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El domingo que vio a Trujillanos convertirse en campeón

Desde hace tres semanas, convivo con un insoportable dolor de espalda que he hecho que me ausente de mis labores cotidianas en Deportiva 1300, la emisora en la que conduzco el programa “Balón en juego”, y en la que transmito partidos del fútbol venezolano. Luego de escuchar los consejos de algún amigo que sabe mucho de lesiones, he recibido tratamiento por parte de un fisioterapeuta de primer nivel y por ello, acepté transmitir el partido del domingo 14 de Diciembre entre el Deportivo Petare y Trujillanos.

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Cuando planifico la transmisión de un partido hago dos cosas: intento olvidar cualquier recuerdo reciente que tenga de ambos equipos, y llego muy temprano al estadio. La primera medida nace de un consejo de Marcelo Bielsa al periodista argentino Juan Pablo Varsky hace muchos años. El entrenador argentino le recomendaba escuchar lo que cada partido expresa antes que dejarse llevar por lo que el comunicador quiere decir. Cada juego es una nueva historia, y como tal debe ser contada.

La otra regla, la de llegar con mucho tiempo de antelación, nace de mi propia curiosidad. Gracias a ella he podido conversar con los árbitros, caminar el campo de juego y enterarme de mil historias que luego me servirán para algo. Más allá de haber compartido un café o un cigarrillo con algún protagonista, pisar el estadio sin apuros es un gusto que me doy, y por ahora, a diferencia del cigarro, no me lo han prohibido.

El domingo llegué al estadio a diez para las dos. No tenía asegurado un puesto para estacionar mi auto, y por ello me resigné a usar el estacionamiento que normalmente frecuentan para quienes asisten al béisbol. Ya instalado en el Olímpico me di cuenta que el ambiente era el de un domingo cualquiera en la capital: muy poco público y dos equipos que no tenían más que preocuparse por hacer su juego. Minutos después, desde la caseta de transmisión, observé la llegada de una importante cantidad de público, que había viajado desde Trujillo para apoyar a su equipo en la importante misión de obtener un título que se le hacía esquivo desde hace 33 años.

Por más que en sus vitrinas luzcan trofeos que los acrediten como ganadores de la Copa Venezuela, a Trujillanos se le resistía un torneo corto. En los últimos años, luego de recuperar su sitio en la primera división, se habían acostumbrado a pelear torneos ante grandes equipos sólo para caer en las jornadas finales. A pesar de sufrir la partida de sus mejores talentos, este equipo siempre supo reinventarse; primero de la mano de Pedro Vera y Leonardo González y ahora bajo la conducción del “polaco” Horacio Matuszyczk.

Argentino de nacimiento y venezolano por adopción, el ex Minervén y Marítimo ha hecho su carrera como entrenador en nuestro país. Se casó con una venezolana y pasó de ser jugador de Boca Juniors en Argentina a convertirse en ídolo en Puerto Ayacucho y Valera. Con Tucanes de Amazonas peleó, de manera sorpresiva, el pasado Clausura 2014 hasta que el Zamora de Noel Sanvicente lo reclamó en exclusividad, y ahora, con Trujillanos, ganó lo que parecía reservado sólo para aquellos que saben cómo desperdiciar los dineros públicos.

La llegada del hincha de Trujillanos transformó la tarde. Sólo un domingo sin fútbol es más triste que un estadio vacío, y esa es la realidad del Deportivo Petare, una institución dejada a la deriva, olvidada por su principal promotor (el alcalde Carlos Ocariz) y rechazada por unos potenciales compradores asustados por la magnitud de los compromisos adeudados por el alcalde y sus amigos. Por ello, cuando los cánticos de apoyo invadieron al viejo estadio Olímpico sonreí, al igual que mis compañeros de transmisión Javier Rivera y Alexandra Cuevas.

El partido no fue tal. O mejor dicho, fue una interrumpida muestra inconclusa del potencial del equipo campeón. Durante los primeros 45 minutos, Trujillanos se sintió tan superior a su rival que jugó cuando quiso y cortó el juego cuando Petare intentaba encontrar un camino. Argenis Gómez parecía imparable, y esa fantástica pareja de delanteros, integrada por James Cabezas y Fredys Arrieta, se movía endemoniadamente por todo el frente del ataque sin que sus marcadores pudieran detenerlos.

Los goles de Jhoan Osorio y James Cabezas le daban el título al equipo de Matuszyczk , así como la oportunidad para gustarse. En el fútbol es muy común que cuando se alcanza el objetivo, el futbolista drene tensión a través del juego simple a un toque, e intente algunos lujos que antes no formaban parte del menú. No se trata de humillar al contrario; es simplemente gustarse. Tanto así que durante mis comentarios advertí que el partido no había terminado y que la diferencia de dos goles no era definitiva. Mientras pronunciaba esa advertencia, como parte de mi análisis del primer tiempo, aparecieron las detonaciones.

