Venezuela

El desafío es civil

La libertad es la ausencia de coerciones arbitrarias. Esta afirmación, precisa y contundente se la debemos a Friedrich von Hayek, uno de los más importantes filósofos y economistas del siglo XX.

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TEXTO: VÍCTOR MALDONADO | @vjmc

La libertad es una vivencia previsible y racional del estado de derecho, del apego a normas racionales, de los límites socialmente auto-impuestos. Es la expectativa de que todos, sin distinción alguna, estamos igualmente sometidos a las mismas normas abstractas, y que de ninguna manera vivimos el resultado de la concesión graciosa del tirano de turno.

La libertad nuca será el saldo de una transacción con el “hombre fuerte” sino la expresión más genuina de la dignidad humana, que ningún dictador está dispuesto a respetar si no le conviene. No hay convivencia posible con ningún “ogro filantrópico”. Lo triste es que una y otra vez los venezolanos dudemos al respecto y nos parezca que es posible ese atajo.

Los venezolanos creemos que la libertad es el resultado de la tiranía. Menuda contradicción. El parto de los montes. De la violación de la esencia de la libertad nadie puede creer que pueda provocarse precisamente la situación contraria. Nadie excepto los venezolanos que suspiran por un golpista esclarecido que nos quite de encima este régimen cívico-militar. En esta posición se aprecia una confusión vernácula entre orden represivo y garantía de libertad. Aunque resulte paradójico, por estos confines pretendemos que un dictador actúe conforme a nuestros intereses y nuestras particulares expectativas de orden. Que sea él y no la ley el que acabe con el caos provocado por las vías de hecho, el voluntarismo desbocado, la personalización de la justicia y la encarnación del orden. No caemos en cuenta que todo eso y mucho mas es lo que está representado en ese dictador que ansiamos. No caemos en cuenta que ese dictador no puede ir contra su propia naturaleza constitutiva.

Aquí se aspira a que el dictador haga su trabajo y garantice esa tranquilidad que tanto anhelamos. Aquí lo que se critica es que el actual régimen no se parezca a nuestros anhelos. Aquí lo que pasa es que nadie imagina ni el camino ni la llegada hacia la restauración de la legalidad y del sentido común. Entre otras cosas porque no nos gusta eso de someternos todos a un mismo rasero porque hemos aprendido muy bien que la competencia rentística es entre desiguales, donde el compadrazgo, el clientelismo y el color sectario mueven montañas. No importa cuántas evidencias tengamos de lo vano de esa esperanza, cada vez que la situación social se torna difícil esperamos que venga otra cachucha para resolver los desmanes de la cachucha anterior. Para nosotros “un clavo saca otro clavo” y muy probablemente por esa razón vivamos clavados.

Hay un nexo demasiado obvio entre militarismo y mercantilismo. Con la degradación del proyecto nacional algunos grupos de poder apuestan al proyecto sectario. En ausencia de una visión cohesiva de largo plazo, muchos están dispuestos a entregarse nuevamente a la reencarnación del hombre fuerte. Aquí hay demasiada gente “pelándole los dientes” a los militares. Hay demasiados venezolanos con agenda golpista, pretendiendo dos cosas: que una asonada militar sea a favor, y que el nuevo reacomodo cívico militar los incluya como parte de los nuevos factores de poder. No importa cuántas evidencias tengamos de que “cachicamo no trabaja para lapa” y que no hay solución militar que sea apropiada. Entre unos y otros existe la ligazón del uso del poder para el propio provecho, incluida la satisfacción de la vanidad de estar a cargo de un puesto de alta responsabilidad. Eso no es pensar en el país.

Lo que sigue siendo el trabajo inconcluso de psiquiatras y psicólogos sociales es encontrar las razones por las cuales el venezolano insiste en ese error. ¿Por qué tanto militarismo silvestre? ¿Por qué esa ansiedad por la cachucha? ¿A cuenta de qué tanta flojera civilista? ¿Por qué algunos creen ganancioso esa adulancia de altos y bajos decibeles dirigida a sintonizar con los militares? Ana Teresa Torres lo asocia con la pervivencia del mito de la Venezuela heroica. Hay un trauma fundacional y todos quieren ser los emuladores del libertador o al menos de los hombres y mujeres que lucharon con él. No podemos superar la trascendencia que tuvimos en el siglo XIX y nos hemos quedado atascados en un imaginario anacrónico sin la cual nos sentimos despatriados. Vivimos -según la autora- una epopeya degradada donde la realidad está hundida en el culto revolucionario, el nihilismo, el personalismo, el impulso anárquico, el autoritarismo, el igualitarismo y el resentimiento. Todos estos paradigmas contradictorios terminan encallando en un personaje arquetípico de la sociedad venezolana: el líder militar. Al parecer padecemos y no nos resignamos a ser huérfanos y por esa misma razón andamos buscando por los rincones al padre perdido.

