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El reto vinotinto en Montevideo

La Vinotinto viaja a Montevideo para enfrentarse quizá a la selección que mayores exigencias le ha planteado al equipo que dirige Rafael Dudamel. El enfrentamiento en la pasada Copa América Centenario, saldado con una victoria para los criollos, dejó la sensación de que el rival pudo y supo encontrar grietas en el funcionamiento de la selección nacional.

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(AP)

Aún cuando la soberbia nos lleve a pensar lo contrario, el fútbol ofrece lecciones en cada una de sus distintas versiones. Dependerá de la inteligencia de cada uno aprehenderlas y alejarse así de la histeria de quienes sugieren sin estudiar y exigen sin repasar. De ello debe estar consciente el cuerpo técnico de Dudamel para no caer en la tentación de “comer con hambre”, es decir, que la urgencia por obtener los puntos no debe tapar que la búsqueda del resultado sólo tendrá crédito si la misma viene acompañada de las variantes que necesita sostener el equipo criollo de cara al futuro inmediato.

Partamos de la base de que las posibilidades de ir al Mundial de Rusia 2018 son mínimas, mientras que las probabilidades son inexistentes. Entonces, como ha sido una constante de esta tribuna señalar, el cuerpo técnico de la Vinotinto tiene entre sus manos algo que sus colegas añoran: tiempo para trabajar. A lo mostrado en el torneo continental hay que agregarle algunas buenas maneras que se notaron frente a Argentina, ya que el duelo ante Colombia no dejó sino malos recuerdos y muchas señales de alarma.

A primera vista da la impresión de que el combinado criollo intentará repetir la fórmula que le permitió vencer a los charrúas en suelo norteamericano, pero si ahondamos un poco descubriremos que a ese plan habría que agregarle opciones para enriquecerlo, pero también con la intención de ahorrarse una pizca de sufrimiento. El resultado (victoria 1-0 para los venezolanos) no debe dejar de lado que en aquella tarde de Filadelfia, Edinson Cavani dispuso de dos ocasiones que normalmente no falla.

Que no se entienda esto como un cuestionamiento a aquel triunfo sino como lo que realmente es: un recordatorio de que en el fútbol influyen el azar y mil condicionantes más que no dependen únicamente de la voluntad de los ejecutantes. Es por ello que bien valdría la pena apostar por la práctica de variantes que conviertan al equipo criollo en un colectivo menos previsible.

Durante los pocos partidos bajo esta conducción (cuatro en Copa América y dos en Eliminatorias), la Vinotinto tiene un promedio de casi nueve llegadas claras al área rival, pero apenas cinco terminan con disparos bajo los tres palos. Estos números, si bien no sirven para describir la totalidad del escenario, ayudan a comprender que a esta selección aún le cuesta finalizar lo que construye. Bien puede ser porque los futbolistas que buscan el arco rival no tienen la suficiente compañía como para evitar que les doblen el marcaje; porque quien conduce la pelota se apresura y remata sin mayor precisión; o porque los delanteros reciben el balón en posiciones muy alejadas del área rival y por ende deben recorrer muchos metros para intentar acercarse a portería, lo que facilita las labores defensivas de sus adversarios.

Claro que cada partido presenta nuevas dificultades y emergencias que exigen distintas soluciones, y ante cada escenario el equipo de Dudamel debe reconocer si le conviene ir al golpe por golpe, promover rápidos contraataques o disputar la titularidad del balón, por citar algunos ejemplos. Pero salvo el encuentro ante Jamaica, y unos minutos del partido frente a Argentina, a la selección le sigue quedando perfecto el traje de contragolpeador; es un grupo que tiene como muy propio aquello de replegarse cerca de su arco y luego salir en rápidas transiciones. La aparición de Adalberto Peñaranda aumentó y mejoró esa intención.

No se trata de abandonar esa manera de jugar sino de desarrollar opciones que hagan más rico el contenido estratégico de la selección, siempre que se parta de la base de que el objetivo de lo que resta de premundial es apostar por nuevas y diferentes herramientas que enriquezcan la propuesta criolla. Si ante la albiceleste se recuperó la capacidad de competir a partir de promover movimientos ofensivos que obligaron al rival a replegarse, en Montevideo, y frente a Uruguay, competidor como pocos, se presenta el partido ideal para sostener y ampliar ese abanico de posibilidades.

Sería hasta vulgar pensar en un equipo de pelea y lucha, sólo porque el local tiene en esas características sus principales virtudes. Eso sería entregarse casi exclusivamente a combatir el plan uruguayo antes que impulsar y promocionar las capacidades propias. No quiere decir esto que la selección vinotinto desprecie al oponente, pero lo que debe privar es el reconocimiento de cuándo y cómo logró poner en práctica un estilo de juego que la favoreció. A partir de la buena toma de decisiones (jugar a un toque, buscar al compañero mejor ubicado, saber aguantar la pelota, esperar a que aparezcan los espacios y las líneas de pase, etc.) fue que el equipo de Dudamel encontró su brillo.

La construcción del futuro ya comenzó, y aplicar correctivos en la búsqueda de nuevas soluciones debe ser el norte de esta selección. Ganar a cualquier costo sería adherirse a aquello de “pan para hoy y hambre para mañana, mientras que mantenerse firme en los planes que afirmen las bases para desarrollar la riqueza táctica de este grupo, promoviendo la flexibilidad y la adaptabilidad a distintos escenarios, acercaría al proceso de Rafael Dudamel a su real y cierto objetivo: ser competitivo.

Competir, competir y nada más que competir. He ahí el camino y la solución.

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