Deportes

El fútbol reaccionario

Luego de jugarse tres de los cuatro partidos de ida de los cuartos de final del Torneo Clausura, podemos empezar a discutir sobre las maneras y las herramientas utilizadas por los ocho mejores equipos criollos, siempre con la intención de generar un debate de ideas que nos permita identificar falencias y caminos hacia una evolución que nos haga más competitivos. Al fin y al cabo, si no estimulamos ese aumento en la competitividad nos mantendremos rezando y ligando cada vez que los conjuntos venezolanos abandonen el suelo patrio.

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(Prensa Deportivo Táchira)

En un trabajo dedicado al “Juego de Posición” en la revista 25 de The Tactical Room, el entrenador español Daniel Fernández, señala como uno de los objetivos generales de este tipo de juego el siguiente:

“Crear una estructura organizativa que permita un buen reparto colectivo de los espacios, que genere contextos ventajosos para nuestros jugadores, que anticipe respuestas, que facilite la interpretación y que permita adaptarnos a los propósitos del adversario”.

El concepto que el catalán expresa es de suma importancia a la hora de revisar lo puesto en escena por los equipos criollos en esta presentación, aún cuando éstos lejos están de practicar variantes del juego de posición. Y para ello es importante rescatar una reflexión de otro entrenador español acerca del estilo de juego adoptado por la gran mayoría de equipos y selecciones de nuestro continente.

En palabras de Pep Segura, secretario técnico del fútbol base del FC Barcelona, “curiosamente, cuando en Europa se abre una vía de juego más ofensivo, en América casi todas las selecciones y equipos importantes se basan en un fútbol de transición con una preponderancia en los sistemas defensivos evidentes”. Su testimonio puede leerse en la revista The Tactical Room número 13, del noviembre de 2014.

Estas reflexiones, aún cuando se produjeron con más de dos años de diferencia, y en un contexto totalmente opuesto al criollo, sí que pueden ayudar a pensar en el juego que practican los más cualificados representantes de nuestro balompié.

Pongamos como ejemplo el encuentro entre Deportivo La Guaira y Caracas FC que terminó siendo favorable para los visitantes dos goles por cero. Más allá del resultado, hay quienes se quedan con una sensación de superioridad del equipo litoralense, apoyados exclusivamente en el dominio de la pelota y algunas situaciones peligrosas que no exigieron en demasía al portero avileño Wuilker Faríñez.

Esa visión cortoplacista e interesada impide observar que el duelo se disputó siempre bajo las reglas del Caracas FC. El dominio de la pelota por parte de La Guaira nunca se tradujo en control del partido, es por ello que sufrían para defender cada ataque rojo y padecían para resolver el puzzle defensivo del equipo de Antonio Franco. Con la titularidad del balón, el conjunto naranja no tuvo la dinámica suficiente para “mover a sus rivales”, generar espacios, promover duelos o sencillamente crear superioridades posicionales que les permitiese sacar provecho de tanta tenencia de pelota. El balón no fue su aliado sino su enemigo porque no encontraron respuestas a un correcto dispositivo defensivo.

Segura, en la misma entrevista que citaba anteriormente, expresaba que en Europa esto se combate desde hace unos años:

“Es cierto que muchos todavía están en la fase de priorizar las estructuras defensivas con el objetivo de no encajar goles, recuperar el balón y cuando lo tengo salir rápido al contragolpe con transiciones veloces. Lo que sucede es que una vez superada la fase en la que los equipos dominan la estructura defensiva y las transiciones, muchos se están planteando qué hago cuando tengo que atacar una defensa organizada en estático y de ahí nace el interés por el juego de posición que sublimó Guardiola con el Barcelona”.

He allí la clave. El Deportivo La Guaira no supo adaptarse a las circunstancias del partido, comprendidas éstas como la defensa organizada del rival, esa que obligaba a los de Eduardo Saragó a cambiar, a proponer ataques más dinámicos en menos metros, y por ello sufrió una inesperada derrota.