Desde mi ubicación, en una de las casetas de transmisión del Olímpico, fue imposible advertir el comienzo del enfrentamiento entre efectivos de la Policía Nacional Bolivariana y un grupo de desadaptados. Pero Alexandra sí divisó que todo comenzó a partir de la aparición de diez o veinte delincuentes a las afueras del estadio, amparados bajo la autonomía universitaria, y dispuestos a interrumpir el partido con piedras y botellas.

Tras un par de bombas lacrimógenas lanzadas por la fuerza pública, que ahuyentaron a los valientes de taguara, el árbitro principal dio inicio al segundo tiempo. Apenas se jugaron siete minutos de la segunda parte; los suficientes para que Trujillanos generara un tiro penal que luego fue desperdiciado por Argenis Gómez, quien en un intento de gustarse más de la cuenta, terminó por estrellar el balón en el travesaño. La crónica oficial dirá que Panenka no quiso formar parte de la celebración.

Lo que se vivió a partir de ese minuto siete no es más que el claro ejemplo de que este fútbol es una verbena mal organizada. El enfrentamiento entre policías y delincuentes se prolongó por casi una hora, tiempo que no parecía suficiente para que el delegado de la FVF, el señor Marcos Ariza, convenciera a sus jefes, vía whatsapp, blackberry o SMS de que el humo de las detonaciones había comprometido la integridad física de los futbolistas.

En vez de llamar a la calma, Ariza sorprendió a todos cuando aseguró saber quienes eran los culpables de estos disturbios, ya que ellos – la FVF – estaban claros de que eso iba a pasar. En su explicación, afirmó que el partido se iba a jugar a cómo de lugar, demostrando una insensibilidad acorde a la institución que representa.

Mientras tanto el humo – no aquel que se instaló en el occidente del país – dominaba la escena. Los policías no querían abusar de su fuerza y eso envalentonaba aún más a los bravucones, hasta el punto que forzaron la reja de la entrada lateral del estadio, en una clara muestra de desafío a un cuerpo de seguridad que no está preparado para actuar en situaciones como esa.

A todas éstas, Ariza insistía: se jugará el partido. En su laberinto, el delegado obligó a los equipos a volver al campo para ejecutar un tiro de esquina, pero su puesta en escena no duró un solo minuto: el segundo asistente, Elbis Gómez no pudo siquiera llegar hasta el banderín de córner por el insoportable olor a gas; los futbolistas de ambos equipos tuvieron que refugiarse al otro extremo del campo y fue ahí cuando Ariza, influenciado por algún buen samaritano, comprendió que esto no daba para más y envió a los equipos a sus camerinos para luego dar por finalizado el encuentro.

El público de Trujillanos invadió el campo y dio un par de vueltas olímpicas. Ellos, y no los jugadores, se sintieron con posibilidades ciertas de desafiar el estado de sitio que reinaba en el terreno y celebrar así lo que hace seis meses parecía imposible: ser campeones de la primera división. Pasados unos minutos, salieron al campo los futbolistas a darse un baño de masas y compartir con esos incondicionales que viajaron para acompañarlos.

Fue ahí, en el terreno del Olímpico, mientras futbolistas e hinchas se fundían en abrazos, que me di cuenta que ésto no va a cambiar.

Trujillanos celebraba un título y no había trofeo, no habían medallas ni diplomas que lo acreditara como campeón de la primera división, y no será hasta Enero cuando reciban su merecido premio. Una improvisación semejante sólo puede nacer de quien desprecia algo, y en este caso, no me quedan dudas de que la FVF menosprecia el torneo que ellos mismo organizan. ¿Por qué aseguro tal cosa? Porque esta organización ni siquiera hace respetar los reglamentos que ellos mismos promueven; no son capaces de honrar al campeón con una ceremonia post partido sino que lo obliga a celebrar sin trofeo, sin fotografía oficial.

Este es nuestro fútbol; el de la violencia, el de la indiferencia federativa, el del mal arbitraje y el de equipos con deudas, Pero también es el fútbol de Trujillanos, La Guaira y Tucanes, tres equipos que compiten y logran mucho más que aquellos que sólo tienen dinero. Ellos nos dan lecciones que muy pocos parecen aprehender y aprender.

Así fue el domingo que coronó a Trujillanos. Luego de saludar a Edixon Cuevas, el capitán del equipo, me fui hacia el estacionamiento con la alegría de haber presenciado el triunfo del humilde; la tristeza por el fútbol y la sociedad que vivimos y la certeza de que mañana seré víctima de un regaño bien ganado por no haber guardado el reposo que prometí. Nada que un par de días en el piso no puedan curar.

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