Opinión

El telúrico espacio de las encuestas

Si algún campo del conocimiento presenta en este momento un horizonte móvil, cruzado de dilemas, en plena mutación, preñado de posibilidades impensadas, que parecen concretar enormes paradojas, es el de los estudios de opinión.

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Los sondeos demoscópicos, las simpatías políticas, los espacios de identificación, la correlación de simpatías en el país están siendo objeto, en este momento, de una brusca metamorfosis. Varias de las convenciones más invocadas en torno a la invulnerabilidad del chavismo, el volumen de recursos que ha administrado, su efecto infalible entre los más pobres, la promesa de redención social que ha encarnado, están conociendo a la fecha una erosión que parece tener elementos irreversibles.

Es cierto: lo que las encuestas recogen no puede ser tomado como un expediente para considerar que en Venezuela el mandado ya está hecho. A fin de cuenta ya en otras ocasiones han aparecido analistas anunciando el fin de la historia. Nada relevante, nada de lo anunciado, ha podido concretarse. La manivela electoral, con el infeliz veredicto popular al remolque, han sido suficiente para que las esperanzas de todos rueden por los suelos, encarados como estamos a la crisis nacional y sus miserias.

Pues bien: en estos momento lo que puede estar ocurriendo es precisamente lo contrario. La crisis económica vigente tiene unos efectos imposibles de atisbar en un año tan cercano como 2015. El grueso del acontecer cotidiano, con su ración de dolor y disgustos, parece estar privando al país de la percepción de un hecho por demás singular: el derrumbe, probablemente definitivo, del chavismo como proyecto de poder. No como movimiento político, pues es obvio que aún ahora tiene oxígeno y pertinencia social, pero sí como una corriente masiva con aspiraciones de mandato eterno. El chavismo es un movimiento sin liderazgo, enfrentado a una grave crisis que creó y no sabe cómo resolver.

Las simpatías en torno a Nicolás Maduro y su partido, el Psuv, no llegan hoy ni a 30 por ciento de la población. De hecho, apenas 28 por ciento del país se anima a identificarse como «chavista» en los denominados «bloques situacionales». De los 5 líderes más apreciados por el país, 4 son opositores. La oposición, en cambio, conserva su espacio cultural y su fidelidad de marca en su tradicional 46 por ciento. Propuestas que aún hoy ni siquiera han alcanzado a discutirse públicamente, como la Asamblea Constituyente o la Revocatoria del mandato del actual presidente, son vistas con simpatía por un margen que sobrepasa con largueza la mitad del país. El 80 por ciento de los venezolanos esta disgustado con su presente y mortificado por su futuro. Peor aún: la totalidad de las matrices que el chavismo ha querido imponer en este momento conocen su peor momento. Cifras jamás vistas en encuesta alguna desde 1999: no hay en este momento una sola lámina de análisis en la cual la corriente opositora no derrote el chavista. La gente está molesta, y es un error subestimar la circunstancia.

El eclipse informativo actual no nos puede impedir apreciar lo obvio. Hay un crepitar en el sentimiento popular que es necesario recoger. Las cosas pueden estar cambiando definitivamente en Venezuela. Tenemos mucho rato esperando consumarse un hecho que parece estar desembarcando entre nosotros. Hablando mal del país, repitiendo esterotipos sin contenido en torno a una existente tara histórica, no estamos oyendo crecer la hierba.

El chavismo se está enanizando y no nos hemos terminado de dar cuenta.

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