Otro caso a considerar es el del Deportivo Táchira. Aún cuando se llevó el triunfo ante Monagas, apoyado en una fortaleza anímica que le impidió caerse tras estar abajo en el marcador, el conjunto de Carlos Maldonado necesitó dos acciones individuales, contrarias a la construcción colectiva del juego, para darle vuelta al encuentro y llevarse el primero de la serie. Los goles de Sosa y Marrufo dan oxígeno y esperanza, pero son hijos del arrebato personal, no de una pensada y entrenada estructura ofensiva.

Permítame aclarar lo siguiente: no se trata de promover como única solución estilos de juego con largas posesiones de balón. Lo que estas líneas buscan es señalar una situación que le afecta a los equipos criollos y a la propia selección nacional, y no es otra que la construcción de un protagonismo real. Si a las dos plantillas más fuertes del país (La Guaira y Táchira) les cuesta tanto reorganizarse ante los distintos escenarios de cada partido –y no me refiero al resultado sino al juego como tal- algo debe revisarse.

Esta situación no es novedosa, pero el viento, no por viejo, deja de soplar. En nuestra historia futbolística podemos encontrar sólo un puñado de episodios en los que los equipos o selecciones criollas han disputado realmente el protagonismo de los partidos en competencias internacionales. Somos hijos y creyentes de un fútbol reaccionario, conservador, temeroso, que nos llama a protegernos primero y luego ver cómo hacemos daño. No importa la calidad de los futbolistas; a nuestros entrenadores, con contadas excepciones, les preocupa mucho más defenderse que atacar al rival, y cuando planifican su ofensiva, lo hacen pensando que el contrario dictaminará dónde y cómo se jugara el partido.

¿Quiere decir todo esto que Táchira y La Guaira juegan mal? No, en absoluto. Esto es un llamado a examinar si en ambos casos se aprovechan o no la totalidad de sus herramientas futbolísticas.

En el mismo trabajo sobre el juego posicional, Fernández expone que “la identidad del juego del equipo emerge de sus regularidades tácticas. Asociaciones e interacciones que detectamos en un equipo, como su forma particular de organizarse. Eso que hacen juntos y hacen bien un mayor número de veces”. A lo que agregaría el cómo resuelven situaciones incómodas, tales como una defensa organizada en estático, situación que hasta los momentos complica muchísimo a los conjuntos criollos y hace que no pueda negarse el “parentesco” entre cada equipo venezolano.

Zamora, en su versión del semestre anterior, dio pistas de cómo puede contrarrestarse a los rivales que se encierran cerca de su propia área. El Carabobo desconocido del pasado sábado también supo hacerlo en el presente torneo. El quid de la cuestión, para ellos y para todos los equipos, es como sostener esas posibilidades de manera tal que el futbolista identifique los escenarios que se viven en cada partido, y se amolde a esas situaciones. De no hacerlo, nuestro torneo, con 20 o 18 equipos, seguirá a la cola de la competitividad, y el sueño de trascender no será más que eso, una simple ilusión.

Que la emoción de un par de contragolpes y alguna jugada circense no nos nuble el juicio. Este es un deporte colectivo que exige una búsqueda constante de soluciones colectivas, y sólo desde ellas brillarán las individualidades. Lo contrario es jugar a la lotería, o si usted lo prefiere, encomendarse a su santo preferido.

Mientras muchos apuestan a defenderse a toda costa y dejar que el gol sea hijo de la velocidad y/o la individualidad, escuchemos un consejo de Phil Jackson, inmortal entrenador de baloncesto, y hagamos buena su reflexión, porque quizá a partir de ella encontraremos respuestas a las pequeñas y grandes preguntas que definen al fútbol venezolano:

«La mayoría de entrenadores se centran en el resultado, yo prefiero centrarme en el pase que encuentra el pase, que permite anotar«.

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