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El peso de la nacionalidad venezolana, a propósito de Wilker Ángel

En el fútbol venezolano, aún suena con fuerza esa palabra que identifica un documento de identidad para referirse despectivamente a la nacionalidad de los jugadores paridos en esta patria: el pasaporte.

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Fotografía: AP

Cuando se apela a esta pequeña libretita, se recuerda que el jugador venezolano carece de “linaje”, que le excluye de la élite futbolística internacional. Sin embargo, esta teoría que afirma que al criollo le pesa su nacionalidad al momento de ser cotizado o preferido en el mercado de fichajes internacional, no ha sido sometida a una comprobación rigurosa, cosa que osadamente trataremos de hacer por acá.

La evolución de los registros, juego y resultados de la selección nacional en los últimos 15 años (el tiempo no ha sido determinado para excluir procesos ni darle más importancia a otros, es simplemente una variable necesaria para el análisis) ha sido el eje propulsor del aumento de la presencia de futbolistas nacidos en Venezuela en clubes del extranjero. Una propuesta de tesis interesante puede ser el estudio de las cantidades. A vuelo de pájaro, más de 250 futbolistas han salido del país a diferentes clubes en este período, pero la consolidación de su fútbol en el escenario internacional se ha producido apenas en casos muy puntuales, eso sin evaluar el rango de los equipos y ligas que se hacen de sus servicios.

Rafael Dudamel, sin duda, ha sido el criollo que dio el primer paso para abrir el grifo de la salida de futbolistas fuera de Venezuela. Pisar suelo colombiano al lado del yaracuyano es un gustazo, porque aún al sol de hoy el aficionado futbolero del país vecino, independientemente del equipo de su preferencia, reconoce la figura del arquero, por todo lo que aportó durante su estadía en territorio cafetero. Es un ídolo, marcó una época y en América su trabajo es ampliamente reconocido.

Los misiles balísticos de Juan Arango luego y la friolera de goles de Giancarlo Maldonado, fueron incrementando el interés foráneo en los jugadores nacidos en la patria de Bolívar. Los títulos internacionales alcanzados por Luis Manuel Seijas y Alejandro Guerra, recientemente, han puesto el ojo global en los venezolanos. Sin embargo, si se cuenta en números, no pasa de una decena los jugadores que se han consolidado en el balompié de otras latitudes. Roberto Rosales, Oswaldo Vizcarrondo y José Salomón Rondón son otros recientes exponentes sólidos del fútbol de acá, pero no se puede ocultar que sigue siendo tímida la exportación de talento.

La última Copa América Centenario significó un importante valor para los seleccionados en cuanto a movimientos en el mercado. Siete convocados (Luis Manuel Seijas, Adalberto Peñaranda, Christian Santos, Rómulo Otero, Yonathan Del Valle, Rolf Feltscher y Wilker Ángel) han cambiado de camiseta, pero sólo uno de ellos ha dejado el campeonato local. El reciente fichaje del central valerano por el club checheno Terek Grozni indica que la masificación de las salidas es un aspecto que no se ha podido lograr.

De igual forma, este movimiento que involucra al defensor del Deportivo Táchira con un equipo ruso de baja monta, devuelve el debate sobre el escenario en el que puede exhibir el futbolista venezolano sus virtudes. Si bien la oferta exportable no deja de ser interesante (José David Contreras, Yangel Herrera, Yeferson Soteldo, Arquímedes Figuera, Arles Flores y Carlos Cermeño son piezas For Export) la cantidad de elementos que hacen vida en un campeonato que sigue adoleciendo de condiciones necesarias para un mayor crecimientos de sus jugadores, es realmente pequeña.

No obstante, en medio de un marco de muchas necesidades, el futbolista criollo crece por medios propios y por aportes de cuerpos técnicos progresistas para, en medio de las dificultades, encontrar formas para darse a conocer en otros países. Las reiteradas caídas y constantes golpes a los clubes nacionales en competiciones continentales, disminuyen el atractivo por el talento nacional. Hazañas aisladas de uno que otro héroe, escasamente favorecen la mirada desde afuera, lo que evidencia que, aun cuando hay evidente e inequívoco progreso del jugador nativo, sigue siendo dificultoso el encontrar oportunidades en el extranjero.

Otro debate que se suma a la chocante interpretación del “pasaporte” es la presencia de futbolistas criollos en la élite. Nuestros seleccionados destacan en eliminatorias mundialistas y copas américas, pero su fútbol aún no es suficiente para que los llamados “grandes” del mundo se fijen en ellos.

A nivel continental, los mencionados Seijas y Guerra son la excepción. Campeones con sus clubes de torneos internacionales, el caché ganado se circunscribe al ámbito regional. En Europa, el aporte criollo aún no termina de ser suficiente para que un peso pesado confíe en alguno de los nuestros. Rumores van y vienen sobre la posible llegada de Tomás Rincón al Milan (un grande venido a menos, por cierto), el cacareo reiterativo cada verano de algún vistazo sobre el gran lateral Roberto Rosales y el pequeño espacio que dedican los sensacionalistas diarios españoles sobre un posible interés del Barcelona en el bombardero del West Bromwich, Salomón Rondón, son las balas disparadas al cielo que terminan siendo de salva para los ilusionados seguidores del fútbol en Venezuela.

El crecimiento del futbolista criollo es una realidad innegable. El trabajo y la superación individual en una globalidad balompédica tan exigente, ha permitido que pueda encontrar un espacio entre tantas máquinas humanas que hoy maravillan al mundo con su fútbol. Sin embargo, la exposición sigue siendo limitada, evidencia de que la planificación para el desarrollo del fútbol en el país no es masivo, es irreal, y no hay visos de que esto pueda cambiar ni a corto ni a largo plazo. Cada progreso, seguirá siendo hazaña, como la que será el día que uno de los nuestros pueda codearse al nivel que muestran los Cristianos y Messis de turno.

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