Opinión

El desierto de la política en Venezuela

La discusión sobre la legitimidad de Maduro no parece tener sentido alguno en el actual contexto. El chavismo sigue, de facto, ejerciendo el poder en Venezuela y esa es una realidad ineludible. Estamos, sin duda alguna, en medio del desierto. Toda la actividad política luce muy árida

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Vivimos días áridos en Venezuela en relación con la política. No se ven con claridad posibles frutos, en medio de estrategias cruzadas y a veces enfrentadas sobre qué hacer. Sabiendo que no habrá ninguna solución a la vuelta de la esquina, el desierto lo simboliza la falta de caminos, de rutas a seguir. Si al menos, como sociedad, tuviésemos una estrategia sólida y de largo aliento, podríamos decir vamos a algún lado.

Ni sabemos a dónde vamos, ni quienes tienen el rol de conducirnos por su condición de dirigentes, parecen tenerlo claro. O si unos lo tienen claro, tal estrategia no es aprobada por otros. Trata uno de no deprimirse con el panorama político, pero honestamente no es nada fácil.

Las elecciones del 21 de noviembre próximo son un claro ejemplo de esos vaivenes. Con excepción del mensaje de Freddy Guevara, estamos atrapados en un discurso en el cual no se admite que se cometieron errores y pedir, nuevamente, un voto de confianza.

Tras sostener durante dos años que no aceptaría una elección distinta a la presidencial, con el fin de desalojar a Nicolás Maduro del poder, la oposición democrática que encabeza Juan Guaidó ha anunciado que irá a los comicios regionales y municipales de noviembre. Tras bastidores se sabe que no se han logrado unificar candidaturas en lugares claves. En tanto, el mensaje de Juan Guaidó sigue siendo ambiguo.

El llamado G-4, la cúpula de cuatro partidos que dio respaldo a la gestión de Guaidó como presidente de la Asamblea Nacional entre 2019 y 2020, no ha logrado dar un mensaje fuerte. La falta de contundencia ha estado acompañada de la ausencia de una autocrítica sobre lo que fue una estrategia fallida (no ir a elecciones en 2020, para no perder la Asamblea Nacional) y por qué es válido ir a votar en este 2021 (para recuperar los espacios institucionales que son gobernaciones y alcaldías).

Los partidos Voluntad Popular, en el cual militan Guaidó y el líder exiliado Leopoldo López, Primero Justicia, Acción Democrática y Un Nuevo Tiempo, agotaron todo el mes de agosto. A última hora anuncian que sí van, apelan de nuevo a candidaturas de “consenso” dejando de lado la gran oportunidad que se tuvo de movilizar a la gente que sí cree en el voto para que escogiera a sus candidatos para el 21N.

En la acera de enfrente, entretanto, el chavismo se prepara a toda máquina para las elecciones, en las que espera aprovechar las horas bajas de la oposición para hacerse con la mayoría de cargos. El Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) hizo elecciones primarias en todo el país, y aunque la dirección nacional terminó imponiendo candidaturas en algunas plazas, en general la militancia acató tales decisiones.

Paradójicamente la oposición tendrá las mejores condiciones en más de 15 años, gracias a un nuevo Consejo Nacional Electoral, pero tal como van las cosas no logrará capitalizar el descontento que es mayoritario en Venezuela.

La oposición democrática sigue atrapada en una serie de falsos dilemas, que parecen envolver a su dirigencia, y eso produce la ausencia de una estrategia clara y de largo aliento.

La ruta electoral de abajo hacia arriba, comenzando con los cargos de alcaldes y gobernadores, ha sido una hoja de ruta impuesta por la comunidad internacional. La postura común que tienen hoy Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea es clara en el sentido de que cualquier salida deberá ser electoral.

La postura de Washington, Ottawa y Bruselas no parece colocar en discusión, en este momento, la salida de Maduro del poder. Se han enfocado los países occidentales en mejorar las condiciones electorales para que la oposición regrese a posiciones institucionales, y una vez se alcance esto suavizar las sanciones contra el chavismo.

Otra tarea asumida, sin mucha convicción por Guaidó y el G-4, es el proceso de negociación en México, que tendrá una nueva ronda de reuniones entre el gobierno de Maduro y los representantes opositores a partir del 3 de septiembre. Expertos en resolución de conflictos estiman que sería en 2022 cuando puedan verse frutos palpables de este proceso.

Estamos, sin duda alguna, en medio del desierto. Toda la actividad política luce muy árida.

El descontento ahora no sólo está enfocado en Maduro, sino que también de forma hábil el chavismo logró desacreditar al liderazgo opositor y éste tampoco ha actuado con tino.

Durante 2019 y 2020, cuando Donald Trump era el inquilino de la Casa Blanca y parecía inminente una resolución a la crisis venezolana, Guaidó insistía en que la única elección a la que se asistiría sería a unas nuevas presidenciales, dado que la reelección de Maduro en 2019 no se considera un proceso legítimo.

La discusión sobre la legitimidad de Maduro no parece tener sentido alguno en el actual contexto. El chavismo sigue, de facto, ejerciendo el poder en Venezuela y esa es una realidad política ineludible.

Ni las amenazas de Trump, ni los intentos fallidos de sublevar a las fuerzas armadas que encabezaron Guaidó y López, ni las sanciones internacionales parecen haber hecho mella en el régimen de Maduro.

El CNE dio un plazo mayor de 48 horas para inscribir candidaturas, en un gesto que se entendió como una concesión a la plataforma opositora. Y si bien hubo un pronunciamiento en el sentido de que sí se va a las elecciones, en 48 horas ni se arma una estrategia consensuada, ni se trazan objetivos transcendentales. Tendremos, a fin de cuentas, más de lo mismo, del como vaya viniendo vamos viendo.

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