De Interés

El primer viaje alrededor del mundo: aventura y tragedia

Hace cinco siglos, un 20 de septiembre, un navegante portugués al servicio de España inició una expedición para buscar una nueva ruta que permitiera adquirir especias como canela, clavo de olor y nuez moscada. Habían pasado casi 30 años desde que el almirante Cristóbal Colón había ido al oeste y sin saberlo descubrió un continente entero. Sería el inicio de empresas que fueron muy reedituables para España.

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Sin embargo, el reino de España aún no tenía la ruta a las especies que dominaban los portugueses. Pero todo cambiaría el 20 de septiembre de 1519 cuando el capitán Fernando de Magallanes inició una de las mayores aventuras de todos los tiempos: la primera circunnavegación del mundo, una travesía que demostró definitivamente la redondez de la tierra y que estuvo repleta de grandes descubrimientos, criaturas extrañas, tribus salvajes, motines, deserciones, alegrías y tragedias.

A finales del siglo XV e inicios del XVI, los límites del mundo conocido se ensancharon como nunca antes. La llamada “Era de los Descubrimientos” estuvo encabezada por las dos grandes potencias europeas y marítimas de entonces: España y Portugal. La primera descubrió un Nuevo Mundo de la mano de Cristóbal Colón y la segunda abrió la ruta desde el sur de África hacia la India y el extremo oriente gracias al navegante Vasco da Gama.

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En 1494 ambos imperios en ciernes se repartieron el dominio de las nuevas tierras en el Tratado de Tordesillas. El papa Alejandro VI trazó una línea vertical de demarcación en un mapa. Los territorios al oeste-América- pertenecerían a España, en tanto que los ubicados al este-África, Asia y parte del actual Brasil-a Portugal.

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Esta división dejaba en dominio portugués las cotizadas especias. Productos como la canela, la nuez moscada y muy especialmente el clavo de olor, indispensables en las mesas más refinadas de Europa, valían más que el oro. Pero solo crecían en un grupo de islas del Índico: las Molucas, también conocidas como “Maluco”, “islas de las especias” o “islas de la especiería”.

especias

España quería hacerse con el control de las especias. Y la oportunidad le vendría, paradójicamente, a través de un hijo de su nación rival: Fernando de Magallanes.

Los preparativos

Nacido en Portugal en febrero de 1480, Magallanes tuvo una vida aventurera, pues desde joven participó en campañas militares en África, India y Malasia. Pero tras indisponerse con las autoridades portuguesas por un caso de corrupción, rompió lazos con su país y marchó a España con un atrevido plan bajo el brazo: llegar hasta las islas de las especias por una ruta distinta a la portuguesa y a través de un pasaje cuya existencia intuía en algún lugar del extremo meridional de Suramérica.

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El entonces joven rey Carlos I de España, entusiasmado, aprobó el proyecto pese a sus enormes riesgos y puso cinco barcos a disposición de Magallanes, llamados “Trinidad” -la nave capitana-, “Victoria”, “Concepción”, “San Antonio” y “Santiago”. Se reclutó una tripulación de aproximadamente 265 hombres de numerosas nacionalidades: españoles, portugueses, franceses, italianos, griegos, flamencos, alemanes, irlandeses, ingleses y hasta un esclavo malayo llamado Enrique, adquirido por Magallanes durante sus años al servicio de Portugal en Asia.

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Entre los italianos embarcados en el viaje destacó un joven llamado Antonio Pigafetta, quien logró un puesto en la expedición gracias a su cercanía con el nuncio papal en España. A su pluma debemos el relato más conocido y ameno de la travesía. Gabriel García Márquez lo mencionó al comienzo de su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura en 1982, donde lo calificó como un «libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy».

El 10 de agosto de 1519, los cinco barcos salieron de Sevilla y llegaron a Sanlúcar de Barrameda, donde permanecieron algo más de un mes. Finalmente, el 20 de septiembre levaron anclas y avanzaron hacia el Atlántico, rumbo a lo desconocido.

