no importa.

Pero si, como señala Simmel, el dinero es una acreencia sobre la sociedad, ¿qué dice de esa sociedad que el símbolo de su capacidad productiva valga invariablemente menos? Necesitamos con urgencia hacer conscientes nuestras incómodas representaciones monetarias.

Publicidad
Publicidad