Elías Pino, en la misma línea de Ana Teresa Torres, se interroga sobre las causas que nos mueven al doloroso disparate de endiosar a quienes son seres tan humanos como cualquiera de nosotros, pero acusa con ferocidad a los sacristanes del mito y contra los pontífices que se anuncian como sucesores y continuadores del grande hombre -que fue Bolívar- mientras martirizan a sus pueblos o los conducen al precipicio. La guerra que emprendió Elías Pino es contra los beatos que de tanto adorar a quien no tuvo vocación de ídolo olvidan el movimiento de la historia y las mudanzas de la sociedad. Al parecer somos los hijos perdidos de un padre perdido, ausente, mitológico, de realizaciones inconclusas, aprovechado -casi ordeñado- por los que se autodesignan como sus sucesores, pero que mantienen la tensión arquetipal entre una sociedad de niños que se resisten a crecer y un mito que se resiste a concluir. Caemos una y otra vez en la trampa de la promesa y lo hacemos con una paciencia viciosa y perturbadora.

La solución no es militar. Ni los líderes que necesitamos son los sacristanes del mito militarista. El desafío es civil y republicano, que por cierto no exime a los uniformados en tanto que ciudadanos y por lo tanto corresponsables de la convivencia pacífica entre los diversos. En lugar de estar buscando al militar perdido la sociedad venezolana tiene que volver a un debate esencial. Aníbal Romero en su libro “La Miseria del Populismo” creyó conveniente integrar un trabajo especial sobre la defensa nacional y las fuerzas armadas. No hay proyecto democrático posible en el que los ciudadanos no discutamos y acordemos las formas y los medios para garantizar la defensa nacional y el rol que en esta aspiración deben tener las FFAA. Es así y no al revés. No es como lo planteó Chávez y su socialismo del siglo XXI. No es la imposición del criterio sectario, unilateral y equivocado de los militares sobre los civiles, sino el juicio decantado desde el debate pluralista, pensando en la suerte de la República, aspirando a garantías, libertades y derechos, limitando el rol, desendiosando la actividad, eliminando fueros y evitando el ridículo del ceremonial excesivo y peripatético.

Aníbal Romero afirma que es posible -con inteligencia y sensatez- lograr 1) la nítida subordinación del poder militar al poder civil constituido legítimamente a través del voto popular; 2) el creciente profesionalismo y preparación de las FFAA para el desempeño de tareas específicas -entre las cuales no están la economía, el manejo de empresas, la dirección de vías de hecho, el manejo de universidades y centros de formación, la represión del pluralismo y la negación de la esencia del pacto constitucional-; 3) la apertura de la institución militar y la superación del espíritu de ghetto privilegiado; 4) el restablecimiento de centros de reflexión y análisis donde civiles y militares se ocupen conjuntamente del análisis y discusión de los temas de defensa nacional; 5) la máxima transparencia y exigente rendición de cuentas sobre sus actividades. En suma, el reto es imponernos y desarrollar una concepción democrática acerca de la seguridad y defensa de la nación. Los militares no están formados para gobernar. Su ámbito de acción es ejecutar de la manera más eficiente posible, una visión de seguridad y defensa nacional, ampliamente compartida, legitimada democráticamente, debatida constantemente y que nunca atente contra la primacía de la republica civil, el rango de sus libertades y derechos y el respeto debido a la subordinación, no deliberancia e imparcialidad política sin las cuales toda conducta parece indebida y reprobable.

El desafío civil es revertir esta tendencia totalitaria impuesta indebidamente por una coalición militar-civil, con ideología radical, incapaz de construir prosperidad, inhábil para respetar derechos, libertades y garantías, despreciadores sistemáticos de los límites constitucionales, y lamentablemente derrotados por la más vergonzosa corrupción institucional. Más allá de consignas, marchas, medallas, condecoraciones y narrativas épicas, lo que indica la realidad es que son un gran fracaso y que son los únicos responsables de la ruina del país. ¿Vendrá uno de ellos a resarcir los daños que entre ellos han producido? De ninguna manera. El desafío es civil y la ruta es democrática. Cualquier alternativa es la ratificación del camino de servidumbre.

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