Venezuela

El mercado de la ingenuidad

El mercado de la esperanza no debe convertirse en el mercado de la ingenuidad. No podemos seguir en tono de bolero y desengañarnos nuevamente por la falsedad de las promesas: “Y qué más da, la vida es sólo una mentira, miénteme más, que me hace tu maldad feliz”.

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El asombro se ha vuelto una especie de cansancio. No podemos negar que la capacidad de inventiva y reacción de la revolución supera ampliamente la imaginación política de la oposición. Pero en un país donde todo es absolutamente posible, donde la escasez se glorifica como guerra y donde un simple estudiante se transmuta, de un día para otro, en terrorista o un mango se transforma en casa, ya no hay espacio para la sorpresa.

Aparecerán nuevos paramilitares en otra hacienda Daktari, con otros trajes, en otro Hatillo, habrá un nuevo Dakaso antes de otra elección. La revolución cuenta como los mejores guionistas de ficción. No se trata, entonces, de anticiparse y prever la nueva invención que ocultará la realidad. El aparato publicitario y la asesoría creativa de la revolución supera toda expectativa. Se trata de medir hasta cuándo desea el pueblo y el liderazgo de la oposición hacerle el juego a un sistema montado sobre el fraude.

Seguimos bajo el imperialismo mágico de la palabra. Es el bolero de Chamaco Domínguez: “Voy viviendo ya de tus mentiras. Sé que tu cariño no es sincero…más si das a mi vivir la dicha con tu amor fingido, miénteme una eternidad, que me hace tu maldad feliz”.

El mercado de la esperanza es el mercado político por excelencia. Podemos comprender que los desposeidos y desamparados se aferren a él como el enfermo se apega al curador, pero es incocebible que los líderes y dirigentes de la oposición también participen en el mismo mercado por apego a sus intereses y deseos.

Hungo Chávez fue una personificación de la voluntad de poder, un hombre que se entregó a Mefistófeles, encarnado en Fidel Castro, para perdurar por siempre en el mando. Ese es el proyecto de la revolución: alimentar eternamente el afán de poder. Quien no esté plenamente consciente de ese argumento y crea en la alternabilidad pacífica del poder no sólo peca de inguenuidad sino que contribuye a la prolongación de la telenovela de ficción.

Hay que, sin duda, presionar por todos los medios para el cumplimiento y aplicación del método democrático, a consciencia de que será torcido. Luchar por algo no significa creer que se respetarán las reglas de intercambio. Estamos bajo el imperio de un método de dominación forjado por una de las inteligencias políticas más extraordinarias del siglo XX y enpaquetado para perdurar como fórmula universal.

El mercado de la esperanza no debe convertirse en el mercado de la ingenuidad. No podemos seguir en tono de bolero y desengañarnos nuevamente por la falsedad de las promesas: “Y qué más da, la vida es sólo una mentira, miénteme más, que me hace tu maldad feliz”.

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