Venezuela

El derecho a viajar

Los viajes nos empujan a un punto de observación fuera de nuestra propia psicología, nos obligan a dialogar con otras formas de vida. Nos hacen, por ello, más flexibles.

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No es un lujo ni un capricho. Viajar es una actividad de muchos que se ha convertido en un derecho en las sociedades modernas desarrolladas. En el año 2014 hubo 1.138 millones de llegadas de turistas internacionales. Sólo en los países pobres que niegan niveles mínimos de bienestar a sus habitantes, viajar es un gesto de fasto y opulencia.

Y hay gobiernos, como el venezolano, que han encerrado en sus fronteras a las grandes masas para aprisionarlas, para enrejarlas en un horizonte limitado, para nublar su mirada. La posibilidad de vivir la otredad y la experiencia de lo desconocido, la comparación de los estilos y niveles de vida, han sido estímulos para el derrocamiento de muchos autoritarismos. Y es que viajar implica el cruce de fronteras, fronteras de todo tipo: culturales, ideológicas, lingüísticas, políticas, mentales.

El encierro, la doma, la sedentarización, han sido algunas de las principales astucias del poder que busca inmovilizarlo todo. Una de las más extendidas construcciones administrativas del poder, el Estado-nación, fundamentó su dominio en el confinamiento de las masas a su domicilio. Por eso, hasta bien entrado el siglo XX, la existencia humana se concibió en forma fija, centrada alrededor de viviendas urbanas permanentes. La identidad personal estaba, así, ligada a la ciudad, al Estado, a la nación. Viajar, por el contrario, coloca en posición relativa la identidad de lugar y lleva a reconocer las fronteras marcas provisionales franqueables.

Los viajes nos empujan a un punto de observación fuera de nuestra propia psicología, nos obligan a dialogar con otras formas de vida. Nos hacen, por ello, más flexibles. La imagen del otro se convierte inevitablemente en el espejo de nuestra propia humanidad. En el encuentro con el extranjero, confrontamos las personalidades múltiples que habitan nuestro inconsciente, superamos los nacionalismos y las identidades restrictivas y fijas.

Nunca antes en la historia de la humanidad había existido tal movimiento poblacional. Es el mundo del homo viator, de las migraciones de temporada, del turismo y los vacacionistas, del nomadismo y la residencia compartida. La aceleración de la movilidad postmoderna ha introducido variaciones importantes en las formas de relación y en los símbolos para la construcción de la identidad. Viajar es, sobre todo, una de las libertades de los modernos, un nuevo derecho que da un giro tan trascendente como fue la sedentarización y la revolución de la agricultura en el neolítico.

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