Fuego, animales fantásticos y gigantes

Cuatro meses más tarde, el 13 de diciembre, la expedición tocó por primera vez tierra americana en la bahía de Guanabara, donde hoy se ubica la ciudad de Río de Janeiro, Brasil. Allí los viajeros convivieron con nativos de la etnia tupí-guaraní y se toparon con muchos animales extraños. Antonio Pigafetta habla, por ejemplo, de cerdos que parecían tener el ombligo en el lomo. Se trata de la primera descripción hecha por un europeo de un puerco salvaje llamado “báquiro” en Venezuela y “pecarí” en otras partes de la región. El ombligo en realidad es una glándula odorífera que el animal utiliza para marcar su territorio y a otros miembros de su rebaño.

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Pigafetta también describió durante una tormenta un curioso fenómeno atmósferico: “Los fuegos de San Telmo se dejaron ver en la punta de los mástiles y, al desaparecer al instante se notaba la disminución del furor de la tempestad”.

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Este fenómeno, consistente en luces verdes o azules que aparecen sobre objetos metálico-puntiagudos en ciertas noches de tormenta, toma su nombre de un dominico español del siglo XIII, venerado como patrono de los navegantes.

Desde Brasil, la expedición descendió hacia el sur en busca del tan anhelado pasaje hacia las islas de las especias. A medida que bajaban, el clima se volvía más frío y las tierras más inhóspitas. Durante ese periplo exploraron el actual estuario del Río de la Plata, en Argentina, y avistaron por primera vez el lugar donde hoy se alza Montevideo, la capital uruguaya. Pero por más que inspeccionaban, el estrecho no aparecía por ninguna parte.

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Las criaturas desconocidas no dejaron de aparecer. Pigafetta habla de lobos marinos y unos extraños “gansos” no voladores y recubiertos de plumas negras de los cuales escribió: “Son tan grasosos que tuvimos que desollarlos para poder desplumarlos. Su pico parece un cuerno”.

Las aves no eran gansos, por supuesto, sino los llamados “pingüinos de Magallanes”, que miden hasta 45 centímetros de altura.

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También vieron una criatura que Pigafetta describió como de «cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y cola de caballo». Suena como una bestia fantástica, pero de hecho era un animal típico de aquella zona: el guanaco, un camélido americano emparentado con la llama y la alpaca.

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Cierto día, los hombres de Magallanes vieron acercarse un nativo cubierto de pieles y de una estatura tan colosal que se afirmó que las cabezas de los exploradores apenas le llegaban a su cintura. Pigafetta afirmó que el gigante se aterrorizó y huyó al ver su imagen reflejada en un espejo.

Se trataba de un nativo de la desaparecida etnia tehuelche, a la que Magallanes llamó “patagones”, término que también pasó a designar a aquella región de la actual Argentina: “Patagonia”. Aunque se suele decir que el nombre surgió a raíz de las profundas pisadas que dichos indígenas dejaban en el suelo, también se maneja la hipótesis de que la denominación derive del gigante “Pathoagon”, personaje del libro “Primaleón”, una novela de caballerías muy popular en ese entonces.

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Como consecuencia de la descripción de Pigafetta, se especuló durante siglos que los patagones-tehuelches alcanzaban alturas superiores a los 3 o 4 metros. Pero estudios más rigurosos concluyeron que la estatura media de estos hombres era de entre 1,75 y 1,80 metros. Ciertamente eran altos, pero no gigantes. Quizás la exageración se debió a que en tiempos de Magallanes los europeos medían en promedio 1,50 metros, lo que los hacía ver a humanos algo más crecidos como auténticos monstruos.

Hastiados, con frío y amotinados

La búsqueda del paso a las especias seguía sin dar resultados. El 31 de marzo de 1520, Magallanes se detuvo en el puerto de San Julián, en Argentina, para pasar los meses de invierno. Muchos de los expedicionarios, hastiados de la falta de resultados y del carácter arrogante de su líder, plantearon la vuelta a España, a lo que el portugués se negó. Por tal motivo, se amotinaron la noche del 2 de abril, pero Magallanes logró sofocar la revuelta rápidamente.

