Salud

El suicidio y la perjudicial presión por vernos felices

Tendría yo unos 18 o 19 años cuando me lo encontré en el autobús. “Voy a entrenar hoy, espero en un mes tener mi primera pelea”. Lucía contento. Cuando llegó a su parada, se despidió con un breve movimiento de su mano derecha, la misma con la que esperaba noquear en el boxeo. Me preguntaba si realmente estaba practicando. Esa misma tarde, me enteré días después, saltó desde la azotea de su edificio.

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FOTOGRAFÍA: IMDB

No fui su mejor amigo, pero sí el último, del grupo de chamos que frecuentaba, con el que intercambió un par de palabras. Muchos años después, un compañero de trabajo, brillante, excelente reportero, se ahorcó con un cable de luz. Vivía solo y el olor del cuerpo fue lo único que ayudó a descifrar la razón de su ausencia en la oficina. Los medios de comunicación advierten sobre lo “peligroso” que resulta cubrir el tema e incluso hay decálogos para tratar este tipo de noticias. No obstante, encuentro más temor que determinación en abordar todo lo que tiene que ver con un suicidio.

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