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El papa Francisco cuestiona la propiedad privada en nueva Encíclica

En su documento más político hasta ahora en sus ocho años de pontificado , Francisco dice en nueva Encíclica que la tradición cristiana "nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada". Subraya la función social de cualquier forma de propiedad privada. El principio del uso común de los bienes creados para todos es el "primer principio de todo el ordenamiento ético-social".

Filippo MONTEFORTE |AFP
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Una exhortación a la fraternidad universal, con una abierta condena a los nacionalismos, los populismos y la sumisión de la política a la economía, así como una tenaz defensa de las migraciones desde los países menos desarrollados en pro de una igualdad total, son las bases de la tercera encíclica de Francisco.

«Fratelli tutti» («Hermanos todos»), como solía comenzar San Francisco de Asís sus escritos, es el título de la tercera Encíclica papal sobre «La fraternidad y la amistad social» como base para enfrentar los males políticos, económicos, sociales y raciales del mundo actual, divulgada este 4 de octubre, precisamente cuando se celebra el día del Patrono de Italia, de quién el Pontífice tomó su nombre.

En un largo texto de 8 capítulos en 84 páginas y con un lenguaje sencillo, lleno de citas propias y ajenas, incluyendo coincidencias con el Gran Imam Ahmad Al-Tayyeb y la letra de una canción de Vinicius De Moraes, el papa Francisco dedicó una parte muy consistente de la Encíclica a la defensa de las migraciones hacia los países de mayor desarrollo y a la condena de los nacionalismos y populismos, así como al predominio de las finanzas sobre la política en detrimento del bien común mundial.

No faltó su alerta ante el deterioro de la ética como consecuencia de algunos avances de las ciencias, ni a los peligros de las redes sociales que generan aislamiento y falta de información veraz.

Tomando como punto de partida un ejemplo evangélico del herido al que la gente al verlo pasaba de largo, mientras que hubo quien le dedicó tiempo ayudándolo y curando sus heridas, el papa elabora una serie de consideraciones acerca de lo que debe ser la caridad cristiana, el deber de ayudar a los últimos sin importar la procedencia, ni las diferencias culturales o religiosas, y de cómo estos conceptos escasean en el mundo actual, lleno de individualismos, egoísmos e intereses materialistas.

Relata el Pontífice que mientras redactaba esta encíclica se presentó inesperadamente la pandemia de covid-19 «que dejó al descubierto nuestras falsas seguridades».

Más allá de las respuestas que dieron los diversos países, «se evidenció la incapacidad de actuar conjuntamente. A pesar de estar hiperconectados, existía una fragmentación que volvía más difícil resolver los problemas que nos afectan a todos».

Por lo que expresa su anhelo de que «en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad».

En el segmento llamado «el descarte mundial», la Encíclica indica el despilfarro de alimentos como «uno de los más vergonzosos», además de la falta de hijos, que provoca un envejecimiento de las poblaciones, junto con el abandono de los ancianos a una dolorosa soledad, que se hizo aún más evidente con la pandemia.

También se refirió al aumento del desempleo tras la obsesión por la reducción de costos laborales. El desempleo tiene como efecto directo expandir las fronteras de la pobreza. Además, este tipo de descarte «asume formas miserables que creíamos superadas, como el racismo, que se esconde y reaparece una y otra vez».

La Encíclica también trata de los derechos humanos «no suficientemente universales», ya que «mientras una parte de la humanidad vive en la opulencia, otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados».

Igualmente, las sociedades en todo el mundo están «lejos de reflejar con claridad que las mujeres tienen exactamente la misma dignidad e idénticos derechos que los varones.

La dignidad humana también es importante en las fronteras. «Tanto desde algunos regímenes políticos populistas como desde planteamientos económicos liberales, se sostiene que hay que evitar a toda costa la llegada de personas migrantes». Y más adelante, luego de defender los derechos de quienes dejan sus países huyendo de guerras o buscando un futuro mejor, indica:

«Es inaceptable que los cristianos compartan esta mentalidad y estas actitudes, haciendo prevalecer a veces ciertas preferencias políticas por encima de hondas convicciones de la propia fe: la inalienable dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color o religión, y la ley suprema del amor fraterno».

«La función social de la propiedad«

Otro matiz claramente político de esta Encíclica se advierte en la sección que habla de la propiedad privada. Comienza recordando los primeros siglos de la fe cristiana cuando el sentido universal de los sabios llevaba a pensar que «si alguien no tiene lo suficiente para vivir con dignidad se debe a que otro se lo está quedando».

«La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada.  El principio del uso común de los bienes creados para todos es el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social» (…) Todos los demás derechos sobre los bienes necesarios para la realización integral de las personas, incluidos el de la propiedad privada y cualquier otro, «no deben estorbar, antes al contrario, facilitar su realización», como afirmaba san Pablo VI.

El derecho a la propiedad privada sólo puede ser considerado como un derecho natural secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes creados, y esto tiene consecuencias muy concretas que deben reflejarse en el funcionamiento de la sociedad. Pero sucede con frecuencia que los derechos secundarios se sobreponen a los prioritarios y originarios, dejándolos sin relevancia práctica».

Con la idea de que los derechos no deben tener fronteras dice: «nadie puede quedar excluido, no importa dónde haya nacido, y menos a causa de los privilegios que otros poseen porque nacieron en lugares con mayores posibilidades.  Los límites y las fronteras de los Estados no pueden impedir que esto se cumpla. Así como es inaceptable que alguien tenga menos derechos por ser mujer, es igualmente inaceptable que el lugar de nacimiento o de residencia ya de por sí determine menores posibilidades de vida digna y de desarrollo».

En la última parte de esta Encíclica que, excepcionalmente, no fue firmada en Roma sino en Asís, sobre la tumba de San Francisco, el papa recuerda al beato Carlos de Foucauld, quien pidió a un amigo: » Ruegue a Dios para que yo sea realmente hermano de todos», porque quería ser, en definitiva «el hermano universal». «Pero solo identificándose con los últimos llegó a ser hermano de todos. Que Dios inspire ese sueño en cada uno de nosotros. Amen».

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