Al día siguiente, Magallanes procesó a los implicados en el intento de sedición y condenó a muerte a 44 hombres. Hizo decapitar y descuartizar a dos capitanes y a Juan de Cartagena, veedor general de la expedición, no lo ejecutó por su condición de noble, pero lo abandonó a su suerte en tierra junto a un clérigo rebelde. A los demás sentenciados les perdonó la vida, pues los necesitaba para completar el viaje. Entre ellos figuraba un vasco llamado Juan Sebastián Elcano, de quien se hablará con detalle más adelante.

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Tras seis meses en San Julián, Fernando de Magallanes ordenó proseguir el viaje. Finalmente, a finales de octubre de 1520, dieron al fin con el tan anhelado pasaje y se aprestaron a cruzarlo. Tardaron 27 difíciles días en cruzar aquellos 565 kilómetros repletos de islotes, desvíos y vericuetos de toda clase. En el transcurso del trayecto, el “San Antonio” desertó y regresó a España. Era el segundo barco que perdían, pues el “Santiago” había encallado meses antes a causa de una tormenta.

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Durante la travesía por una parte de estrecho, los viajeros avistaron a lo lejos algunas hogueras nocturnas encendidas por los nativos. Llamaron a la zona “Tierra del Fuego” y así se la sigue conociendo hasta hoy.

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El 27 de noviembre de 1520, más de un año después de su salida de España, la expedición de Magallanes logró completar el paso por el estrecho y demostrar de una vez por todas su existencia y viabilidad. Tras casi un mes, se abrió ante los viajeros la enorme masa de agua que el español Vasco Núñez de Balboa había avistado por primera vez desde Panamá siete años antes y bautizado como “Mar del Sur”. Pero Magallanes quedó tan fascinado por su aparente quietud y belleza que le dio su denominación actual: “Pacífico”.

Magallanes bautizó al estrecho como “de todos los santos”, pero la posteridad, más justa, lo renombró como “estrecho de Magallanes”.

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He aquí una anécdota interesante al respecto: en 1917, durante una reunión celebrada en un bar de Caracas para darle nombre a un nuevo club de béisbol venezolano, el propietario del local, Antonio Benítez Abedanck, propuso el nombre de “Magallanes”. En sus palabras, la novena sería como el estrecho: «Para que en él los clubes rivales se estrellen”.

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Así surgió la identidad de los Navegantes del Magallanes.

El extenso Pacífico

Finalizado el periplo del estrecho, Magallanes consideró que la llegada a la isla de las especias era cuestión de poco tiempo, a lo sumo unos pocos días. Estaba equivocado. No podía saber que se hallaba ante el océano más grande de la Tierra y que las provisiones no tardarían en agotarse. Durante tres meses y veinte días, las embarcaciones navegaron sin avistar tierra ni probar alimento fresco.

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Las penurias fueron terribles. Pigafetta no ahorra detalles al respecto: “La galleta que comíamos no era pan, sino un polvo mezclado con gusanos, que habían devorado toda la sustancia y que tenía un hedor insoportable por estar empapado en orina de rata. El agua era pútrida y hedionda. Para no morir de hambre llegamos al trance de comer pedazos del cuero con que se había recubierto el palo mayor para impedir que la madera rozase las cuerdas (…).La alimentación con frecuencia quedo reducida a serrín de madera como única comida, pues hasta las ratas se volvieron un manjar tan caro que se pagaba cada una a medio ducado”.

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Como consecuencia de estas carencias murieron 19 tripulantes, entre ellos un nativo patagón capturado en Argentina, que se convirtió al cristianismo e hizo bautizar poco antes de fallecer.

En el Pacífico, Pigafetta observó el limpio cielo nocturno y se fijó en lo que describió como «dos aglomeraciones de estrellitas nebulosas, que semejan nubecillas, a poca distancia una de otra». Son las hoy conocidas como “Nubes de Magallanes”, dos de las galaxias más cercanas a nuestra Vía Láctea.

