El suicidio y la perjudicial presión por vernos felices
Tendría yo unos 18 o 19 años cuando me lo encontré en el autobús. “Voy a entrenar hoy, espero en un mes tener mi primera pelea”. Lucía contento. Cuando llegó a su parada, se despidió con un breve movimiento de su mano derecha, la misma con la que esperaba noquear en el boxeo. Me preguntaba si realmente estaba practicando. Esa misma tarde, me enteré días después, saltó desde la azotea de su edificio.