Se hablaba de “visibilidad”, de “ganancia simbólica”, de “empoderamiento”. El Comandante, cierto es, había hecho de la dignidad su bandera y repetidamente se ufanaba de haber sido el valeroso adalid que, como caballero andante, había recobrado el honor del pueblo latinoamericano. Estribillo y reiteración de Fidel Castro, sus discursos eran un calco de los de la revolución cubana. La dignidad era el mismo significante vacío.
Hoy no hay más que ver a millones de venezolanos mendigando bolsas de comida de los Comité Locales de Abastecimiento y Producción, mejor conocidos como CLAP, a los presos políticos denigrados, aislados y torturados y a la mayor parte de país implorando respeto por sus derechos políticos, para preguntarnos ¿qué hizo la revolución con la dignidad del pueblo venezolano?
Kant plantea la incompatibilidad entre el precio y la dignidad. Para el filósofo alemán, las cosas que pueden ser sustituidas por algo similar o equivalente tienen precio, mientras que aquello que no puede ser tasado y no acepta homólogos tiene dignidad. Chávez, sin embargo, sustituyó la dignidad que tanto mentaba con el precio del barril de petróleo y puso a toda la población venezolana a mendigar por los beneficios que ese petróleo brindaba.
Y como dice el refrán castellano, “quien de mano ajena come el pan, come a la hora que se lo dan”. Disfrazando su falso altruismo bajo el nombre de misiones o programas sociales, la revolución fue un inmenso y fraudulento aparato diseñado para acabar con la dignidad del pueblo y dominarlo. Al diluir la propiedad privada y abultar el tamaño del Estado hasta dimensiones demenciales, al imponer el Estado por encima del individuo, el chavismo perfeccionó los mecanismos de dependencia y sometió a la sociedad en la que hoy malvivimos.
Como señala Javier Gomá, “podría definirse la dignidad precisamente como aquello inexpropiable que hace al individuo resistente a todo, incluso al interés general y al bien común: el principio con el que nos oponemos a la razón de Estado, protegemos a las minorías frente a la tiranía de la mayoría y negamos al utilitarismo su ley de la felicidad del mayor número.”
La inmensa concentración del 1S da cuenta de una sociedad que se levanta de sus cenizas y está decidida a cambiar. Pero no hay posibilidades de transformación sin un cambio en el discurso público. Y se me hace que un paso indispensable para recuperar la libertad es sacar de la retórica política el discurso de la dignidad y el orgullo, sustituirlo por el de la sana delimitación entre lo público y lo privado. La dignidad y el respeto son también valores cardinales de la psicología del malandro que en su manera de entender lo eleva por encima de toda norma.
@axelcapriles