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Las penurias llegaron a su fin cuando los expedicionarios, finalmente, pudieron reabastecerse y recuperar fuerzas en la “isla de los ladrones”, ubicada en las Marianas, hoy un estado libre asociado de Estados Unidos junto con la vecina Guam. Los viajeros le dieron ese nombre por los nativos chamorros, quienes subieron a los barcos y se apoderaron de cuanto pudieron. De allí la travesía continuó hacia a las actuales islas Filipinas, que posteriormente fueron colonia española hasta finales del siglo XIX.

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Durante su recorrido por las Filipinas, Magallanes se valió de una mezcla de astucia diplomática y uso de la fuerza para establecer alianzas comerciales y estratégicas con las distintas tribus.

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En la isla de Cebú tuvo uno de sus mayores triunfos cuando trabó amistad con el rey del lugar, Humabón, y logró su conversión al cristianismo. Filipinas sigue siendo la nación más católica de Asia y 80% de sus habitantes profesa esa religión. Asimismo, en Cebú todavía se conservan dos supuestas reliquias asociadas a Magallanes: la cruz que plantó al arribar a la isla y una imagen del niño Jesús que regaló a la esposa de Humabón.

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En Filipinas siguieron los avistamientos de animales curiosos: “Vimos murciélagos del tamaño de águilas. Matamos uno y nos lo comimos, encontrándole un sabor a pollo”.

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Pigafetta no exageraba. Hablaba del murciélago más grande del mundo: el zorro volador filipino, capaz de alcanzar 1,7 metros de envergadura con las alas extendidas.

Como prueba de su amistad con Humabón, Magallanes se ofreció a someter a su rival Lapulapu, caudillo de la cercana isla de Mactán. El portugués se sentía tan confiado que consideró que bastaban 50 hombres y el poder de sus armas de fuego para derrotar a los más de 1.000 combatientes de Lapulapu. Fue su último y más grave error.

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En la madrugada del 27 de abril de 1521, Magallanes y sus hombres llegaron a Mactán. Como la marea estaba baja, tuvieron que dejar los botes lejos de la costa y caminar casi un kilómetro por agua antes de llegar a tierra, donde los esperaban Lapulapu y los suyos. Tras una hora de combate, las municiones españolas se agotaron sin hacer gran daño a sus rivales.

Viéndose derrotado, el portugués ordenó la retirada. Pero su destino estaba sellado. Los nativos avanzaron, rodearon a Magallanes, lo hirieron y golpearon hasta la muerte. Luego se llevaron su cadáver y nunca lo devolvieron. El gran explorador tenía 40 años de edad. A Lapulapu se lo sigue venerando como el primer héroe nacional filipino.

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Elcano al timón

Desaparecido Magallanes, el mando de la travesía recayó en Juan Sebastián Elcano, uno de los implicados en el fallido intento de sedición en San Julián. Nacido en el poblado de Guetaria, País Vasco, Elcano se enroló en el viaje para evadir la justicia, pues tras arruinarse en un mal negocio, vendió su barco a unos banqueros genoveses, contraviniendo la prohibición española de enajenar ese tipo de bienes a extranjeros. Pigafetta no debía tenerle mucha simpatía, pues no lo menciona ni una vez en su libro.

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Con Elcano al mando, los expedicionarios decidieron quemar la nave “Concepción” por falta de tripulación para manejarla. Los dos barcos restantes prosiguieron el trayecto y alcanzaron las ansiadas islas Molucas el 8 de noviembre de 1521, dos años y dos meses después de zarpar de España.

Ubicadas en el océano Indico y hoy pertenecientes a Indonesia, las Molucas constan de una treintena de islas. En una de ellas, Tidore, crece un árbol cuyo capullo de flor se conoce como “clavo” por su forma. Esta parte de la planta es la especia propiamente dicha. Suele cortarse antes de que se abra la flor y cuando su color se torna rojizo, ya que entonces adquiere su fuerte aroma característico, tan apreciado como aderezo por las mesas europeas del siglo XVI.

