Cultura

El coronavirus se lleva una cuna de la Bossa Nova en Río de Janeiro

La ciudad de Río de Janeiro, uno de los destinos turísticos más visitados en la América del Sur, ha sido duramente golpeada por la pandemia del coronavirus. La falta de visitantes brasileños y extranjeros ha llevado a cerrar numerosos locales, uno de los más emblemáticos es Casa Villarino, todo un símbolo de la época de oro y de la música de Brasil.

Antonio Lacerda |EFE
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Casa Villarino, el bar fundado por inmigrantes españoles en Río de Janeiro hace casi siete décadas y que durante muchos años fue el principal refugio de la bohemia y la intelectualidad brasileña, cerró sus puertas. Cayó por el desplome en el número de clientes, provocado por la pandemia que apagó la intensa vida de «La Ciudad Maravillosa».

Pese a que los bares fueron autorizados a reabrir sus puertas en esta ciudad brasileña a mediados de junio, la clientela desapareció, lo que hizo inviable el funcionamiento del histórico lugar en que se conocieron Vinicius de Moraes y Tom Jobim, los padres de la Bossa Nova, y que en las décadas de 1950 y 1960 fue punto de encuentro de artistas, intelectuales, diplomáticos y políticos.

Casa Villarino. Una placa el 23 de noviembre de 2020 en Río de Janeiro (Brasil). Casa Villarino, el bar fundado por inmigrantes españoles en Río de Janeiro hace casi siete décadas y que durante muchos años fue el principal refugio de la bohemia y la intelectualidad brasileña, cerró sus puertas por el desplome del número de clientes provocado por la pandemia del coronavirus. EFE/Antonio Lacerda.

Una de las paredes en el fondo de este icónico bar, en el que los clientes más famosos estampaban su autógrafo, llegó a reunir poemas inéditos escritos con crayola o bolígrafo por el propio Vinicius y por el chileno Pablo Neruda, una pintura de Di Cavalcanti y las primeras estrofas de «Aquarela do Brasil», una de las canciones más emblemáticas del país y que Ary Barroso compuso en el Villarino.

Pero el famoso punto de encuentro localizado en la esquina de las calles Calógeras con Presidente Wilson, en pleno centro de Río, sorprendió a los pocos clientes que le quedaban con un letrero que colgó en su puerta a mediados de noviembre anunciando su cierre hasta nueva orden y la posibilidad de que pueda ser definitivo.

«Es una tontería mantener esto aquí funcionando sin clientes. Cuando uno abre la puerta necesita clientes. Si no los hay, no vamos a sobrevivir. No es un punto final. Pensamos en poder reabrir. ¿Cuándo? No lo sé. No depende de nosotros», explicó a Efe la propietaria del bar, Rita Nava, viuda de Antonio Vázquez, el último de los españoles que quedaba como socio del Villarino.

El bar contaba en sus últimas semanas con nueve empleados para atender algunas veces a tan solo cinco o seis clientes por día.

«El centro de la ciudad dejó de ser un barrio, ya no vive nadie aquí, y con la pandemia las oficinas también cerraron y todo el mundo se fue», agregó.

Patrimonio en vilo

Nava explicó que, si finalmente surge una vacuna contra la covid, la situación mejora, las oficinas reabren en el centro y el número de clientes permite la viabilidad, el Villarino reabrirá.

«Queremos seguir para mantener viva esta historia. La idea es preservar este patrimonio porque consideramos el bar un patrimonio carioca y nos enorgullece formar parte de esta historia tan bonita», agregó la dueña al referirse a la fama alcanzada por el Villarino.

El bar inaugurado en 1953 ya fue citado en varios libros y tiene en sus paredes dos placas que lo destacan como patrimonio de Río de Janeiro y una de las cunas de la Bossa Nova.

El Villarino congregó a la intelectualidad brasileña en los llamados «Años dorados», una época conocida así debido al espíritu optimista que Brasil vivió concluida la Segunda Guerra Mundial con los recursos generados por la industrialización del país, el progreso conseguido por el presidente Juscelino Kubitschek, el nacimiento de la Bossa Nova y de otros movimientos culturales y hasta las primeras conquistas mundiales en fútbol.

Kubitschek fue otro de los clientes famosos del bar hasta el punto que varias escenas de una serie de televisión sobre su vida fueron filmadas en el Villarino.

Entre los famosos más asiduos destacan las cantantes Dolores Durán y Elizeth Cardoso, la escritora Lygia Clark, los pintores Antonio Bandeira y Di Cavalcanti, los compositores Ary Barroso y Antonio Maria y los cronistas Sergio Porto y Haroldo Barbosa.

Pese a que el ritmo musical que más le ha dado fama a Brasil nació en bares de Copacabana y apartamentos de Ipanema, el Villarino es considerada una de las cunas de la Bossa Nova por haber sido el lugar en que Vinicius de Moraes conoció a Tom Jobim en 1956.

En la mesa del fondo en que Vinicius solía sentarse a beber whisky, el poeta le pidió al pianista y compositor que creara las canciones con las que convirtió su obra de teatro «Orfeu da Conceiçao» en un musical y dio inicio a una de las asociaciones artísticas más fructíferas en la historia de Brasil.

Herencia de cuatro gallegos

Casa Villarino fue fundada en 1953 por cuatro inmigrantes gallegos, Luis Villarino Pérez, José Ferreira Moure, Francisco Sobrado Villarino y Manoel Vázquez Ferreiro, y funcionaba inicialmente en las noches como delicatesen en su parte frontal y como bar en los fondos.

El bar y restaurante, que llegó a crear un centenar de platos que bautizó con el nombre de sus clientes más famosos, aún conserva su piso de azulejos, sus mesas de tapa de mármol, sus sillas con cojines de cuero rojo, las viejas fotos en blanco y negro de los más asiduos y hasta algunos autógrafos.

En el fondo destaca una fotografía cubriendo toda una pared en la que Vinicius y Jobim aparecen acompañados por varios artistas. La foto cubre la misma pared llena de poesías y pinturas que «don Villarino» mandó a pintar de azul en un día de furia luego de que Di Cavalcanti se negara a pagar las cuentas que había acumulando.

«Nuestro libro de fiados daría una gran historia. Todos los artistas en la época carecían de dinero e iban acumulando sus cuentas», relató Nava. Hasta especialistas en restauración que trabajaron en el Vaticano intentaron recuperar el mural destruido pero lo consideraron imposible, dijo.

El Villarino sufrió un primer golpe en 1960, cuando la capital de Brasil fue transferida de Río a Brasilia y se llevó a gran parte de los clientes.

«Con la ida de la capital a Brasilia el movimiento comenzó a caer un poco porque se fueron algunas dependencia públicas y las embajadas, pero aún fluía porque los artistas, las grabadoras de discos, las emisoras de radio, las sedes de los periódicos y las editoriales seguían en el centro de Río», afirmó Nava.

Pero el puntillazo fue la pandemia que, según el Sindicato de Bares y Restaurantes de Río, provocó el cierre del 40 % de los establecimientos que funcionaban en el centro de la ciudad.

Casa Villarino, en la esquina de las calles Calógeras con Presidente Wilson, en pleno centro, es un punto de particular atracción de la turística Río de Janeiro. «La Ciudad Maravillosa» también se ha visto postrada por la pandemia del coronavirus, que ha hecho estragos en la economía de todo el mundo. Foto: Antonio Lacerda/EFE  

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