Opinión

El peso de la realidad

Una presentación, una derrota. Ese es el balance de la Vinotinto Sub-20 en el torneo sudamericano de la categoría que se juega en Uruguay y que otorga cuatro cupos al próximo mundial. Los goles chilenos dolieron, pero la imagen fue aún más contundente.

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El día del partido ante Chile, un optimista militante se mostraba inconforme, a través de Twitter, por mi aparente incapacidad para resaltar aspectos positivos del equipo que conduce Miguel Echenausi, como si en este juego se pudiese separar lo malo de lo bueno con semejante facilidad, creando así una realidad en la que los hechos y las conductas no están relacionados sino que son hechos aislados. No me queda duda alguna de que esta es una clara muestra de cuán lejos estamos de comprender un poco este deporte -hablo en plural porque también me considero desconocedor de las dinámicas de una actividad que no es lineal sino caótica.

El fútbol no es una disciplina que pueda ser separada en partes a nuestra conveniencia; su entrenamiento no debe ser concebido y planificado en episodios disociados porque luego, cuando comience el partido, el futbolista (cuerpo, mente, emociones y contexto) actuará como una sola unidad. Pasa lo mismo con cada encuentro: de nada sirve jugar un primer tiempo de manera correcta si luego ese rendimiento no puede ser sostenido en la reanudación del partido.

Volviendo al equipo criollo cabe preguntarse si este equipo es tal o simplemente nos ilusionamos con alguno de los nombres que lo componen, subestimando dinámicas de interacciones y como éstas, influenciadas por el contexto y todos los imponderables habidos y por haber, modificarán al jugador que antes creíamos conocer. Dos ejemplos de esto que intento explicar son Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, futbolistas estratosféricos que no ofrecen el mismo rendimiento en sus equipos que en sus selecciones.

Cuando Echenausi expresa que durante todo el período de preparación ha intentado hacerle entender a sus jugadores como quiere que jueguen, uno debe preguntarse si esa visión, ese modo de jugar, se correspondía con las aptitudes de sus dirigidos o si subestimó la importancia del entorno, porque en cada encuentro, oficial o amistoso, se observaron las mismas lagunas que Chile supo aprovechar: el equipo es un bloque muy largo, lo que obliga a que la pelota deba recorrer muchos metros en búsqueda de un socio; los atacantes se desentienden de las funciones defensivas, o que los futbolistas, ante las emergencias que nacen del mismo juego, no encuentren en la estrategia una herramienta para adaptarse a esos nuevos escenarios.

Rafael Pol, preparador físico del FC Barcelona, en su libro La Preparación ¿Física? en el fútbol, expresa que al ser humano, en movimiento, hay que entenderlo como «una entidad compleja indivisible, en la que fruto de la compleja interacción entre sus partes y el entorno emergen unas cualidades no inherentes a ninguna de estas partes, por lo que no podemos entender por separado estas cualidades». La afirmación de Pol es precisamente una buena definición del juego, y es por ello que se antoja imposible dividir un partido en imágenes aisladas. ¿Cuantas ocasiones de peligro generó la Vinotinto que luego, una vez desactivadas por Chile, se tradujeron en una desconexión total de la delantera criolla de la continuidad del juego? De nada sirve acercarse al área rival si después, frustrados por no finalizar la maniobra, los futbolistas se desentienden del continuum que es el juego.

No olvidemos que más allá de la medalla de plata en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, cada enfrentamiento con algún rival de jerarquía (Méjico, Paraguay o Perú) dejó el mal sabor de encontrarnos ante un equipo que aún no encuentra su razón de ser, eso que permite que hablemos de equipo y no de un conjunto. Es por ello que la derrota ante los chilenos no fue un accidente; se hace imposible competir al más alto nivel bajo los efectos de la confusión que ha marcado a esta selección, y lo más preocupante es que el calendario nos recuerda que no hay tiempo para ensayar mayores modificaciones.

El pesimismo del que se me acusa no es más que la continuidad de algo que Friedrich Nietzsche, a quien sí hay que leer, expresó con una inigualable majestuosidad: «La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre». Luego del primer episodio en territorio uruguayo, la realidad es más pesada que la ficción y las buenas intenciones, sólo que a nosotros, los venezolanos, alguien nos hizo creer que sonreír ante la adversidad es más importante que corregir y trabajar. Así vivimos, ligando y quejándonos.

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