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Elcano y sus hombres cargaron sus barcos con grandes cantidades de clavo y otras especias como canela y nuez moscada. Asimismo, los nativos les obsequiaron varios ejemplares disecados de un colorido pájaro conocido como “ave del paraíso”. Fueron las primeras muestras de este exótico animal que se vieron en Europa. Hoy se conocen unas cuarenta especies, todas endémicas de Nueva Guinea y Australia.

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Más criaturas insólitas. Pigafetta habla de unos curiosos cerdos salvajes: «Matamos uno cuando pasaba a nado de una isla a otra. Su cabeza medía dos palmos y medio de largo y contaba con grandes y gruesos dientes». El cronista quizás se refería al babirusa («cerdo-ciervo» en malayo), cuya característica más curiosa (en el caso de los machos) son sus enormes colmillos superiores, que en vez de crecer hacia abajo lo hacen hacia arriba, hasta el extremo de perforar el paladar y el hocico, salir al exterior y curvarse sobre los ojos del animal.

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Cuando llegó el momento de partir, la expedición tuvo que dividirse. La nave “Trinidad” presentó una salida de agua, por lo que se decidió que se reparara en las Molucas y luego regresara por la ruta del Pacífico (no tuvo suerte, pues terminó capturada y destruida por los portugueses). Por su parte, la “Victoria”, con Elcano al frente, optó por navegar hacia el oeste, atravesar el Índico y subir por el Atlántico hasta España.

La ruta escogida por la “Victoria” supuso importantes riesgos, pues avanzaron por aguas de soberanía portuguesa. Para evitar ser capturados, Elcano ordenó navegar sin hacer escalas ni desembarcar en ningún puerto. La tripulación sufrió grandes penurias al aparecer el escorbuto, una enfermedad causada por falta de vitamina C y caracterizada por la inflamación de las encías. Elcano, Pigafetta y otros se salvaron porque consumían dulce de membrillo, rico en dicho nutriente.

Escorbuto

La desesperación y los fallecidos fueron tales que el 9 de julio de 1522 Elcano se arriesgó a hacer una escala en las islas portuguesas de Cabo Verde para adquirir provisiones. Allí los viajeros se enteraron de que era miércoles cuando creían que era jueves. Habían ganado un día tras navegar en el sentido del sol, de este a oeste, y contra el movimiento de la tierra. Asimismo, aunque intentaron ocultar su procedencia, los descubrieron y tuvieron que huir, pero los portugueses lograron capturar a algunos de ellos.

18 espectros

Finalmente, la maltrecha nave “Victoria” llegó a Sevilla el 8 de septiembre de 1522, luego de 3 años y 78.000 kilómetros recorridos. Solo regresaron 18 tripulantes enfermos, cansados y vestidos con harapos.

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“Saltamos todos a tierra, en camisa y descalzos, con un cirio en la mano, y fuimos a la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria y a la de Santa María de la Antigua, como lo habíamos prometido en los momentos de angustia”, escribió Pigafetta.

Por su gran hazaña, Juan Sebastián Elcano recibió del rey de España un título nobiliario, una pensión vitalicia y la autorización para portar un escudo con un globo terráqueo y la inscripción latina “fuiste el primero en circunnavegarme”. Incapaz de quedarse quieto, el marino se embarcó años más tarde como piloto mayor en una nueva expedición a las Molucas que terminó en desastre. Elcano murió de escorbuto en el Pacífico el 4 de agosto de 1526. Esta vez no tuvo dulce de membrillo que lo salvara. El actual buque escuela de la Armada Española lleva su nombre.

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Con respecto a la “Victoria”, la primera embarcación que dio la vuelta al mundo, el historiador Gonzalo Fernández de Oviedo refiere que se reparó y volvió a poner en uso, pero desapareció en alta mar cuando volvía a España desde Santo Domingo. Ni un solo fragmento de ella ha llegado hasta nuestros días.

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