Venezuela

El llegadero

El chavismo ha sido un movimiento autoritario y terriblemente sectario que logró en algún momento conectar de forma genuina con el sentir popular venezolano. Una corriente aluvional, nacionalista, populista y consultiva, promotora, se supone, de la democracia protagónica.

Publicidad
Foto: AP

La conseja popular nunca ha estado tan clara: en Venezuela estamos llegando “al llegadero”. Todas las tendencias echadas a andar por el chavismo desde 1999 parecen haber hecho crisis en términos sistémicos. El estado chavista ha colapsado, en el combate al delito, en la gestión de la economía, en su intento por controlar todos los eslabones de la sociedad. El gobierno chavista de esta hora ha perdido el control de la situación en aspectos estratégicos del gobierno. Eso equivale a decir que sigue volando, pero que tiene una fuga interna.

No hay administración que ofrezca números económicos tan vergonzosos, ni en América Latina ni en todo el mundo, como ésta de Nicolás Maduro. Por eso el alto gobierno ha decidido cancelar el debate económico al abdicar el Banco Central de Venezuela de su deber de publicar las cuentas fiscales y monetarias de la nación.

Es harto cuesta arriba presumir que el calamitoso estado actual del país tendrá una expresión electoral que sea comprensiva con el chavismo, como pretenden deslizar algunas de sus encuestadoras. El malestar que se está gestando, pienso, es tan hondo e inédito como la propia crisis que vivimos, de la cual nos va a costar mucho salir.  No es cualquier malestar. Es la expresión de una crisis en todos los ordenes de la venezolanidad.  Una crisis histórica.  El chavismo no sólo no ha querido comprenderla: ni siquiera se ha dignado a reconocer su existencia.

Difícilmente el actual estado de cosas, expresada en el continuismo chavista, podrá obrar con el viento a favor. No mejoraran para nada las cosas, por el contrario, seguirán empeorando, si persisten los empeños comunales, colectivistas y estatizantes. Las cosas en Venezuela, las preferencias electorales, las identidades políticas, están cambiando, ya con mucha claridad.

El chavismo ha sido un movimiento autoritario y terriblemente sectario que logró en algún momento conectar de forma genuina con el sentir popular venezolano. Una corriente aluvional, nacionalista, populista y consultiva, promotora, se supone, de la democracia protagónica.

Ha estado acostumbrado a organizar fiestas electorales continuas, convocadas en ocasiones bajo los lineamientos de la Constitución del 99, en otras, de forma bastante artera y astuta. Su vínculo natural con las masas descansa en los votos y el carisma, no en las armas y la guerra. Con sus costados falangistas, sus fanáticos y sus bandas armadas, es, ante todo, o lo ha sido hasta el momento, un movimiento político. La corriente promotora de la cuestionada, pero al menos medianamente pacífica, institucionalidad actual.

El deterioro que vive Venezuela es mucho más profundo de lo que cualquier dirigente chavista, responsable de la gestión de gobierno, esté remotamente dispuesto a reconocer.  La identidad chavista en política, encamada holgadamente sobre el 40 por ciento de las preferencias, ahora apenas acaricia los 21 puntos..  El ciclo petrolero se ha roto; Hugo Chávez no está y las cosas se han puesto objetivamente complicadas. Tal circunstancia tendrá una expresión política que puede tener una carácter irreversible. Mejor es irlo viendo de una vez.

Los chavistas pueden vulnerar por completo la ley, torcer aún más, ya de forma completamente inconexa, la interpretación de la Constitución, y darle un palo a la lámpara.  Dar por terminado el debate nacional impidiendo que se concrete una derrota que tienen cantada. Saben que tienen muchas explicaciones qué darle al país. Impedir las elecciones, o vulnerar su resultado, y atrincherarse en torno a sí mismos para poder sobrevivir por la fuerza, a costa de la muerte definitiva del país para esta generación. Si lo hacen, estarían, por primera vez, desconfigurando por completo su relación con las masas y secuestrándolas. Deberán tener otro dispositivo para gobernar esta, de por sí, caotica nación. Ya no será el de la consulta popular. La oposición y la comunidad internacional deberán tomar nota. Todos pasaremos a hablar otro idioma.

Claro que el chavismo puede atenerse lo que sucederá. Preparar una estrategia para perder el poder, para debatir y preservar sus espacios, usando la política como arma movilizadora. Lo han hecho en el pasado y no les ha ido mal. Trabajar para recuperar su vínculos con la gente. Iniciar un genuino debate interno. Tal y como lo ha intentado la Oposición en estos años.

A todos los luce una obviedad. Pero el tema se tiene que estar discutiendo. Romper la legalidad tendrá muchos costos, se pensará. Aunque los 13 años otorgados a Leopoldo López no reporten el menor interés en flexibilizar posiciones. Entretanto, los comicios, lenta e indefectiblemente, se acercan.

Navegamos a diciembre,  moribundos, aunque a lo mejor ya no se marche en las calles como antes. El gobierno, los factores de poder chavistas, el sistema bolivariano; además de las Fuerzas Armadas y el resto de la sociedad, se tendrán que enfrentar con su verdad.

Publicidad
Publicidad